viernes, 11 de noviembre de 2011

TEORIA DEL CAMPO

Hoy es un día mágico. 11 de Noviembre del 2011. Es decir 11/11/11. Merece que la entrada de este mes la dedique a un tema crucial a mi entender. La teoría del campo de realidad. En la próxima entrada subiré mi ensayo en torno a este tema. Hoy les sugiero leer el capítulo dos del libro de Xavier Zubiri: La Inteligencia Sentiente que me ha permitido buscar y reunir a todas aquellas personalidades que a su modo incorporaron en sus trabajos teóricos la categoría de Campo, que no son muchos y tampoco del círculo de la Academia hegemónica que se ha encargado de excluir el tema del conocimiento oficial.


CAPÍTULO  II
El campo de realidad[1]
El campo es ante todo y sobre todo un momento de la formalidad de realidad de cada cosa real. Por tanto aprehender el campo es algo propio de la aprehensión primordial de la realidad. El campo no sólo no es algo privativo del logos sino que no es primariamente un momento del logos. Es un momento del logos pero consecutivo, esto es, derivado de la aprehensión inmediata […]
§ 1
CARACTERES GENERALES DEL CAMPO DE LAS COSAS REALES
[…] Tomado el problema en toda su generalidad, diremos que el campo es la unidad de todas estas cosas en cuanto todas ellas están en él, y por tanto el campo las abarca. […] Tratase pues del campo como ámbito de realidad.
El campo tiene una estructura general muy importante. Ante todo hay en el campo una o varias cosas que son las directamente aprehendidas: constituyen el primer plano del campo. Y cuando este primer plano se reduce a una sola cosa, esta cosa cobra entonces el carácter de centro del campo. Respecto a este primer plano, las otras cosas constituyen el dominio de lo demás. Y estas demás cosas tienen una precisa articulación con el primer plano. En primer lugar, algunas de estas cosas constituyen el fondo sobre el que se aprehenden las del primer plano. Esta dimensión es la que constituye el destacamiento: las cosas del primer plano se destacan sobre el fondo de las demás. Pero en segundo lugar hay otras cosas que no son ni siquiera el fondo, sino que son simplemente algo que queda en la periferia del campo. Gracias a esto, las demás cosas del campo adquieren una dimensión de proximidad o alejamiento. La periferia no es en rigor una línea sino una zona variable. A medida que se extienden las cosas de la periferia, van quedando más en lejanía hasta ir perdiéndose progresivamente. Por esto la periferia es la zona de lo indefinido, bien porque no esté determinada en sí misma, bien porque aún estando determinada puede pasar inadvertida por mí. Primer plano, fondo y periferia son la triple dimensión, por así decirlo, del campo. Claro está que estas estructuras no son fijas. Por ejemplo, yo puedo variar el primer plano, con lo cual quedan automáticamente alterados el fondo y la periferia.
El campo así constituido, lo está, si se me permite la expresión, de puertas adentro. Porque la totalidad de este campo en sus tres zonas de primer plano, fondo y periferia está bordeada a su vez por una línea que determina lo que positivamente abarca el campo: es justamente su horizonte. El horizonte no es una mera línea de circunscripción externa, sino un momento intrínseco del campo mismo. No pertenece ciertamente a las cosas aprehendidas, pero sí a estas cosas en cuanto abarcadas en mi aprehensión de ellas. Esta línea tiene dos aspectos. Uno, el que determina las cosas que constituyen el campo como totalidad, con un carácter propio: todo campo tiene esa especie de carácter total que llamamos, en terminología visual, panorama. La pertenencia intrínseca del horizonte al campo hace de éste un panorama. El modo de aprehensión de ese panorama es syn-opsis. La disposición de las cosas dentro de este panorama sinóptico es syn-taxis. Sinopsis y sintaxis son los aspectos de la unidad panorámica de la aprehensión.
Pero el horizonte tiene además otro aspecto. Horizonte es lo que marca aquello que queda fuera del campo. No es las «demás» cosas sino el puro «fuera». Puede ser otras cosas fuera del campo, o algo que está fuera de toda cosa: es lo «no-definido». Es menester insistir muy rigurosamente en que no es lo mismo «indefinido» que «no-definido». La indefinición es ya un modo de definición; lo «no-definido» no está definido ni tan siquiera como indefinido. Es esencial esta diferencia. Las cosas fuera del campo son lo no-definido.
Claro está, ya lo indicaba, esta estructura del campo no es fija sino variable. Aquella dimensión suya según la cual el campo es variable es lo que llamamos amplitud. La amplitud es variable tanto por amplificación como por retracción. Y con ello no me refiero únicamente a la cantidad de cosas que el campo abarca, sino al modo mismo de su unidad campal. Esta variación depende no sólo de mí mismo, sino también de las cosas. Las nuevas cosas modifican ante todo el horizonte: es el desplazamiento del horizonte. Pero además toda nueva cosa que se introduce en el campo. O sale de él, o se mueve dentro de él, determina una variación en el primer plano, en el fondo, y en la periferia: es una reorganización más profunda del campo. Desplazamiento del horizonte y reorganización interna, son los dos aspectos de la variabilidad del campo. No siempre son independientes entre sí. […]
§  2
CONCEPTO ESTRICTO DE CAMPO
Vayamos por pasos contados.
[…] el campo no es nada fuera de las cosas reales; lo repetiré infinitas veces. Pero incluso cuando al describir el campo haya hablado de lo que queda «fuera» del horizonte, este «fuera» pertenece a las cosas mismas del campo. Sin estas cosas no tendría sentido hablar de un «fuera de ellas». El campo, pues, es algo en las cosas mismas. Lo veremos en seguida.
El campo de que venimos hablando puede ser descrito ante todo según su contenido, según las cosas que hay en él: piedras, árboles, mar, etc. Pero el campo puede y debe ser descrito según su propia unidad. Esta unidad, desde el punto de vista de las cosas que contiene, constituye lo que puede llamarse campo perceptivo. Pero la denominación es muy impropia como vamos a ver inmediatamente. Evidentemente, en este sentido el campo no concierne a las cosas mismas. Que unas están lejos o cerca, que unas estén en el centro o en la periferia de mi aprehensión, nada tiene que ver por lo menos formalmente con las cosas mismas. Es sólo mi acto perceptivo el que las abarca en un solo campo. El carácter de campo está constituido en este caso por sólo mi acto perceptivo. El campo es entonces extrínseco a las cosas. Ciertamente las cosas mismas no son completamente ajenas a su posición en el campo: su tamaño, por ejemplo, no es ajeno a la posición en el campo. Pero así y todo, estas cosas que el acto perceptivo abarca en unidad, son las cosas por razón de su contenido específico.
Sin embargo, estas mismas cosas pueden y deben describirse no sólo por su contenido sino también por su formalidad: son cosas formalmente reales en la aprehensión. Por tanto es menester hablar de campo de realidad. Lo que impropiamente, como decía, llamamos campo perceptivo no es sino el contenido aprehendido del campo de realidad. En rigor debe hablarse tan sólo de un campo de cosas reales. El campo de realidad, a diferencia de lo que hasta ahora hemos llamado campo perceptivo, está abierto en y por sí mismo; es en y por sí mismo ilimitado. En cambio, descrito desde el punto de vista del contenido de las cosas, el campo está cerrado por las cosas que lo constituyen y lo limitan. El campo meramente perceptivo ofrece un panorama de cosas; el campo de realidad ofrece un panorama de realidades. […] Por tanto a diferencia del campo perceptivo (en el sentido de cosa contenida en el campo), que es extrínseco a las cosas, el campo de realidad es intrínseco a ellas: me está dado en la impresión de realidad. Esta realidad es, según vimos, formal y constitutivamente abierta. Y esta apertura concierne a la impresión de realidad en cuanto tal, por tanto a todos los modos de presentación de lo real. Entre ellos hay uno, el modo del «hacia». Lo que ahora me importa en este «hacia» es que las otras realidades son en este caso, como ya dijimos, otras cosas reales respecto de las cuales cada una es lo que es. Pues bien, esta respectividad es formalmente lo que constituye el momento de cada cosa real según el cual toda cosa está en un campo. Este campo pues está determinado por cada cosa real desde ella misma; de donde resulta que cada cosa real es intrínseca y formalmente campal. Aunque no hubiera más que una sola cosa, esta cosa sería «de suyo» campal. Esto es, toda cosa real además de lo que podemos llamar laxativamente respectividad individual, tiene formal y constitutivamente respectividad campal. Toda cosa real tiene, pues, los dos momentos de reidad individual y de reidad campal. Sólo porque cada cosa real es intrínseca y formalmente campal, sólo por esto es por lo que el campo puede estar constituido por muchas cosas.
Si queremos expresar con un solo vocablo la índole del campo tal como acabamos de describirlo, podemos decir que el campo «excede» de la cosa real en la medida misma en que es una apertura hacia otras. El momento campal es un momento de excedencia de cada cosa real. Como este momento es a su vez constitutivo de la cosa real, resulta que el campo es a la vez y «a una» excedente y constitutivo: es un «excedente constitutivo». ¿Qué es entonces más concretamente este momento campal de lo real, es decir esta excedencia?
El campo, decimos, es «algo más» que cada cosa real y por tanto algo más que la simple adición de ellas. Es una unidad propia de las cosas reales, una unidad que excede de lo que cada cosa es individualmente, por así decirlo. Como cosa y campo tienen, según vimos en la Parte Primera, carácter cíclico, esto es, cada cosa es «cosacampo», aquella excedencia puede verse desde dos puntos de vista: el campo como determinado desde las cosas reales, y las cosas reales en cuanto incluidas en el campo.
Vista desde las cosas reales, la excedencia campal es un modo de lo que hemos llamado en la Primera Parte, trascendentalidad. Trascendentalidad es un momento de la impresión de realidad, aquel momento según el cual la realidad está abierta tanto a lo que cada cosa realmente es, a su «suidad», como a lo que esta cosa es en cuanto momento del mundo. Es, en fórmula sintética, «apertura a la suidad mundanal». […] Es una excedencia trascendental. Y esto es propio de toda cosa real en y por sí misma. Pero cuando hay muchas cosas reales en una misma impresión de realidad, entonces la trascendentalidad es lo que hace posible que tales cosas constituyan una unidad supra-individual: es la unidad campal. Campo no es formalmente trascendentalidad, pero el campo es un modo sentiente (no el único) de la trascendentalidad. La respectividad de las muchas cosas sentidas se torna, en virtud de la trascendentalidad, en respectividad campal. La trascendentalidad es lo que sentientemente constituye el campo de realidad, es la constitución sentiente misma del campo de realidad. El campo como excedente de las cosas reales es el campo de su respectividad trascendental. A fuer de tal, el campo es un momento de carácter físico.
Pero hay que ver también las cosas mismas desde el campo. En este sentido, el campo es algo más que las cosas reales porque las «abarca». Al aprehender la formalidad de realidad, la aprehendemos como algo que ciertamente está en la cosa y sólo en ella, pero que es excedente de ella. Con lo cual esta formalidad cobra una función en cierto modo autónoma. Es no sólo la formalidad de cada cosa real, sino aquello «en que» todas las cosas van a ser aprehendidas como reales. Es la formalidad de realidad como ámbito de realidad. El campo es excedente no sólo como trascendental, sino también como ámbito de realidad. Es la misma estructura pero vista ahora no desde las cosas sino al revés, vistas las cosas desde el campo mismo.
El ámbito es un carácter físico del campo de realidad al igual que lo es su trascendentalidad: es ámbito de la cosa real misma. […]
En definitiva, el campo de realidad tiene dos grandes caracteres que expresan su excedencia respecto de las cosas reales. El campo es «más» que cada cosa real, pero es más «en» ellas mismas. El campo es, en efecto, la respectividad misma de lo real en cuanto dada en impresión de realidad. Y esta respectividad es «a una» trascendentalidad y ámbito. Son los dos caracteres que dan su pleno contenido a la respectividad. Como trascendentalidad, la respectividad constitutiva de lo real lleva en cierto modo a cada cosa real desde sí misma a otras realidades. Como ámbito es el ambiente que aloja a cada cosa real. Ámbito y trascendentalidad no son sino dos aspectos de un solo carácter: el carácter campal de lo real sentido. Este carácter es al que unitariamente llamaremos ámbito transcendental. La formalidad de lo real tiene así dos aspectos. Es por un lado, la formalidad de cada cosa en y por sí misma, lo que pudiéramos llamar muy laxamente formalidad individual. Pero por otro lado es una formalidad excedente en ella, esto es, es una formalidad campal. Y esta campalidad es ámbito transcendental. […]
§  3
ESTRUCTURA DEL CAMPO DE REALIDAD
Por ser ámbito trascendental, el campo de realidad puede contener muchas cosas reales. Pero no las contiene en cualquier forma, esto es como mera multitud. Por el contrario, esta multitud tiene caracteres estructurales muy precisos. […]
Unas cosas «entre» otras
Para descubrir las estructuras del campo de realidad, partamos del hecho de que la realidad, tal como nos está dada en impresión, tiene distintas formas, una de las cuales es el «hacia», según el cual la realidad nos lleva inexorablemente a otras realidades. […] Este «hacia» no es sólo un modo de presentarse la realidad sino que es, como todos los demás modos, un modo de presentación trascendentalmente abierto. Lo cual significa que toda cosa por ser real es en sí misma campal: toda cosa real constituye una forma de realidad «hacia» otra. Ciertamente el «hacia» es formalmente una forma de realidad, pero el «hacia» en apertura transcendental (propia de la impresión de realidad) es formalmente campal. Y como esta impresión es idéntica numeralmente en todas las cosas reales aprehendidas en impresión, resulta que en el campo determinado por la realidad de cada cosa están también las cosas. Es un momento estructural y formal del campo: el campo determina la realidad de cada cosa como realidad «entre» otras. El «entre» está fundado en la campalidad y no al revés: no hay campo por que haya unas cosas entre otras, sino que por el contrario unas cosas están entre otras sólo porque todas y cada una de ellas están en el campo. Y hay campo precisa y formalmente porque la realidad de cada cosa es formalmente campal. El «entre» no es un mero conglomerado. No es tampoco la mera relación de unas cosas con otras, sino que es una estructura muy precisa: es la estructura de la actualización de una cosa entre otras. Ciertamente el «entre» es un momento de la actuidad de lo real; una cosa real como tal cosa real está entre otras. Pero el «entre» tiene también un carácter de actualidad: la cosa está actualizada «entre» otras. No coinciden evidentemente ambos aspectos del «entre»: puede haber muchas cosas «entre» otras que no estén presentes intelectivamente en actualidad. Lo que aquí nos importa es este «entre» de actualidad. Es un carácter positivo propio de cada cosa real en cuanto campal. El «hacia» de la campalidad es ante todo un «hacia» en «entre», o mejor dicho, es un «entre» que tiene positivamente el carácter de un «hacia» de realidad.
[…] El campo como primer plano, como periferia, como horizonte, es justo la estructura de la posicionalidad, esto es, la estructura misma del «entre» como un «hacia». El campo no es sólo algo que abarca cosas, sino que antes de abarcarlas es algo en que están incluidas todas y cada una de ellas. […] «Entre» significa etimológicamente el interior determinado por dos cosas. Pero cada una constituye la posibilidad de esta determinación porque cada cosa es real en «hacia». De esta suerte el «entre» es el momento del ámbito transcendental.
Pero no es éste el único momento estructural del campo. Porque las cosas no sólo son varias sino también variables.
Unas cosas en «función» de otras
Todas las cosas son variables en el campo de realidad. Ante todo, pueden entrar y salir de él, o variar de posición entre las otras. Pero además cada nota, por ejemplo el color, el tamaño, etc., tomados en y por sí mismos son una cosa que puede variar y varía. […] toda cosa real está campalmente actualizada no sólo «entre» otras cosas sino también en función de estas otras. Posición, por ejemplo, es propio de una cosa «entre» otras, pero es un «entre» en que cada cosa tiene la posición que tiene en función de otras, y varía en función de ellas. Una cosa real puede desaparecer del campo. Pero esto jamás es una especie de volatilización de esa cosa, sino que es un dejar de estar «entre» otras, y por tanto desaparece siempre y sólo en función de estas otras. La unidad del momento campal y del momento individual es un «entre» funcional. Es lo que llamo la funcionalidad de lo real. […] Pues bien, el modo de inclusión campal de cada cosa real tiene carácter intrínseco y formal de funcionalidad.
¿Qué es esta funcionalidad? Ya lo decía: es dependencia en el sentido más lato del vocablo. Esta dependencia funcional puede adoptar formas diversas. Citemos algunas de especial importancia. Así, una cosa real puede variar en función de otra cosa real que la ha precedido: es la mera sucesión. Sucesión es un tipo de funcionalidad. Lo propio debe decirse de una cosa no sucesiva sino más bien coexistente: una cosa real coexiste con otra. Coexistencia es ahora funcionalidad. […] Pero hay todavía otras formas de funcionalidad. Las cosas reales materiales están constituidas por puntos. Cada punto está «fuera» de los demás: es un ex. Pero no es algo que está simplemente fuera, sino que es un ex que está en unidad constructa respecto «de» los demás ex puntuales de la cosa. Lo expresamos diciendo que todo ex es un «ex - de». En su virtud cada punto tiene una necesaria posición respecto de otros puntos por razón de su «ex - de». Esta cualidad de posición en el «ex - de» es lo que llamo espaciosidad. Es una propiedad de cada realidad material. Pues bien, la funcionalidad de las cosas reales espaciosas en cuanto espaciosas, es el espacio: es la espacialidad. El espacio está fundado en la espaciosidad. Y esta funcionalidad pende de las demás notas de las cosas. Es decir, son las cosas las que determinan la estructura de la funcionalidad, esto es, la estructura del espacio. Esta determinación es a mi modo de ver el movimiento: la estructura del espacio es entonces la impronta geométrica del movimiento. Naturalmente, no me refiero al espacio geométrico sino al espacio físico. Puede ser muy varia: la estructura topológica, afín, métrica, y dentro de esta última caben las distintas métricas, la euclidiana y las no-euclidianas. Sucesión, coexistencia, posición, espaciosidad y espacialidad, etc., son tipos de funcionalidad. […]
Repito, la funcionalidad es un momento de la realidad de cada cosa campal. Toda cosa es un «hacia» trascendentalmente abierto a otras cosas reales. Cada cosa es formalmente real por ser «de suyo». Pues bien, cada cosa real está «de suyo» trascendentalmente abierta, y esta apertura tiene una dimensión formalmente funcional. Esta actualización campal funcional es propia de la unidad de todos los modos de realidad sentida, uno de los cuales es el «hacia». Lo campal es funcional en «hacia».
De ahí un carácter esencial de la funcionalidad. No es una funcionalidad que concierne primariamente al contenido de las notas de lo real, sino que concierne a su propia actualización como real. […] Se trata de la funcionalidad de lo real en cuanto real. He aquí algo esencial. […]
Pues bien, esta funcionalidad es la que se expresa en la preposición «por». Todo lo real «por» ser campalmente real es real funcionalmente, «por» alguna realidad. Este «por» es algo sentido y no algo concebido. El sentir humano es un sentir intelectivo, es radicalmente impresión de realidad; es algo dado «físicamente». Por tanto la intelección ulterior se mueve físicamente en esta realidad físicamente dada. La intelección no tiene que llegar a la realidad sino que está ya formalmente en ella. Ahora bien, como esta realidad se actualiza campalmente, la campalidad es un momento de la impresión de realidad. Y por tanto, la funcionalidad misma es un momento dado en la impresión de realidad. Está dado como momento formal suyo. No se trata, pues, de una inferencia o cosa similar, sino que es un dato inmediata y formalmente dado en la impresión de realidad.
Pero recíprocamente, el dato es dato de simple funcionalidad. Es esencial insistir en este punto para evitar graves equívocos.
Ante todo, funcionalidad no es sinónimo de causalidad. La causalidad no es sino un tipo entre otros de funcionalidad. […]
La causalidad es solamente un tipo de funcionalidad, y además sumamente problemático. […] El «por» es funcional, pero eso no quiere decir que sea causal. […]
En segundo lugar, esta funcionalidad está formalmente sentida, es decir, no es sólo algo accesible, sino que es algo ya físicamente accedido en la intelección sentiente, en el «hacia» transcendental. […]
En tercer lugar, […] la funcionalidad está dada en impresión, pero no en su contenido sino en su formalidad de realidad, porque es un momento del «hacia». Y el «hacia» no es juicio. Como tal no es un a priori de la aprehensión lógica de objetos, sino un dato de la impresión de realidad. De ahí que el objeto formal del conocimiento no es la causalidad sino funcionalidad. La ciencia de que Kant nos habla (la física de Newton) no es ciencia de causas sino ciencia de funciones de lo real en cuanto real.
***
En definitiva, el campo de realidad tiene una estructura determinada por dos momentos: el momento del «entre», y el momento del «por». Cada cosa es real en el campo entre otras cosas reales y en función de ellas. Estos dos momentos no son independientes. La funcionalidad, el «por», es en rigor la forma del «entre» mismo. La forma de estar «entre» es funcional. […]
En este campo así determinado en y por cada cosa real aprehendemos en intelección ulterior lo que las cosas ya aprehendidas como reales son en realidad. Es una intelección modal de su primordial aprehensión. ¿Cuál? Es el tema del capítulo siguiente.



[1] ZUBIRI Xavier, Inteligencia Sentiente, Editorial Tecnos, España 2004, págs. 197-208.