miércoles, 7 de diciembre de 2011

CAMPO Y LUGAR EN ARQUITECTURA

Las teorías de los Campos y la noción de Lugar en arquitectura
El ingreso de la arquitectura al racionalismo y con él al funcionalismo de principios del siglo pasado, nos ha embarcado en una línea de pensamiento y de concepción de arquitectura totalmente restrictiva, simplificadora y despojante de una serie de aspectos imprescindibles para la comprensión de las cosas en un paradigma de la complejidad que hoy cobra importancia. Pero también hubo quienes los incluyeron en la misma época, tanto en arquitectura como en otras disciplinas y ciencias (psicología social, dinámica de grupos, psicología del arte, filosofía, en morfogénesis de la biología, etc.). Es necesario meditar seriamente esta omisión para activar nuevamente esta línea olvidada de pensamiento que puede aportar beneficios enriquecedores en todos los ámbitos del saber. Me refiero a un concepto que quizás tiene su origen teorético en la teoría de los campos electromagnéticos de Maxwell y otros, y que posteriormente, en todo el siglo pasado, teorías similares se fueron incorporando, aunque aisladamente, en los diferentes ámbitos del saber: el concepto de campo.
¿En qué consiste el concepto de Maxwell (1831-1879)? En su Tratado de Electricidad y Magnetismo de 1873 encontramos la descripción, en términos espacio-temporales de la naturaleza de los campos electromagnéticos en cuatro ecuaciones diferenciales. Hay que entender un campo en física, como una región (espacial) en la que se ejerce sobre un objeto, una fuerza, gravitatoria, magnética, electroestática o de otro tipo. Se supone, para hacerlo más visual que, estas regiones están recorridas por líneas de fuerza imaginarias de densidad variable, juntas donde el campo es más intenso y, las líneas más espaciadas donde es más débil. En cualquier punto, la dirección del campo es igual a la dirección de las líneas de fuerza y la intensidad del campo es inversamente proporcional al espacio entre las líneas.

Una imagen que muestra claramente esto es la del campo magnético de una barra de imán en la configuración de las limaduras de hierro que indican la intensidad y dirección del campo en cada punto. Ver imagen arriba. Líneas de fuerza magnéticas de un imán.

El mismo principio se puede observar en la imagen de arriba que muestra un campo magnético intenso que rodea a la Tierra, como si el planeta contuviera una barra magnética enorme en su interior que configurará este campo y que nos protege de las radiaciones solar, y del espacio exterior.
En resumen, ésta noción de campo en electromagnetismo, hace aparecer un espacio con forma que está organizado por fuerzas magnéticas que determinan conformaciones de organización campal específicas a los objetos que sean susceptibles de ser influenciados por estas fuerzas. Hay que remarcar que lo que se ve son los objetos dispuestos de un cierto modo en un espacio real y concreto y lo que no se ve son las configuraciones de fuerzas que determinan ese campo y lo organizan de una cierta forma.
En la primera mitad del siglo pasado el psicólogo germano-estadounidense Kurt Lewin (1890-1947) publica varios libros donde aparece nuevamente el concepto de campo, en este caso un campo psicológico-social.  
En sus trabajos estudió los problemas de la motivación de individuos y grupos, e investigó sobre el desarrollo infantil y las características de la personalidad. Lewin amplió la teoría de la Gestalt (conformación de perceptos) a una “teoría social de campo” que fue la base de la psicología social y desarrolló el concepto de espacio vital de una persona, que abarca no sólo su entorno, sino también lo espiritual y lo mental. Su trabajo tuvo una influencia decisiva en la investigación psicológica moderna. Hay que mencionar que en esa época la psicología hegemónica era la conductista cuyo enfoque es totalmente empírico es decir que el objeto de su interés es estrictamente aquello que se puede observar y medir: la conducta; y ésta opera, según ellos, por un mecanismo de estimulo – respuesta y reforzamiento. Frente a esto, Lewin está convencido que para poder explicar la conducta, ésta viene determinada por una totalidad organizada de acontecimientos en dos conjuntos complejos, aquellos provenientes de la persona (P) (sensaciones, emociones, pensamientos, creencias) y aquellos provenientes del entorno (E) socio-físico, expresado en la fórmula de la conducta (C) en función de ambos: C = f (P, E). La conducta, en este caso se ubica siempre en un espacio propio de cada individuo que Lewin lo llamó espacio vital donde el individuo desarrolla su vida cotidiana. Para efectos de sus análisis, un espacio vital contiene ciertos propósitos personales que son vectores de fuerza y los componentes del ambiente socio-físico de su entorno adquieren valencias positivas o negativas en relación a sus propósitos. Entonces, su pre-conducta está sometida a fuerzas que atraen o repelen su acción, y sólo conociendo el sistema vectorial completo para cada individuo y para cada acción, es posible explicar o predecir la conducta, sino, no. Claro está que estamos hablando de un Hombre normal que no está sometido a ningún sistema de manipulación que lo pretenda entender como robot, porque ahora ya hay muchos de esos (hombres robotizados) en el sistema actual.

En resumen comprendemos que en el ámbito de la psicología ampliada al ambiente, cada conducta de cada individuo es posible explicar o predecir en el momento en que ocurre, sólo a partir del campo topológico vectorial que se configura en función de esa persona y su entorno considerado como espacio vital. Aquí hay que remarcar dos cosas. La primera es que Lewin fue capaz y con éxito, de trasladar a la psicología que el desarrolló, el concepto de campo magnético de la física y este no es un reduccionismo. Y, en segundo lugar, fue capaz de incorporar otros componentes no visibles ni medibles cuantitativamente, sino valorados cualitativamente (valencias positivas y negativas que la persona hace del entorno) que están en su concepto de campo y que, de la resolución de ese particular sistema vectorial de fuerzas resulta la conducta y cuya consideración es la única que permiten explicar o predecir esa conducta de un individuo en ese momento.

Siguiendo en el ámbito de la psicología, contemporáneo de Lewin y compañero de universidad, surge otro destacado psicólogo que desarrolla una psicología de la percepción y del arte. Rudolf Arnheim (1904- 2007) publica su último libro en 1983 en el que desarrolla un estudio sobre la composición en las artes visuales tocando el tema de la centricidad y la excentricidad que tiene que ver con una teoría del campo, en este caso se trata del campo de representación de las artes visuales, concretamente la superficie de la tela de un cuadro.

Dice Arnheim: “desde la perspectiva propia y genuina de la expresión artística, las formas son configuraciones de fuerzas,…si queremos dar cuenta de las estructuras compositivas, no debemos comenzar hablando de formas o de objetos, sino de vectores. Entenderemos que un vector es una fuerza que desde un centro de energía, se lanza, como una flecha, en una dirección concreta. Cuando un sistema puede expandir libremente su energía por el espacio, lanza equitativamente sus vectores hacia todas partes, como rayos que emanan de una fuente de luz”. 

“La aureola simétrica resultante es el prototipo de la composición céntrica (fig. 1). La centricidad es siempre preeminente tanto a nivel físico como a nivel genético y psicológico. Luego si aparece un segundo polo de fuerza al lado del primero, la orientación céntrica pasará a ser excéntrica (fig. 2). Si trazamos unas rejillas a partir de las posibilidades direccionales que la realidad nos ofrece, podemos concebir rejillas circulares, ortogonales en base a la horizontalidad y verticalidad de nuestra condición sobre la Tierra o, por último la combinación entre ambas para organizar ese campo de representación (fig.5). La figura 6 muestra en esquema, la acción de tales fuerzas, dentro del armazón estructural dado. En ambos casos, la combinación de dos esquemas formales mutuamente dispares produce una relación sumamente compleja.”[1]

En resumen, la teoría de Arnheim sobre la composición en artes visuales nos muestra que sólo a través de la incorporación de una noción de campo dinámico de fuerzas es posible abordar un análisis pertinente de una obra de arte. El resultado de sus análisis en muchas obras de diverso género ha mostrado la presencia de sistemas compositivos céntricos y excéntricos que no son explícitos sino que hay que reconstruirlos para comprender el modo en que se generaron y el sentido que resulta de la intención del artista. También deja muy clara una diferencia entre una rejilla geométrica que es estática y un sistema vectorial que coincide con la rejilla pero que al incorporar la idea de centricidad y vectores de fuerza que estos emiten, el sistema se vuelve dinámico y es esto lo que en realidad aprecia e impacta al espectador aunque no lo sepa conscientemente.

A mi juicio, el filósofo que aborda de forma más general y completa el tema de estos casos sobre campos de fuerza aplicados que hemos venido reuniendo es Xavier Zubiri (1898-1983) en su principal obra: La Inteligencia Sentiente que se escribe del 80 al 83 del siglo pasado. Es importante mencionar cómo llega Zubiri a abordar este tema de los campos como Campo de Realidad al que dedica el capítulo II del segundo libro. Para Zubiri el ser humano puede definirse como “animal de realidades” que posee una “inteligencia sentiente”: su función primera estriba en enfrentarse de un modo sentiente con la realidad de las cosas. Para Zubiri será, pues, necesario abordar el análisis de la intelección humana, que es uno de los modos más eficaces que el hombre tiene de afrontar el mundo. A este análisis dedicó los tres volúmenes de su gran trilogía Inteligencia sentiente: Inteligencia y realidad (1980), Inteligencia y logos (1982) e Inteligencia y razón (1983). La inteligencia permite que el ser humano realice la aprehensión primera de las cosas como reales. Esta aprehensión se expresa mediante el logos, que sólo supone una manifestación lógica de las cosas reales, pero esa aprehensión no equivale a su conocimiento. El nivel de la razón es el nivel más importante de apertura a la realidad: permite superar el mero entendimiento racional y llegar al conocimiento. Mediante la razón se conoce de verdad lo que es la realidad y se alcanza el sentido de la existencia humana como religada y abierta a la trascendencia.

La teoría del campo de realidad de Zubiri nos proporciona ya una mirada estructurada en ese sentido. Define un campo como ámbito real o imaginario propio de una actividad. Su contenido son las cosas que hay, el tamaño y la disposición de las cosas en el campo que lo limita y lo cierra. Reconoce que un campo se constituye a partir de la/las cosas que están en él de tal manera que en su organización podemos reconocer un centro que por proximidad arma un primer plano que podemos diferenciar de un fondo donde las otras, constituye el dominio de lo demás por alejamiento. Aquellas se articulan con el primer plano por destacamiento de este sobre el fondo de lo demás. Pero también hay cosas que no pertenecen ni al primer plano ni al fondo. Quedan en la periferia del grupo como una zona variable de lo indefinido. La línea que bordea la totalidad del campo, que determina lo que positivamente abarca el campo como momento del mismo y determina un panorama como totalidad es el horizonte. El horizonte marca aquello que queda fuera del campo. El puro fuera es lo no definido. El campo es variable por amplificación o por retracción. La amplitud es el modo mismo de su unidad campal. Es el desplazamiento del horizonte. Las variaciones se dan por reorganización interna. Por último el campo es intrínseco a las cosas; son cosas-campo, ofrece un panorama de realidades, es abierto en si mismo e ilimitado.

Resulta sorprendente, después de revisar este recorrido, que no es exhaustivo ni mucho menos, que recién al finalizar el siglo XX, occidente haya llegado a vislumbrar unos saberes relacionados con los campos de realidad que provienen de representantes que no están precisamente en la corriente de la cultura y la ciencia hegemónicas sino que han transcurrido por caminos periféricos y no han tenido como era de esperar, el impacto que debían porque la dirección que la cultura occidental le imprimió al conocimiento era otra.

Hace 5.200 años entre los territorios de los reinos de la antigua China se empieza a reunir las primeras ideas que tratan de la sabiduría de las costumbres del viento y del agua para vivir en armonía con el entorno. Se trata de lo que después fue el Fêng Shui como lo conocemos ahora. Se creía que el viento, el agua, la lluvia, la niebla, el sol y las nubes eran la energía del cielo y de la tierra. La energía que se mueve es nutritiva, y la energía estancada es destructiva. Recién el siglo VI d.C., los fang-shih (los expertos en las técnicas esotéricas) fueron absorbidos por las sectas taoístas. En manos de los fang-shih, las artes de la adivinación se convirtieron en una rama del conocimiento; la teoría del yin y el yang y de los cinco elementos formaba la base filosófica de la adivinación; los trigramas y hexagramas del I-Ching servían de marco para esa práctica que se complementaban con el empleo del calendario, la brújula y los registros terrestres y celestes que se hacían desde mucho tiempo. El Fêng Shui se convirtió en una práctica profesional en tiempos de la dinastía Han (206-220 d. C.). Fue el maestro Ch’ing Hu el que escribió un tratado sobre la selección de los lugares de enterramiento. Recién en la dinastía T’ang (618-960 d. C.) se desarrolla las maneras de reunir tantos saberes y se produce la preferencia de algunos por la práctica de la utilización de las formas terrestres tales como las venas del dragón (líneas de energía en el territorio), y otros se centran en la interacción entre la posición de los cuerpos celestes y la dirección, y hay quienes lo utilizaban para conocer las pautas de la energía que fluyen en el paisaje.

Según el pensamiento taoísta, la adivinación es el arte de leer las pautas del Universo para poder admirar el flujo y la permanencia del Tao y para poder intuir la interdependencia de todas las cosas. La verdadera sabiduría del Fêng Shui comienza cuando reconocemos nuestro lugar en el Universo, dice Eva Wong[2], que no es necesariamente un lugar dominante, sino un lugar para desempeñar nuestro papel en el plan de las cosas. Este reconocimiento y esta aceptación nos permiten percibir las energías presentes en el entorno y trabajar con ellas. El Fêng Shui nos permite tener una visión del mundo en la que nos reconozcamos como colaboradores de la naturaleza en vez de cómo sus amos. La energía primordial del Tao que comparte toda la creación da vida a una forma y vuelve a liberarse cuando la forma se disuelve en el cosmos para volver a dar vida de nuevo a otra forma. Nosotros nos centramos en las diferencias entre las cosas. Cuanto más cerca estamos del Tao, mejor podremos ver el flujo de energía en todas las cosas.

Demás está decir que la inclusión de este intermedio sobre el Fêng Shui, excede en mucho el problema de los campos de energía, pero cuando el Fêng Shui se lo utiliza para tratar con las cosas, estas inmediatamente abren campos energéticos que son reconocidos por este arte-ciencia porque están subsumidos en él. El único aspecto que hay que tener siempre presente es que al ser la herencia de la sabiduría China, es un saber cultural chino y es una manera de organizar los campos y las cosas que hay en él, quizás la más completa y exitosa hasta el momento, pero una. Seguramente que podemos construir otra en base a saberes provenientes de nuestros pueblos originarios como los Hopy, los Mayas o los Tiwanacotas y Callawayas..

Recientemente reaparece en nuestro medio la discusión sobre el territorio, a partir de una serie de acontecimientos estructurales de cambio y se publican visiones diversas que hay que analizar en relación al tema. Voy a rescatar de dos publicaciones, la idea que los autores establecen sobre el concepto de territorio. La primera aparece en un libro de Luis Tapia titulado “Territorio, Territorialidad y construcción regional amazónica” del 2004, y la segunda aparece en un artículo del periódico La Razón, en el suplemento Ventana el 10 de abril del 94 escrito por Raúl Prada Alcoreza titulado “la problemática Territorial”.

En el esfuerzo de desentrañar la naturaleza de las categorías espacio y territorio, Luis Tapia define el territorio como: “recorte de la totalidad, delimitación geográfica y ámbito de intervención para el desarrollo como crecimiento económico y modernización”. Tiene límites que lo identifican y coincide en este caso con la división provincial, cantonal y parroquial[3]. También se le puede aplicar la división ecológica-económica y agrupar más de una provincia e inclusive más de un país.

Propone diferenciar de la categoría territorio la de territorialidad que se refiere más a las relaciones sociales con significación subjetiva que están sobre un territorio, donde operan relaciones de poder, la cultura y la identidad. La territorialidad, dice Tapia, “está ligada a sentimientos locales y supra locales; se organiza en relación con el entorno y a partir de la cotidianidad. La territorialidad nos permite mirar los acontecimientos que suceden en el territorio desde una perspectiva histórica, inclusive nos permite identificar acontecimientos que tienen una territorialidad y espacio-temporalidad discontinuos. Me imagino que Tapia está pensando en los residuos que quedaron de aquella forma de la territorialidad llamada “archipiélago andino” y que quedan todavía indicios de su antigua existencia (fines del primer milenio d.C.) sobre un territorio estructurado de otra manera por la colonia.

Al hacer esa distinción entre territorio y territorialidad, Luis Tapia está utilizando un recurso intelectivo muy conocido, aquel de separar por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o de forma esencial o nocional, es decir, examinar la naturaleza de las cosas.

Raúl Prada decide hacer otro tipo de consideración más de carácter holótico, es decir que para él, territorio es ambas y, por lo tanto, es un término objetivo-subjetivo a la vez. Denota un espacio geográfico naturalmente, pero connota posesión, supone “reconocimiento de sus huellas, señales y marcas”. El territorio es para la cultura, dice Raúl, su memoria material: una escritura, ámbito de la comunicación social. Entonces le aplica la mirada arqueológica y llega a otra distinción. Aplicando la condición de historicidad del territorio reconoce que su conformación es un proceso de territorialización que es lo que sucedió con las comunidades originarias hasta la llegada de los españoles, donde comienza un proceso de desterritorialización que continúa hasta hoy incluso con la irrupción de la urbanización del territorio y la aspiración a la conversión del habitante en ciudadano urbano. Pero todo proceso de desterritorialización tiene, por la resistencia del territorio mismo y de la historia de la humanidad, un proceso de reterritorialización consecutivo. Todo esto se empieza a ver ya con la noticia de pequeñas comunidades que vuelven al territorio a retomar la vida territorializada.

Entonces podemos afirmar, después de haber hecho este recorrido desde los orígenes de la noción  de campo en la ciencia, hasta los interesantes planteos sobre el territorio recién expuestos, que con territorio estamos frente a un tipo psico-socio-geográfico, un poco más específico que campo de realidad de acuerdo a la caracterización que hizo  Zubiri. Y que el proceso de la construcción de un nuevo estado plurinacional implica procesos de reterritorialización tal como lo entiende Raúl.

El año 2009 la editorial Plural publica las ponencias de un seminario internacional que se realizó en La Paz el 2008 sobre desarrollo territorial y desarrollo rural. Carlos Julio Jara director de desarrollo rural del IICA (Costa Rica) presenta una ponencia que relaciona el desarrollo rural con una teoría de los Campos Mórficos que se debe a Rupert Sheldrake, un biólogo inglés que la postula el 95 en su libro Una nueva ciencia de la vida, donde aparece la Teoría de los Campos Mórficos que pretende ser una explicación de cómo las cosas toman sus formas o patrones de organización o propiedades auto-organizativas. Esto atañe a cosas tan diversas como galaxias, átomos, cristales, moléculas, plantas, animales, células, sociedades. Esta teoría asume que la causa de las formas es la influencia de campos organizativos, campos formativos. Hay una especie de memoria integrada en los campos mórficos de cada cosa auto-organizada y, las regularidades de la naturaleza las concibe Sheldrake, como hábitos más que cosas gobernadas por leyes matemáticas.

Al buscar una explicación causal, los biólogos no han podido hasta ahora explicar, por ejemplo, cómo un roble adquiere su forma a partir de una bellota. No parece haber de ninguna manera obvia una equivalencia de causa y efecto, ni siquiera en el ADN, asevera Sheldrake. Primero aparece la hipótesis de los Campos Morfogenéticos como una posible explicación a través de dos ejemplos: si partes un imán en pedacitos, obtienes montones de pequeños imanes, cada uno con su campo magnético completo. Un holograma, imagen plana que muestra un objeto en el espacio tridimensional, cuyas partículas contienen información de la totalidad de la imagen y está basada en patrones de interferencia en el interior de campos electromagnéticos. Los campos tienen propiedades holóticas. Cada especie tiene sus propios campos y en el interior de cada organismo existen campos dentro de otros campos. Hay campos para todo el cuerpo, para cada parte, para los diferentes tejidos, para las células, moléculas y átomos, etc. Lo importante es que estos campos poseen una especie de memoria inherente que se deriva de formas previas de un tipo similar. Mediante un proceso de “resonancia mórfica” existe una conexión de influencia de lo similar sobre lo similar, basada en lo que le ha ocurrido a la especie en el pasado. Esta idea se aplica no sólo a organismos vivos sino también a moléculas, cristales e incluso a átomos. Estos principios de la forma biológica encontrados por Sheldrake, él mismo lo dice, se aplican también al comportamiento, a las formas de la conducta y a los patrones de comportamiento, es decir, lo que Lewin concibe como campo de fuerzas, eran en realidad campos mórficos de conducta que operan por resonancia. El  aprendizaje de una determinada conducta por el resto de los miembros de la misma especie parece acelerarse con el tiempo y que incluso, opera en espacios discontinuos y permite la propagación evolutiva de un nuevo hábito que depende de una especie de memoria colectiva debida a la resonancia mórfica.

Lo interesante es que a Jara se le ocurre rescatar la idea de los campos de forma, o estructuras de orden que posibilitan la transmisión de información sin mediación alguna, que tienden a mantener comportamientos anteriores, trasladándola  a comunidades rurales territorializadas que aprendan a relacionarse con la naturaleza de determinada manera, sus semejantes están en la posibilidad de aprender ese hábito más fácilmente por resonancia e influir de esta manera en el rumbo de los procesos para vivir bien de gran parte de la población en esas condiciones y que este proceso, se puede generalizar hasta en todo el mundo siempre que otras fuerzas no bombardeen el proceso.

Ahora vamos a poner en relación la idea de campo expuesta hasta el momento, con las ideas de lugar bajo la sospecha de que ambas ideas devienen por el mismo sendero aunque podamos identificar algunas notas distintivas.

Las ideas de lugar en arquitectura, han sido estudiadas ampliamente por Muntañola[4] a partir de una pregunta: ¿qué es un lugar para vivir? “el lugar es una interpenetración sociofísica en la que  el hablar y el habitar, el medio físico y el medio social, y el conceptualizar y el figurar se entrecruzan de forma simultánea, pero sin identificarse.” El lugar, definido así, se estructura de muchas maneras simultáneamente, pero fundamentalmente de tres maneras complementarias que se equilibran dos a dos: “a) Cruzando el hablar y el habitar el lugar toma la forma de itinerarios sociofísicos en los cuales los hechos físicos exteriores e interiores al cuerpo, están relacionados ‘a priori’ en el relato mítico del hablar, transmitido oralmente de generación a generación. b) Cruzando el medio físico y el medio social el lugar toma la forma de un campo funcional ‘radiante’, en el que las líneas de fuerza son las formas físicas del lugar y, a la vez, los posibles itinerarios funcionales que permite ese lugar. Estas líneas de fuerza expresan el orden y la jerarquía sociofísica que tiene el lugar, o si se quiere, su poder simbólico real y, al mismo tiempo, emocional. c) Por último, el lugar puede estructurarse cruzando la conceptualización y la figuración en busca de un constante e inalcanzable equilibrio lógico entre la inteligibilidad conceptual y la figurativa en el lugar, y entre ‘itinerancia’ y ‘radiancia’.”[5]

Entonces vemos que en esta estructura que pretende aprehender la complejidad de los lugares, aparece la noción de campo en la dimensión que resulta del cruzar el medio físico con el social, como campo funcional radiante. Hemos visto más arriba con Arnheim que en composición artística se generan, por la colocación de una figura en el lienzo, la aparición inmediata de una en relación a las demás figuras de una pintura y, esta centricidad funcional es radiante por las fuerzas que despliega. Tenemos que decir con claridad que centricidad no es lo mismo que centralidad. Centralidad es la cualidad o propiedad de algo de estar en el centro físico, espacial en un momento dado. Mientras que centricidad es la propiedad de generar una jerarquía de poder en relación a dos o más cuerpos y no necesariamente referida al espacio. Centricidad connota jerarquía más que ubicación. En algún caso particular pueden coincidir pero no necesariamente.

Lo mismo ocurre en psicología social desarrollada a partir de Lewin. Si ese cuerpo es una persona, (y me refiero a persona como la entidad considerada desde su dimensión psíquica,  mental y emocional), la conducta que esa persona manifiesta no se puede explicar si no incorporamos las otras personas determinadas, en un campo determinado, que siempre interactúan con esa persona para modificar la conducta resultante en un momento determinado. En este caso vale la expresión: esté donde esté, yo soy el centro de la realidad y a partir de eso actúo de esta manera.

Y así podemos reflexionar en cada uno de los ejemplos seleccionados anteriormente para concluir que todos construyen sus propuestas teóricas sobre los campos, en base a la especificidad de su ámbito de conocimiento, pero todas ellos incorporando la idea de campo no como un el campo, sino el campo como un componente imprescindible de cualquier ciencia o disciplina que pretenda comprender, explicar o predecir la realidad.

Entonces, ¿cuáles son los caracteres de un lugar en arquitectura? Naturalmente que tenemos que comenzar enumerando un campo de realidad con todas sus propiedades y características. Pero como los campos son campos-cosas, entonces debemos especificar qué conjunto de cosas abren campos de realidad más específicos. Yo diría, si podemos desagregar un poco esta totalidad unitaria del objeto de estudio de los arquitectos, debemos reconocer al hombre, las cosas de la realidad y los campos de realidad que estos dos componentes anteriores necesariamente despliegan.

El hombre en todas sus dimensiones: la dimensión física como cuerpo, el hombre en su dimensión psíquica como persona, el hombre en su dimensión social como ser social y miembro de algún grupo social o de varios a la vez; la pareja, la familia, el club, el partido, la clase, la etnia o la tribu. Y por último y no en último lugar, el hombre como ser espiritual.

Mientras que las cosas reales con las que el hombre tiene que ver para la configuración de lugares, se circunscriben  a un sistema completo constituido por objetos y asientos en el sentido lato y sus correspondientes campos. Me explico, si uno compra un equipo de música para colocarlo en su casa, uno debe tener ya un mueble donde colocarlo. Este mueble adquiere el carácter de asiento de ese objeto y encadena ambos en un sistema. Pero ese equipo colocado sobre ese mueble no sólo ocupa un lugar sobre esa superficie que lo recibe como asiento, sino que para poder operar con él es necesario que a su alrededor se abra un espacio que permita a la persona encenderlo, colocar el disco y calibrar el volumen. Este espacio que el equipo requiere para que la persona lo opere constituye el campo que entre todos ellos (equipo, mueble, persona) se abre y que en conjunto configuran un lugar en un ambiente de un edificio y es lo que se debe entender por unidades mínimas de carácter atómico que configuran los ambientes de carácter molecular que se alojan en habitaciones de esas edificaciones.

En los años 40s del siglo pasado se publica en Alemania Arte de Proyectar en Arquitectura de Ernt Neufert, un compendio bastante completo de tipos arquitectónicos y sus soluciones en planos, todos ellos en el enfoque racionalista y funcionalista de la época con una serie de cartillas previas con medidas tanto del cuerpo humano como de los objetos  y de los espacios requeridos. Toda esta infinidad de especificaciones métricas de objetos, muebles, movilidades y habitaciones que este ha producido en la sociedad industrial de la segunda guerra mundial están en milímetros y están relacionados con los campos de las cosas pero no explícitamente y cuando está presente reduce la noción de campo exclusivamente al espacio métrico que hay que considerar en forma cuantitativa. Si bien no le restamos ningún valor a esta inmensa obra, hay que tener presente que la décima edición de esta obra el año 45 cuando finaliza la guerra estaba destinada a convertirse en El Libro para la reconstrucción de la Alemania destruida por la guerra y, en segundo lugar,  como el mejor parámetro para encontrar los mínimos métricos requeridos en la tarea reconstructiva. Esta obra también constituye la base sobre la cual se desarrolla la inmensa batería de normas que el pueblo alemán ha introyectado de tal manera en su visión de la realidad que se hace imposible hacer nada si no está basado en ellas porque de seguro que ya existen para absolutamente todo lo que pueda ser diseñado y construido o fabricado en Alemania. Recién entonces es posible comprender por qué todo funciona como un reloj. Pero la vida no es métrica y racional solamente. Requiere de las otras dimensiones cualitativas que sí creo que están incorporadas en la noción de campo como componente de los lugares y que este libro se salta para desembocar en una arquitectura fría y sin interés que todavía podemos apreciar en casi todas las ciudades de la Europa reconstruida y posteriormente en América toda, hasta nuestros días.

Este ensayo, con el abordaje de un componente (la noción de campo) ha pretendido mostrar que en algún momento de la historia se abrió, para el pensamiento occidental, la posibilidad de pensar la realidad en forma más integrada con aquel componente que, es parte de las preocupaciones de los arquitectos. Este concepto que ha sido concebido como espacio es mucho más que eso. Al redefinir espacio en los términos de campo estamos logrando establecer conexiones con las demás áreas del conocimiento que lo hayan incorporado y posibilitando con ello construir una teoría para la arquitectura enraizada con nuestra realidad multicultural, puesto que es en éste componente que se expresan los cambios de una cultura a otra. Esta preocupación, si bien es más específica, proporciona a la vez una posibilidad más general para la teorización y una actualización en base a las demandas más recientes que las teorías ya existentes no satisfacen. Quedan sin embargo por tratar algunas otras preocupaciones que serán objeto de posteriores entradas el próximo año.



[1] ARNHEIM Rudolf, El poder del centro, Estudio sobre la composición en las artes visuales. Ed. Akal S.A. Madrid 2001.
[2] WONG Eva, libro completo de Feng Shui. Gaia Ediciones, Madrid 2004
[3] El trabajo del Dr. Tapia fue realizado para el Ecuador donde rige esta división político-administrativa.
[4] MUNTAÑOLA Josep, La Arquitectura como lugar, Editorial Gustavo Gili, 1974, Barcelona y Topogénesis I, II, y III de Oikos Tau Ediciones, 1979, Barcelona.
[5] Muntañola, Op. Cit. 1, pág. 53.

lunes, 5 de diciembre de 2011

UN PEQUEÑO DESCUBRIMIENTO:

Un campito de Recreo


Una algarabía intempestiva me hizo saltar de mi escritorio para asomarme a la ventana del tercer piso y averiguar de qué se trataba. Todos los niños de primaria, de la escuela del frente salían al recreo a una cancha de básquet pavimentada que podía observar casi en su totalidad porque estaba pegada a la calle y sólo un muro ciego de cárcel la separaba de la calle. Lo sorprendente era que, en cuanto sonaba el timbre del recreo, todos a la vez y gritando, salían a dicha cancha y la ocupaban casi completamente. El estruendo duraba diez o quince minutos y luego sonaba el timbre de nuevo para que retornen a clases de nuevo. Claro que el retorno no era de la misma forma. Ya sospecharán que no lo hacían de buena gana y tardaban mucho más en apagarse sus voces desenfrenadas. Había que obligarlos y lo hacían por medio de otras voces, enérgicas y de mayores que gritaban órdenes de mando y salían provistos de unos palos para arrearlos a sus cursos porque siempre había algunos que rompían el cerco y volvían a correr desenfrenados por la cancha tratando de robarle algunos minutos a las clases siguientes.

Un día, después de habituarme a las interrupciones auditivas que nunca pasaban desapercibidas, me pongo a mirar la cancha sin mirar nada puntualmente sino tratando de percibir la totalidad que no parecía tener ningún orden. Era una masa bulliciosa repleta de niños y niñas donde había aquellos que conversaban a los gritos y otros que corrían entre medio de los que conversaban. Cuando me fijo un poco más los que corrían en realidad lo hacían detrás de una pelota. Y había muchas pelotas de futbol que se deslizaban por el piso y saltaban por encima de la multitud de rato en rato. Había equipos de futbol en pleno partido en medio de la multitud. Pero no dos, sino muchos. Los arcos de cada par de equipos, formados por chompas u otros objetos a la mano, estaban alineados en el perímetro de la cancha, uno al lado de otro. No sólo se jugaba en una sola dirección, sino en todas. Hacer goles era muy difícil así que el grito: gooool!!!!!, casi no se escuchaba.

Cuando descubrí el juego simultáneo de partidos de futbol en una sola cancha, en medio de estudiantes que no juegan ni espectadores que se emocionen con el partido, no pude dejar de compartir este acontecimiento insólito con mis colegas del Instituto de Investigación de la Facultad. Recuerdo que pasamos algunos días comentando el asunto porque siempre aparecía algo nuevo que comentar. Para mí se convirtió en la demostración de cómo es posible en medio de lo informe crear un mundo, un orden que sólo tiene sentido para los que comparten las reglas, los códigos que le otorgan el sentido y la existencia. Mientras unos hablan de caos, otros podremos tratar de desentrañar algún sentido a las cosas sobre todo en sociedades multiculturales y abigarradas como la nuestra.

viernes, 11 de noviembre de 2011

TEORIA DEL CAMPO

Hoy es un día mágico. 11 de Noviembre del 2011. Es decir 11/11/11. Merece que la entrada de este mes la dedique a un tema crucial a mi entender. La teoría del campo de realidad. En la próxima entrada subiré mi ensayo en torno a este tema. Hoy les sugiero leer el capítulo dos del libro de Xavier Zubiri: La Inteligencia Sentiente que me ha permitido buscar y reunir a todas aquellas personalidades que a su modo incorporaron en sus trabajos teóricos la categoría de Campo, que no son muchos y tampoco del círculo de la Academia hegemónica que se ha encargado de excluir el tema del conocimiento oficial.


CAPÍTULO  II
El campo de realidad[1]
El campo es ante todo y sobre todo un momento de la formalidad de realidad de cada cosa real. Por tanto aprehender el campo es algo propio de la aprehensión primordial de la realidad. El campo no sólo no es algo privativo del logos sino que no es primariamente un momento del logos. Es un momento del logos pero consecutivo, esto es, derivado de la aprehensión inmediata […]
§ 1
CARACTERES GENERALES DEL CAMPO DE LAS COSAS REALES
[…] Tomado el problema en toda su generalidad, diremos que el campo es la unidad de todas estas cosas en cuanto todas ellas están en él, y por tanto el campo las abarca. […] Tratase pues del campo como ámbito de realidad.
El campo tiene una estructura general muy importante. Ante todo hay en el campo una o varias cosas que son las directamente aprehendidas: constituyen el primer plano del campo. Y cuando este primer plano se reduce a una sola cosa, esta cosa cobra entonces el carácter de centro del campo. Respecto a este primer plano, las otras cosas constituyen el dominio de lo demás. Y estas demás cosas tienen una precisa articulación con el primer plano. En primer lugar, algunas de estas cosas constituyen el fondo sobre el que se aprehenden las del primer plano. Esta dimensión es la que constituye el destacamiento: las cosas del primer plano se destacan sobre el fondo de las demás. Pero en segundo lugar hay otras cosas que no son ni siquiera el fondo, sino que son simplemente algo que queda en la periferia del campo. Gracias a esto, las demás cosas del campo adquieren una dimensión de proximidad o alejamiento. La periferia no es en rigor una línea sino una zona variable. A medida que se extienden las cosas de la periferia, van quedando más en lejanía hasta ir perdiéndose progresivamente. Por esto la periferia es la zona de lo indefinido, bien porque no esté determinada en sí misma, bien porque aún estando determinada puede pasar inadvertida por mí. Primer plano, fondo y periferia son la triple dimensión, por así decirlo, del campo. Claro está que estas estructuras no son fijas. Por ejemplo, yo puedo variar el primer plano, con lo cual quedan automáticamente alterados el fondo y la periferia.
El campo así constituido, lo está, si se me permite la expresión, de puertas adentro. Porque la totalidad de este campo en sus tres zonas de primer plano, fondo y periferia está bordeada a su vez por una línea que determina lo que positivamente abarca el campo: es justamente su horizonte. El horizonte no es una mera línea de circunscripción externa, sino un momento intrínseco del campo mismo. No pertenece ciertamente a las cosas aprehendidas, pero sí a estas cosas en cuanto abarcadas en mi aprehensión de ellas. Esta línea tiene dos aspectos. Uno, el que determina las cosas que constituyen el campo como totalidad, con un carácter propio: todo campo tiene esa especie de carácter total que llamamos, en terminología visual, panorama. La pertenencia intrínseca del horizonte al campo hace de éste un panorama. El modo de aprehensión de ese panorama es syn-opsis. La disposición de las cosas dentro de este panorama sinóptico es syn-taxis. Sinopsis y sintaxis son los aspectos de la unidad panorámica de la aprehensión.
Pero el horizonte tiene además otro aspecto. Horizonte es lo que marca aquello que queda fuera del campo. No es las «demás» cosas sino el puro «fuera». Puede ser otras cosas fuera del campo, o algo que está fuera de toda cosa: es lo «no-definido». Es menester insistir muy rigurosamente en que no es lo mismo «indefinido» que «no-definido». La indefinición es ya un modo de definición; lo «no-definido» no está definido ni tan siquiera como indefinido. Es esencial esta diferencia. Las cosas fuera del campo son lo no-definido.
Claro está, ya lo indicaba, esta estructura del campo no es fija sino variable. Aquella dimensión suya según la cual el campo es variable es lo que llamamos amplitud. La amplitud es variable tanto por amplificación como por retracción. Y con ello no me refiero únicamente a la cantidad de cosas que el campo abarca, sino al modo mismo de su unidad campal. Esta variación depende no sólo de mí mismo, sino también de las cosas. Las nuevas cosas modifican ante todo el horizonte: es el desplazamiento del horizonte. Pero además toda nueva cosa que se introduce en el campo. O sale de él, o se mueve dentro de él, determina una variación en el primer plano, en el fondo, y en la periferia: es una reorganización más profunda del campo. Desplazamiento del horizonte y reorganización interna, son los dos aspectos de la variabilidad del campo. No siempre son independientes entre sí. […]
§  2
CONCEPTO ESTRICTO DE CAMPO
Vayamos por pasos contados.
[…] el campo no es nada fuera de las cosas reales; lo repetiré infinitas veces. Pero incluso cuando al describir el campo haya hablado de lo que queda «fuera» del horizonte, este «fuera» pertenece a las cosas mismas del campo. Sin estas cosas no tendría sentido hablar de un «fuera de ellas». El campo, pues, es algo en las cosas mismas. Lo veremos en seguida.
El campo de que venimos hablando puede ser descrito ante todo según su contenido, según las cosas que hay en él: piedras, árboles, mar, etc. Pero el campo puede y debe ser descrito según su propia unidad. Esta unidad, desde el punto de vista de las cosas que contiene, constituye lo que puede llamarse campo perceptivo. Pero la denominación es muy impropia como vamos a ver inmediatamente. Evidentemente, en este sentido el campo no concierne a las cosas mismas. Que unas están lejos o cerca, que unas estén en el centro o en la periferia de mi aprehensión, nada tiene que ver por lo menos formalmente con las cosas mismas. Es sólo mi acto perceptivo el que las abarca en un solo campo. El carácter de campo está constituido en este caso por sólo mi acto perceptivo. El campo es entonces extrínseco a las cosas. Ciertamente las cosas mismas no son completamente ajenas a su posición en el campo: su tamaño, por ejemplo, no es ajeno a la posición en el campo. Pero así y todo, estas cosas que el acto perceptivo abarca en unidad, son las cosas por razón de su contenido específico.
Sin embargo, estas mismas cosas pueden y deben describirse no sólo por su contenido sino también por su formalidad: son cosas formalmente reales en la aprehensión. Por tanto es menester hablar de campo de realidad. Lo que impropiamente, como decía, llamamos campo perceptivo no es sino el contenido aprehendido del campo de realidad. En rigor debe hablarse tan sólo de un campo de cosas reales. El campo de realidad, a diferencia de lo que hasta ahora hemos llamado campo perceptivo, está abierto en y por sí mismo; es en y por sí mismo ilimitado. En cambio, descrito desde el punto de vista del contenido de las cosas, el campo está cerrado por las cosas que lo constituyen y lo limitan. El campo meramente perceptivo ofrece un panorama de cosas; el campo de realidad ofrece un panorama de realidades. […] Por tanto a diferencia del campo perceptivo (en el sentido de cosa contenida en el campo), que es extrínseco a las cosas, el campo de realidad es intrínseco a ellas: me está dado en la impresión de realidad. Esta realidad es, según vimos, formal y constitutivamente abierta. Y esta apertura concierne a la impresión de realidad en cuanto tal, por tanto a todos los modos de presentación de lo real. Entre ellos hay uno, el modo del «hacia». Lo que ahora me importa en este «hacia» es que las otras realidades son en este caso, como ya dijimos, otras cosas reales respecto de las cuales cada una es lo que es. Pues bien, esta respectividad es formalmente lo que constituye el momento de cada cosa real según el cual toda cosa está en un campo. Este campo pues está determinado por cada cosa real desde ella misma; de donde resulta que cada cosa real es intrínseca y formalmente campal. Aunque no hubiera más que una sola cosa, esta cosa sería «de suyo» campal. Esto es, toda cosa real además de lo que podemos llamar laxativamente respectividad individual, tiene formal y constitutivamente respectividad campal. Toda cosa real tiene, pues, los dos momentos de reidad individual y de reidad campal. Sólo porque cada cosa real es intrínseca y formalmente campal, sólo por esto es por lo que el campo puede estar constituido por muchas cosas.
Si queremos expresar con un solo vocablo la índole del campo tal como acabamos de describirlo, podemos decir que el campo «excede» de la cosa real en la medida misma en que es una apertura hacia otras. El momento campal es un momento de excedencia de cada cosa real. Como este momento es a su vez constitutivo de la cosa real, resulta que el campo es a la vez y «a una» excedente y constitutivo: es un «excedente constitutivo». ¿Qué es entonces más concretamente este momento campal de lo real, es decir esta excedencia?
El campo, decimos, es «algo más» que cada cosa real y por tanto algo más que la simple adición de ellas. Es una unidad propia de las cosas reales, una unidad que excede de lo que cada cosa es individualmente, por así decirlo. Como cosa y campo tienen, según vimos en la Parte Primera, carácter cíclico, esto es, cada cosa es «cosacampo», aquella excedencia puede verse desde dos puntos de vista: el campo como determinado desde las cosas reales, y las cosas reales en cuanto incluidas en el campo.
Vista desde las cosas reales, la excedencia campal es un modo de lo que hemos llamado en la Primera Parte, trascendentalidad. Trascendentalidad es un momento de la impresión de realidad, aquel momento según el cual la realidad está abierta tanto a lo que cada cosa realmente es, a su «suidad», como a lo que esta cosa es en cuanto momento del mundo. Es, en fórmula sintética, «apertura a la suidad mundanal». […] Es una excedencia trascendental. Y esto es propio de toda cosa real en y por sí misma. Pero cuando hay muchas cosas reales en una misma impresión de realidad, entonces la trascendentalidad es lo que hace posible que tales cosas constituyan una unidad supra-individual: es la unidad campal. Campo no es formalmente trascendentalidad, pero el campo es un modo sentiente (no el único) de la trascendentalidad. La respectividad de las muchas cosas sentidas se torna, en virtud de la trascendentalidad, en respectividad campal. La trascendentalidad es lo que sentientemente constituye el campo de realidad, es la constitución sentiente misma del campo de realidad. El campo como excedente de las cosas reales es el campo de su respectividad trascendental. A fuer de tal, el campo es un momento de carácter físico.
Pero hay que ver también las cosas mismas desde el campo. En este sentido, el campo es algo más que las cosas reales porque las «abarca». Al aprehender la formalidad de realidad, la aprehendemos como algo que ciertamente está en la cosa y sólo en ella, pero que es excedente de ella. Con lo cual esta formalidad cobra una función en cierto modo autónoma. Es no sólo la formalidad de cada cosa real, sino aquello «en que» todas las cosas van a ser aprehendidas como reales. Es la formalidad de realidad como ámbito de realidad. El campo es excedente no sólo como trascendental, sino también como ámbito de realidad. Es la misma estructura pero vista ahora no desde las cosas sino al revés, vistas las cosas desde el campo mismo.
El ámbito es un carácter físico del campo de realidad al igual que lo es su trascendentalidad: es ámbito de la cosa real misma. […]
En definitiva, el campo de realidad tiene dos grandes caracteres que expresan su excedencia respecto de las cosas reales. El campo es «más» que cada cosa real, pero es más «en» ellas mismas. El campo es, en efecto, la respectividad misma de lo real en cuanto dada en impresión de realidad. Y esta respectividad es «a una» trascendentalidad y ámbito. Son los dos caracteres que dan su pleno contenido a la respectividad. Como trascendentalidad, la respectividad constitutiva de lo real lleva en cierto modo a cada cosa real desde sí misma a otras realidades. Como ámbito es el ambiente que aloja a cada cosa real. Ámbito y trascendentalidad no son sino dos aspectos de un solo carácter: el carácter campal de lo real sentido. Este carácter es al que unitariamente llamaremos ámbito transcendental. La formalidad de lo real tiene así dos aspectos. Es por un lado, la formalidad de cada cosa en y por sí misma, lo que pudiéramos llamar muy laxamente formalidad individual. Pero por otro lado es una formalidad excedente en ella, esto es, es una formalidad campal. Y esta campalidad es ámbito transcendental. […]
§  3
ESTRUCTURA DEL CAMPO DE REALIDAD
Por ser ámbito trascendental, el campo de realidad puede contener muchas cosas reales. Pero no las contiene en cualquier forma, esto es como mera multitud. Por el contrario, esta multitud tiene caracteres estructurales muy precisos. […]
Unas cosas «entre» otras
Para descubrir las estructuras del campo de realidad, partamos del hecho de que la realidad, tal como nos está dada en impresión, tiene distintas formas, una de las cuales es el «hacia», según el cual la realidad nos lleva inexorablemente a otras realidades. […] Este «hacia» no es sólo un modo de presentarse la realidad sino que es, como todos los demás modos, un modo de presentación trascendentalmente abierto. Lo cual significa que toda cosa por ser real es en sí misma campal: toda cosa real constituye una forma de realidad «hacia» otra. Ciertamente el «hacia» es formalmente una forma de realidad, pero el «hacia» en apertura transcendental (propia de la impresión de realidad) es formalmente campal. Y como esta impresión es idéntica numeralmente en todas las cosas reales aprehendidas en impresión, resulta que en el campo determinado por la realidad de cada cosa están también las cosas. Es un momento estructural y formal del campo: el campo determina la realidad de cada cosa como realidad «entre» otras. El «entre» está fundado en la campalidad y no al revés: no hay campo por que haya unas cosas entre otras, sino que por el contrario unas cosas están entre otras sólo porque todas y cada una de ellas están en el campo. Y hay campo precisa y formalmente porque la realidad de cada cosa es formalmente campal. El «entre» no es un mero conglomerado. No es tampoco la mera relación de unas cosas con otras, sino que es una estructura muy precisa: es la estructura de la actualización de una cosa entre otras. Ciertamente el «entre» es un momento de la actuidad de lo real; una cosa real como tal cosa real está entre otras. Pero el «entre» tiene también un carácter de actualidad: la cosa está actualizada «entre» otras. No coinciden evidentemente ambos aspectos del «entre»: puede haber muchas cosas «entre» otras que no estén presentes intelectivamente en actualidad. Lo que aquí nos importa es este «entre» de actualidad. Es un carácter positivo propio de cada cosa real en cuanto campal. El «hacia» de la campalidad es ante todo un «hacia» en «entre», o mejor dicho, es un «entre» que tiene positivamente el carácter de un «hacia» de realidad.
[…] El campo como primer plano, como periferia, como horizonte, es justo la estructura de la posicionalidad, esto es, la estructura misma del «entre» como un «hacia». El campo no es sólo algo que abarca cosas, sino que antes de abarcarlas es algo en que están incluidas todas y cada una de ellas. […] «Entre» significa etimológicamente el interior determinado por dos cosas. Pero cada una constituye la posibilidad de esta determinación porque cada cosa es real en «hacia». De esta suerte el «entre» es el momento del ámbito transcendental.
Pero no es éste el único momento estructural del campo. Porque las cosas no sólo son varias sino también variables.
Unas cosas en «función» de otras
Todas las cosas son variables en el campo de realidad. Ante todo, pueden entrar y salir de él, o variar de posición entre las otras. Pero además cada nota, por ejemplo el color, el tamaño, etc., tomados en y por sí mismos son una cosa que puede variar y varía. […] toda cosa real está campalmente actualizada no sólo «entre» otras cosas sino también en función de estas otras. Posición, por ejemplo, es propio de una cosa «entre» otras, pero es un «entre» en que cada cosa tiene la posición que tiene en función de otras, y varía en función de ellas. Una cosa real puede desaparecer del campo. Pero esto jamás es una especie de volatilización de esa cosa, sino que es un dejar de estar «entre» otras, y por tanto desaparece siempre y sólo en función de estas otras. La unidad del momento campal y del momento individual es un «entre» funcional. Es lo que llamo la funcionalidad de lo real. […] Pues bien, el modo de inclusión campal de cada cosa real tiene carácter intrínseco y formal de funcionalidad.
¿Qué es esta funcionalidad? Ya lo decía: es dependencia en el sentido más lato del vocablo. Esta dependencia funcional puede adoptar formas diversas. Citemos algunas de especial importancia. Así, una cosa real puede variar en función de otra cosa real que la ha precedido: es la mera sucesión. Sucesión es un tipo de funcionalidad. Lo propio debe decirse de una cosa no sucesiva sino más bien coexistente: una cosa real coexiste con otra. Coexistencia es ahora funcionalidad. […] Pero hay todavía otras formas de funcionalidad. Las cosas reales materiales están constituidas por puntos. Cada punto está «fuera» de los demás: es un ex. Pero no es algo que está simplemente fuera, sino que es un ex que está en unidad constructa respecto «de» los demás ex puntuales de la cosa. Lo expresamos diciendo que todo ex es un «ex - de». En su virtud cada punto tiene una necesaria posición respecto de otros puntos por razón de su «ex - de». Esta cualidad de posición en el «ex - de» es lo que llamo espaciosidad. Es una propiedad de cada realidad material. Pues bien, la funcionalidad de las cosas reales espaciosas en cuanto espaciosas, es el espacio: es la espacialidad. El espacio está fundado en la espaciosidad. Y esta funcionalidad pende de las demás notas de las cosas. Es decir, son las cosas las que determinan la estructura de la funcionalidad, esto es, la estructura del espacio. Esta determinación es a mi modo de ver el movimiento: la estructura del espacio es entonces la impronta geométrica del movimiento. Naturalmente, no me refiero al espacio geométrico sino al espacio físico. Puede ser muy varia: la estructura topológica, afín, métrica, y dentro de esta última caben las distintas métricas, la euclidiana y las no-euclidianas. Sucesión, coexistencia, posición, espaciosidad y espacialidad, etc., son tipos de funcionalidad. […]
Repito, la funcionalidad es un momento de la realidad de cada cosa campal. Toda cosa es un «hacia» trascendentalmente abierto a otras cosas reales. Cada cosa es formalmente real por ser «de suyo». Pues bien, cada cosa real está «de suyo» trascendentalmente abierta, y esta apertura tiene una dimensión formalmente funcional. Esta actualización campal funcional es propia de la unidad de todos los modos de realidad sentida, uno de los cuales es el «hacia». Lo campal es funcional en «hacia».
De ahí un carácter esencial de la funcionalidad. No es una funcionalidad que concierne primariamente al contenido de las notas de lo real, sino que concierne a su propia actualización como real. […] Se trata de la funcionalidad de lo real en cuanto real. He aquí algo esencial. […]
Pues bien, esta funcionalidad es la que se expresa en la preposición «por». Todo lo real «por» ser campalmente real es real funcionalmente, «por» alguna realidad. Este «por» es algo sentido y no algo concebido. El sentir humano es un sentir intelectivo, es radicalmente impresión de realidad; es algo dado «físicamente». Por tanto la intelección ulterior se mueve físicamente en esta realidad físicamente dada. La intelección no tiene que llegar a la realidad sino que está ya formalmente en ella. Ahora bien, como esta realidad se actualiza campalmente, la campalidad es un momento de la impresión de realidad. Y por tanto, la funcionalidad misma es un momento dado en la impresión de realidad. Está dado como momento formal suyo. No se trata, pues, de una inferencia o cosa similar, sino que es un dato inmediata y formalmente dado en la impresión de realidad.
Pero recíprocamente, el dato es dato de simple funcionalidad. Es esencial insistir en este punto para evitar graves equívocos.
Ante todo, funcionalidad no es sinónimo de causalidad. La causalidad no es sino un tipo entre otros de funcionalidad. […]
La causalidad es solamente un tipo de funcionalidad, y además sumamente problemático. […] El «por» es funcional, pero eso no quiere decir que sea causal. […]
En segundo lugar, esta funcionalidad está formalmente sentida, es decir, no es sólo algo accesible, sino que es algo ya físicamente accedido en la intelección sentiente, en el «hacia» transcendental. […]
En tercer lugar, […] la funcionalidad está dada en impresión, pero no en su contenido sino en su formalidad de realidad, porque es un momento del «hacia». Y el «hacia» no es juicio. Como tal no es un a priori de la aprehensión lógica de objetos, sino un dato de la impresión de realidad. De ahí que el objeto formal del conocimiento no es la causalidad sino funcionalidad. La ciencia de que Kant nos habla (la física de Newton) no es ciencia de causas sino ciencia de funciones de lo real en cuanto real.
***
En definitiva, el campo de realidad tiene una estructura determinada por dos momentos: el momento del «entre», y el momento del «por». Cada cosa es real en el campo entre otras cosas reales y en función de ellas. Estos dos momentos no son independientes. La funcionalidad, el «por», es en rigor la forma del «entre» mismo. La forma de estar «entre» es funcional. […]
En este campo así determinado en y por cada cosa real aprehendemos en intelección ulterior lo que las cosas ya aprehendidas como reales son en realidad. Es una intelección modal de su primordial aprehensión. ¿Cuál? Es el tema del capítulo siguiente.



[1] ZUBIRI Xavier, Inteligencia Sentiente, Editorial Tecnos, España 2004, págs. 197-208.