Las teorías de los Campos y la noción de Lugar en arquitectura
El ingreso de la arquitectura al racionalismo y con él al funcionalismo de principios del siglo pasado, nos ha embarcado en una línea de pensamiento y de concepción de arquitectura totalmente restrictiva, simplificadora y despojante de una serie de aspectos imprescindibles para la comprensión de las cosas en un paradigma de la complejidad que hoy cobra importancia. Pero también hubo quienes los incluyeron en la misma época, tanto en arquitectura como en otras disciplinas y ciencias (psicología social, dinámica de grupos, psicología del arte, filosofía, en morfogénesis de la biología, etc.). Es necesario meditar seriamente esta omisión para activar nuevamente esta línea olvidada de pensamiento que puede aportar beneficios enriquecedores en todos los ámbitos del saber. Me refiero a un concepto que quizás tiene su origen teorético en la teoría de los campos electromagnéticos de Maxwell y otros, y que posteriormente, en todo el siglo pasado, teorías similares se fueron incorporando, aunque aisladamente, en los diferentes ámbitos del saber: el concepto de campo.
¿En qué consiste el concepto de Maxwell (1831-1879)? En su Tratado de Electricidad y Magnetismo de 1873 encontramos la descripción, en términos espacio-temporales de la naturaleza de los campos electromagnéticos en cuatro ecuaciones diferenciales. Hay que entender un campo en física, como una región (espacial) en la que se ejerce sobre un objeto, una fuerza, gravitatoria, magnética, electroestática o de otro tipo. Se supone, para hacerlo más visual que, estas regiones están recorridas por líneas de fuerza imaginarias de densidad variable, juntas donde el campo es más intenso y, las líneas más espaciadas donde es más débil. En cualquier punto, la dirección del campo es igual a la dirección de las líneas de fuerza y la intensidad del campo es inversamente proporcional al espacio entre las líneas.
Una imagen que muestra claramente esto es la del campo magnético de una barra de imán en la configuración de las limaduras de hierro que indican la intensidad y dirección del campo en cada punto. Ver imagen arriba. Líneas de fuerza magnéticas de un imán.
El mismo principio se puede observar en la imagen de arriba que muestra un campo magnético intenso que rodea a la Tierra, como si el planeta contuviera una barra magnética enorme en su interior que configurará este campo y que nos protege de las radiaciones solar, y del espacio exterior.
En resumen, ésta noción de campo en electromagnetismo, hace aparecer un espacio con forma que está organizado por fuerzas magnéticas que determinan conformaciones de organización campal específicas a los objetos que sean susceptibles de ser influenciados por estas fuerzas. Hay que remarcar que lo que se ve son los objetos dispuestos de un cierto modo en un espacio real y concreto y lo que no se ve son las configuraciones de fuerzas que determinan ese campo y lo organizan de una cierta forma.
En la primera mitad del siglo pasado el psicólogo germano-estadounidense Kurt Lewin (1890-1947) publica varios libros donde aparece nuevamente el concepto de campo, en este caso un campo psicológico-social.
En sus trabajos estudió los problemas de la motivación de individuos y grupos, e investigó sobre el desarrollo infantil y las características de la personalidad. Lewin amplió la teoría de la Gestalt (conformación de perceptos) a una “teoría social de campo” que fue la base de la psicología social y desarrolló el concepto de espacio vital de una persona, que abarca no sólo su entorno, sino también lo espiritual y lo mental. Su trabajo tuvo una influencia decisiva en la investigación psicológica moderna. Hay que mencionar que en esa época la psicología hegemónica era la conductista cuyo enfoque es totalmente empírico es decir que el objeto de su interés es estrictamente aquello que se puede observar y medir: la conducta; y ésta opera, según ellos, por un mecanismo de estimulo – respuesta y reforzamiento. Frente a esto, Lewin está convencido que para poder explicar la conducta, ésta viene determinada por una totalidad organizada de acontecimientos en dos conjuntos complejos, aquellos provenientes de la persona (P) (sensaciones, emociones, pensamientos, creencias) y aquellos provenientes del entorno (E) socio-físico, expresado en la fórmula de la conducta (C) en función de ambos: C = f (P, E). La conducta, en este caso se ubica siempre en un espacio propio de cada individuo que Lewin lo llamó espacio vital donde el individuo desarrolla su vida cotidiana. Para efectos de sus análisis, un espacio vital contiene ciertos propósitos personales que son vectores de fuerza y los componentes del ambiente socio-físico de su entorno adquieren valencias positivas o negativas en relación a sus propósitos. Entonces, su pre-conducta está sometida a fuerzas que atraen o repelen su acción, y sólo conociendo el sistema vectorial completo para cada individuo y para cada acción, es posible explicar o predecir la conducta, sino, no. Claro está que estamos hablando de un Hombre normal que no está sometido a ningún sistema de manipulación que lo pretenda entender como robot, porque ahora ya hay muchos de esos (hombres robotizados) en el sistema actual.
En resumen comprendemos que en el ámbito de la psicología ampliada al ambiente, cada conducta de cada individuo es posible explicar o predecir en el momento en que ocurre, sólo a partir del campo topológico vectorial que se configura en función de esa persona y su entorno considerado como espacio vital. Aquí hay que remarcar dos cosas. La primera es que Lewin fue capaz y con éxito, de trasladar a la psicología que el desarrolló, el concepto de campo magnético de la física y este no es un reduccionismo. Y, en segundo lugar, fue capaz de incorporar otros componentes no visibles ni medibles cuantitativamente, sino valorados cualitativamente (valencias positivas y negativas que la persona hace del entorno) que están en su concepto de campo y que, de la resolución de ese particular sistema vectorial de fuerzas resulta la conducta y cuya consideración es la única que permiten explicar o predecir esa conducta de un individuo en ese momento.
Siguiendo en el ámbito de la psicología, contemporáneo de Lewin y compañero de universidad, surge otro destacado psicólogo que desarrolla una psicología de la percepción y del arte. Rudolf Arnheim (1904- 2007) publica su último libro en 1983 en el que desarrolla un estudio sobre la composición en las artes visuales tocando el tema de la centricidad y la excentricidad que tiene que ver con una teoría del campo, en este caso se trata del campo de representación de las artes visuales, concretamente la superficie de la tela de un cuadro.
Dice Arnheim: “desde la perspectiva propia y genuina de la expresión artística, las formas son configuraciones de fuerzas,…si queremos dar cuenta de las estructuras compositivas, no debemos comenzar hablando de formas o de objetos, sino de vectores. Entenderemos que un vector es una fuerza que desde un centro de energía, se lanza, como una flecha, en una dirección concreta. Cuando un sistema puede expandir libremente su energía por el espacio, lanza equitativamente sus vectores hacia todas partes, como rayos que emanan de una fuente de luz”.
“La aureola simétrica resultante es el prototipo de la composición céntrica (fig. 1). La centricidad es siempre preeminente tanto a nivel físico como a nivel genético y psicológico. Luego si aparece un segundo polo de fuerza al lado del primero, la orientación céntrica pasará a ser excéntrica (fig. 2). Si trazamos unas rejillas a partir de las posibilidades direccionales que la realidad nos ofrece, podemos concebir rejillas circulares, ortogonales en base a la horizontalidad y verticalidad de nuestra condición sobre la Tierra o, por último la combinación entre ambas para organizar ese campo de representación (fig.5). La figura 6 muestra en esquema, la acción de tales fuerzas, dentro del armazón estructural dado. En ambos casos, la combinación de dos esquemas formales mutuamente dispares produce una relación sumamente compleja.”[1]
En resumen, la teoría de Arnheim sobre la composición en artes visuales nos muestra que sólo a través de la incorporación de una noción de campo dinámico de fuerzas es posible abordar un análisis pertinente de una obra de arte. El resultado de sus análisis en muchas obras de diverso género ha mostrado la presencia de sistemas compositivos céntricos y excéntricos que no son explícitos sino que hay que reconstruirlos para comprender el modo en que se generaron y el sentido que resulta de la intención del artista. También deja muy clara una diferencia entre una rejilla geométrica que es estática y un sistema vectorial que coincide con la rejilla pero que al incorporar la idea de centricidad y vectores de fuerza que estos emiten, el sistema se vuelve dinámico y es esto lo que en realidad aprecia e impacta al espectador aunque no lo sepa conscientemente.
A mi juicio, el filósofo que aborda de forma más general y completa el tema de estos casos sobre campos de fuerza aplicados que hemos venido reuniendo es Xavier Zubiri (1898-1983) en su principal obra: La Inteligencia Sentiente que se escribe del 80 al 83 del siglo pasado. Es importante mencionar cómo llega Zubiri a abordar este tema de los campos como Campo de Realidad al que dedica el capítulo II del segundo libro. Para Zubiri el ser humano puede definirse como “animal de realidades” que posee una “inteligencia sentiente”: su función primera estriba en enfrentarse de un modo sentiente con la realidad de las cosas. Para Zubiri será, pues, necesario abordar el análisis de la intelección humana, que es uno de los modos más eficaces que el hombre tiene de afrontar el mundo. A este análisis dedicó los tres volúmenes de su gran trilogía Inteligencia sentiente: Inteligencia y realidad (1980), Inteligencia y logos (1982) e Inteligencia y razón (1983). La inteligencia permite que el ser humano realice la aprehensión primera de las cosas como reales. Esta aprehensión se expresa mediante el logos, que sólo supone una manifestación lógica de las cosas reales, pero esa aprehensión no equivale a su conocimiento. El nivel de la razón es el nivel más importante de apertura a la realidad: permite superar el mero entendimiento racional y llegar al conocimiento. Mediante la razón se conoce de verdad lo que es la realidad y se alcanza el sentido de la existencia humana como religada y abierta a la trascendencia.
La teoría del campo de realidad de Zubiri nos proporciona ya una mirada estructurada en ese sentido. Define un campo como ámbito real o imaginario propio de una actividad. Su contenido son las cosas que hay, el tamaño y la disposición de las cosas en el campo que lo limita y lo cierra. Reconoce que un campo se constituye a partir de la/las cosas que están en él de tal manera que en su organización podemos reconocer un centro que por proximidad arma un primer plano que podemos diferenciar de un fondo donde las otras, constituye el dominio de lo demás por alejamiento. Aquellas se articulan con el primer plano por destacamiento de este sobre el fondo de lo demás. Pero también hay cosas que no pertenecen ni al primer plano ni al fondo. Quedan en la periferia del grupo como una zona variable de lo indefinido. La línea que bordea la totalidad del campo, que determina lo que positivamente abarca el campo como momento del mismo y determina un panorama como totalidad es el horizonte. El horizonte marca aquello que queda fuera del campo. El puro fuera es lo no definido. El campo es variable por amplificación o por retracción. La amplitud es el modo mismo de su unidad campal. Es el desplazamiento del horizonte. Las variaciones se dan por reorganización interna. Por último el campo es intrínseco a las cosas; son cosas-campo, ofrece un panorama de realidades, es abierto en si mismo e ilimitado.
Resulta sorprendente, después de revisar este recorrido, que no es exhaustivo ni mucho menos, que recién al finalizar el siglo XX, occidente haya llegado a vislumbrar unos saberes relacionados con los campos de realidad que provienen de representantes que no están precisamente en la corriente de la cultura y la ciencia hegemónicas sino que han transcurrido por caminos periféricos y no han tenido como era de esperar, el impacto que debían porque la dirección que la cultura occidental le imprimió al conocimiento era otra.
Hace 5.200 años entre los territorios de los reinos de la antigua China se empieza a reunir las primeras ideas que tratan de la sabiduría de las costumbres del viento y del agua para vivir en armonía con el entorno. Se trata de lo que después fue el Fêng Shui como lo conocemos ahora. Se creía que el viento, el agua, la lluvia, la niebla, el sol y las nubes eran la energía del cielo y de la tierra. La energía que se mueve es nutritiva, y la energía estancada es destructiva. Recién el siglo VI d.C., los fang-shih (los expertos en las técnicas esotéricas) fueron absorbidos por las sectas taoístas. En manos de los fang-shih, las artes de la adivinación se convirtieron en una rama del conocimiento; la teoría del yin y el yang y de los cinco elementos formaba la base filosófica de la adivinación; los trigramas y hexagramas del I-Ching servían de marco para esa práctica que se complementaban con el empleo del calendario, la brújula y los registros terrestres y celestes que se hacían desde mucho tiempo. El Fêng Shui se convirtió en una práctica profesional en tiempos de la dinastía Han (206-220 d. C.). Fue el maestro Ch’ing Hu el que escribió un tratado sobre la selección de los lugares de enterramiento. Recién en la dinastía T’ang (618-960 d. C.) se desarrolla las maneras de reunir tantos saberes y se produce la preferencia de algunos por la práctica de la utilización de las formas terrestres tales como las venas del dragón (líneas de energía en el territorio), y otros se centran en la interacción entre la posición de los cuerpos celestes y la dirección, y hay quienes lo utilizaban para conocer las pautas de la energía que fluyen en el paisaje.
Según el pensamiento taoísta, la adivinación es el arte de leer las pautas del Universo para poder admirar el flujo y la permanencia del Tao y para poder intuir la interdependencia de todas las cosas. La verdadera sabiduría del Fêng Shui comienza cuando reconocemos nuestro lugar en el Universo, dice Eva Wong[2], que no es necesariamente un lugar dominante, sino un lugar para desempeñar nuestro papel en el plan de las cosas. Este reconocimiento y esta aceptación nos permiten percibir las energías presentes en el entorno y trabajar con ellas. El Fêng Shui nos permite tener una visión del mundo en la que nos reconozcamos como colaboradores de la naturaleza en vez de cómo sus amos. La energía primordial del Tao que comparte toda la creación da vida a una forma y vuelve a liberarse cuando la forma se disuelve en el cosmos para volver a dar vida de nuevo a otra forma. Nosotros nos centramos en las diferencias entre las cosas. Cuanto más cerca estamos del Tao, mejor podremos ver el flujo de energía en todas las cosas.
Demás está decir que la inclusión de este intermedio sobre el Fêng Shui, excede en mucho el problema de los campos de energía, pero cuando el Fêng Shui se lo utiliza para tratar con las cosas, estas inmediatamente abren campos energéticos que son reconocidos por este arte-ciencia porque están subsumidos en él. El único aspecto que hay que tener siempre presente es que al ser la herencia de la sabiduría China, es un saber cultural chino y es una manera de organizar los campos y las cosas que hay en él, quizás la más completa y exitosa hasta el momento, pero una. Seguramente que podemos construir otra en base a saberes provenientes de nuestros pueblos originarios como los Hopy, los Mayas o los Tiwanacotas y Callawayas..
Recientemente reaparece en nuestro medio la discusión sobre el territorio, a partir de una serie de acontecimientos estructurales de cambio y se publican visiones diversas que hay que analizar en relación al tema. Voy a rescatar de dos publicaciones, la idea que los autores establecen sobre el concepto de territorio. La primera aparece en un libro de Luis Tapia titulado “Territorio, Territorialidad y construcción regional amazónica” del 2004, y la segunda aparece en un artículo del periódico La Razón, en el suplemento Ventana el 10 de abril del 94 escrito por Raúl Prada Alcoreza titulado “la problemática Territorial”.
En el esfuerzo de desentrañar la naturaleza de las categorías espacio y territorio, Luis Tapia define el territorio como: “recorte de la totalidad, delimitación geográfica y ámbito de intervención para el desarrollo como crecimiento económico y modernización”. Tiene límites que lo identifican y coincide en este caso con la división provincial, cantonal y parroquial[3]. También se le puede aplicar la división ecológica-económica y agrupar más de una provincia e inclusive más de un país.
Propone diferenciar de la categoría territorio la de territorialidad que se refiere más a las relaciones sociales con significación subjetiva que están sobre un territorio, donde operan relaciones de poder, la cultura y la identidad. La territorialidad, dice Tapia, “está ligada a sentimientos locales y supra locales; se organiza en relación con el entorno y a partir de la cotidianidad. La territorialidad nos permite mirar los acontecimientos que suceden en el territorio desde una perspectiva histórica, inclusive nos permite identificar acontecimientos que tienen una territorialidad y espacio-temporalidad discontinuos. Me imagino que Tapia está pensando en los residuos que quedaron de aquella forma de la territorialidad llamada “archipiélago andino” y que quedan todavía indicios de su antigua existencia (fines del primer milenio d.C.) sobre un territorio estructurado de otra manera por la colonia.
Al hacer esa distinción entre territorio y territorialidad, Luis Tapia está utilizando un recurso intelectivo muy conocido, aquel de separar por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o de forma esencial o nocional, es decir, examinar la naturaleza de las cosas.
Raúl Prada decide hacer otro tipo de consideración más de carácter holótico, es decir que para él, territorio es ambas y, por lo tanto, es un término objetivo-subjetivo a la vez. Denota un espacio geográfico naturalmente, pero connota posesión, supone “reconocimiento de sus huellas, señales y marcas”. El territorio es para la cultura, dice Raúl, su memoria material: una escritura, ámbito de la comunicación social. Entonces le aplica la mirada arqueológica y llega a otra distinción. Aplicando la condición de historicidad del territorio reconoce que su conformación es un proceso de territorialización que es lo que sucedió con las comunidades originarias hasta la llegada de los españoles, donde comienza un proceso de desterritorialización que continúa hasta hoy incluso con la irrupción de la urbanización del territorio y la aspiración a la conversión del habitante en ciudadano urbano. Pero todo proceso de desterritorialización tiene, por la resistencia del territorio mismo y de la historia de la humanidad, un proceso de reterritorialización consecutivo. Todo esto se empieza a ver ya con la noticia de pequeñas comunidades que vuelven al territorio a retomar la vida territorializada.
Entonces podemos afirmar, después de haber hecho este recorrido desde los orígenes de la noción de campo en la ciencia, hasta los interesantes planteos sobre el territorio recién expuestos, que con territorio estamos frente a un tipo psico-socio-geográfico, un poco más específico que campo de realidad de acuerdo a la caracterización que hizo Zubiri. Y que el proceso de la construcción de un nuevo estado plurinacional implica procesos de reterritorialización tal como lo entiende Raúl.
El año 2009 la editorial Plural publica las ponencias de un seminario internacional que se realizó en La Paz el 2008 sobre desarrollo territorial y desarrollo rural. Carlos Julio Jara director de desarrollo rural del IICA (Costa Rica) presenta una ponencia que relaciona el desarrollo rural con una teoría de los Campos Mórficos que se debe a Rupert Sheldrake, un biólogo inglés que la postula el 95 en su libro Una nueva ciencia de la vida, donde aparece la Teoría de los Campos Mórficos que pretende ser una explicación de cómo las cosas toman sus formas o patrones de organización o propiedades auto-organizativas. Esto atañe a cosas tan diversas como galaxias, átomos, cristales, moléculas, plantas, animales, células, sociedades. Esta teoría asume que la causa de las formas es la influencia de campos organizativos, campos formativos. Hay una especie de memoria integrada en los campos mórficos de cada cosa auto-organizada y, las regularidades de la naturaleza las concibe Sheldrake, como hábitos más que cosas gobernadas por leyes matemáticas.
Al buscar una explicación causal, los biólogos no han podido hasta ahora explicar, por ejemplo, cómo un roble adquiere su forma a partir de una bellota. No parece haber de ninguna manera obvia una equivalencia de causa y efecto, ni siquiera en el ADN, asevera Sheldrake. Primero aparece la hipótesis de los Campos Morfogenéticos como una posible explicación a través de dos ejemplos: si partes un imán en pedacitos, obtienes montones de pequeños imanes, cada uno con su campo magnético completo. Un holograma, imagen plana que muestra un objeto en el espacio tridimensional, cuyas partículas contienen información de la totalidad de la imagen y está basada en patrones de interferencia en el interior de campos electromagnéticos. Los campos tienen propiedades holóticas. Cada especie tiene sus propios campos y en el interior de cada organismo existen campos dentro de otros campos. Hay campos para todo el cuerpo, para cada parte, para los diferentes tejidos, para las células, moléculas y átomos, etc. Lo importante es que estos campos poseen una especie de memoria inherente que se deriva de formas previas de un tipo similar. Mediante un proceso de “resonancia mórfica” existe una conexión de influencia de lo similar sobre lo similar, basada en lo que le ha ocurrido a la especie en el pasado. Esta idea se aplica no sólo a organismos vivos sino también a moléculas, cristales e incluso a átomos. Estos principios de la forma biológica encontrados por Sheldrake, él mismo lo dice, se aplican también al comportamiento, a las formas de la conducta y a los patrones de comportamiento, es decir, lo que Lewin concibe como campo de fuerzas, eran en realidad campos mórficos de conducta que operan por resonancia. El aprendizaje de una determinada conducta por el resto de los miembros de la misma especie parece acelerarse con el tiempo y que incluso, opera en espacios discontinuos y permite la propagación evolutiva de un nuevo hábito que depende de una especie de memoria colectiva debida a la resonancia mórfica.
Lo interesante es que a Jara se le ocurre rescatar la idea de los campos de forma, o estructuras de orden que posibilitan la transmisión de información sin mediación alguna, que tienden a mantener comportamientos anteriores, trasladándola a comunidades rurales territorializadas que aprendan a relacionarse con la naturaleza de determinada manera, sus semejantes están en la posibilidad de aprender ese hábito más fácilmente por resonancia e influir de esta manera en el rumbo de los procesos para vivir bien de gran parte de la población en esas condiciones y que este proceso, se puede generalizar hasta en todo el mundo siempre que otras fuerzas no bombardeen el proceso.
Ahora vamos a poner en relación la idea de campo expuesta hasta el momento, con las ideas de lugar bajo la sospecha de que ambas ideas devienen por el mismo sendero aunque podamos identificar algunas notas distintivas.
Las ideas de lugar en arquitectura, han sido estudiadas ampliamente por Muntañola[4] a partir de una pregunta: ¿qué es un lugar para vivir? “el lugar es una interpenetración sociofísica en la que el hablar y el habitar, el medio físico y el medio social, y el conceptualizar y el figurar se entrecruzan de forma simultánea, pero sin identificarse.” El lugar, definido así, se estructura de muchas maneras simultáneamente, pero fundamentalmente de tres maneras complementarias que se equilibran dos a dos: “a) Cruzando el hablar y el habitar el lugar toma la forma de itinerarios sociofísicos en los cuales los hechos físicos exteriores e interiores al cuerpo, están relacionados ‘a priori’ en el relato mítico del hablar, transmitido oralmente de generación a generación. b) Cruzando el medio físico y el medio social el lugar toma la forma de un campo funcional ‘radiante’, en el que las líneas de fuerza son las formas físicas del lugar y, a la vez, los posibles itinerarios funcionales que permite ese lugar. Estas líneas de fuerza expresan el orden y la jerarquía sociofísica que tiene el lugar, o si se quiere, su poder simbólico real y, al mismo tiempo, emocional. c) Por último, el lugar puede estructurarse cruzando la conceptualización y la figuración en busca de un constante e inalcanzable equilibrio lógico entre la inteligibilidad conceptual y la figurativa en el lugar, y entre ‘itinerancia’ y ‘radiancia’.”[5]
Entonces vemos que en esta estructura que pretende aprehender la complejidad de los lugares, aparece la noción de campo en la dimensión que resulta del cruzar el medio físico con el social, como campo funcional radiante. Hemos visto más arriba con Arnheim que en composición artística se generan, por la colocación de una figura en el lienzo, la aparición inmediata de una en relación a las demás figuras de una pintura y, esta centricidad funcional es radiante por las fuerzas que despliega. Tenemos que decir con claridad que centricidad no es lo mismo que centralidad. Centralidad es la cualidad o propiedad de algo de estar en el centro físico, espacial en un momento dado. Mientras que centricidad es la propiedad de generar una jerarquía de poder en relación a dos o más cuerpos y no necesariamente referida al espacio. Centricidad connota jerarquía más que ubicación. En algún caso particular pueden coincidir pero no necesariamente.
Lo mismo ocurre en psicología social desarrollada a partir de Lewin. Si ese cuerpo es una persona, (y me refiero a persona como la entidad considerada desde su dimensión psíquica, mental y emocional), la conducta que esa persona manifiesta no se puede explicar si no incorporamos las otras personas determinadas, en un campo determinado, que siempre interactúan con esa persona para modificar la conducta resultante en un momento determinado. En este caso vale la expresión: esté donde esté, yo soy el centro de la realidad y a partir de eso actúo de esta manera.
Y así podemos reflexionar en cada uno de los ejemplos seleccionados anteriormente para concluir que todos construyen sus propuestas teóricas sobre los campos, en base a la especificidad de su ámbito de conocimiento, pero todas ellos incorporando la idea de campo no como un el campo, sino el campo como un componente imprescindible de cualquier ciencia o disciplina que pretenda comprender, explicar o predecir la realidad.
Entonces, ¿cuáles son los caracteres de un lugar en arquitectura? Naturalmente que tenemos que comenzar enumerando un campo de realidad con todas sus propiedades y características. Pero como los campos son campos-cosas, entonces debemos especificar qué conjunto de cosas abren campos de realidad más específicos. Yo diría, si podemos desagregar un poco esta totalidad unitaria del objeto de estudio de los arquitectos, debemos reconocer al hombre, las cosas de la realidad y los campos de realidad que estos dos componentes anteriores necesariamente despliegan.
El hombre en todas sus dimensiones: la dimensión física como cuerpo, el hombre en su dimensión psíquica como persona, el hombre en su dimensión social como ser social y miembro de algún grupo social o de varios a la vez; la pareja, la familia, el club, el partido, la clase, la etnia o la tribu. Y por último y no en último lugar, el hombre como ser espiritual.
Mientras que las cosas reales con las que el hombre tiene que ver para la configuración de lugares, se circunscriben a un sistema completo constituido por objetos y asientos en el sentido lato y sus correspondientes campos. Me explico, si uno compra un equipo de música para colocarlo en su casa, uno debe tener ya un mueble donde colocarlo. Este mueble adquiere el carácter de asiento de ese objeto y encadena ambos en un sistema. Pero ese equipo colocado sobre ese mueble no sólo ocupa un lugar sobre esa superficie que lo recibe como asiento, sino que para poder operar con él es necesario que a su alrededor se abra un espacio que permita a la persona encenderlo, colocar el disco y calibrar el volumen. Este espacio que el equipo requiere para que la persona lo opere constituye el campo que entre todos ellos (equipo, mueble, persona) se abre y que en conjunto configuran un lugar en un ambiente de un edificio y es lo que se debe entender por unidades mínimas de carácter atómico que configuran los ambientes de carácter molecular que se alojan en habitaciones de esas edificaciones.
En los años 40s del siglo pasado se publica en Alemania Arte de Proyectar en Arquitectura de Ernt Neufert, un compendio bastante completo de tipos arquitectónicos y sus soluciones en planos, todos ellos en el enfoque racionalista y funcionalista de la época con una serie de cartillas previas con medidas tanto del cuerpo humano como de los objetos y de los espacios requeridos. Toda esta infinidad de especificaciones métricas de objetos, muebles, movilidades y habitaciones que este ha producido en la sociedad industrial de la segunda guerra mundial están en milímetros y están relacionados con los campos de las cosas pero no explícitamente y cuando está presente reduce la noción de campo exclusivamente al espacio métrico que hay que considerar en forma cuantitativa. Si bien no le restamos ningún valor a esta inmensa obra, hay que tener presente que la décima edición de esta obra el año 45 cuando finaliza la guerra estaba destinada a convertirse en El Libro para la reconstrucción de la Alemania destruida por la guerra y, en segundo lugar, como el mejor parámetro para encontrar los mínimos métricos requeridos en la tarea reconstructiva. Esta obra también constituye la base sobre la cual se desarrolla la inmensa batería de normas que el pueblo alemán ha introyectado de tal manera en su visión de la realidad que se hace imposible hacer nada si no está basado en ellas porque de seguro que ya existen para absolutamente todo lo que pueda ser diseñado y construido o fabricado en Alemania. Recién entonces es posible comprender por qué todo funciona como un reloj. Pero la vida no es métrica y racional solamente. Requiere de las otras dimensiones cualitativas que sí creo que están incorporadas en la noción de campo como componente de los lugares y que este libro se salta para desembocar en una arquitectura fría y sin interés que todavía podemos apreciar en casi todas las ciudades de la Europa reconstruida y posteriormente en América toda, hasta nuestros días.
Este ensayo, con el abordaje de un componente (la noción de campo) ha pretendido mostrar que en algún momento de la historia se abrió, para el pensamiento occidental, la posibilidad de pensar la realidad en forma más integrada con aquel componente que, es parte de las preocupaciones de los arquitectos. Este concepto que ha sido concebido como espacio es mucho más que eso. Al redefinir espacio en los términos de campo estamos logrando establecer conexiones con las demás áreas del conocimiento que lo hayan incorporado y posibilitando con ello construir una teoría para la arquitectura enraizada con nuestra realidad multicultural, puesto que es en éste componente que se expresan los cambios de una cultura a otra. Esta preocupación, si bien es más específica, proporciona a la vez una posibilidad más general para la teorización y una actualización en base a las demandas más recientes que las teorías ya existentes no satisfacen. Quedan sin embargo por tratar algunas otras preocupaciones que serán objeto de posteriores entradas el próximo año.
[1] ARNHEIM Rudolf, El poder del centro, Estudio sobre la composición en las artes visuales. Ed. Akal S.A. Madrid 2001.
[2] WONG Eva, libro completo de Feng Shui. Gaia Ediciones, Madrid 2004
[3] El trabajo del Dr. Tapia fue realizado para el Ecuador donde rige esta división político-administrativa.
[4] MUNTAÑOLA Josep, La Arquitectura como lugar, Editorial Gustavo Gili, 1974, Barcelona y Topogénesis I, II, y III de Oikos Tau Ediciones, 1979, Barcelona.
[5] Muntañola, Op. Cit. 1, pág. 53.
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