jueves, 20 de diciembre de 2012

CONTRIBUCIÓN A LA PROBLEMÁTICA ENTRE CULTURAS

Una discusión que se apagó y que hay que encender de nuevo 

Al revisar la lista de lecturas que cita el diplomado que mi querida amiga Aída Torres me manda desde Valparaiso, encuentro una bellísima contribución que hace Homi K. Bhabha sobre la problemática cultural. Sin duda que para el estudio del patrimonio ya construido y su consecuente conservación, este es un capítulo importante. Pero si lo trasladamos a mi país, donde se pretende una revolución cultural, por lo menos anunciada, el asunto que siempre se despliega en el espacio que queda entre las culturas que se confrontan, los conceptos que se han esgrimido, los puentes que se pretenden o que se cortan, son todos desafíos que hay que empezar a plantear. Ahora recién comprendo por qué declara Simón Yampara que no cree en la multiculturalidad o cómo es que occidente se entrampa en los conceptos y no puede salir libremente de sus extensiones
Que mejor tema para esta fecha emblemática que dar a conocer esta contribución que aparece en el libro: Cuestiones de Identidad Cultural compilado por Stuart Hall y Paul du Gay de Amarrortu Editores del año 1996.


4. El entre-medio de la cultura
Homi K. Bhabha


Un cambio reciente en la escritura de la crítica cultural ha hecho que la prosa resulte más sencilla, menos adornada con la utilería de la puesta en escena de la argumentación.
Donde antaño las «citas amedrentadoras» engalanaban el texto con la frecuencia de las guirnaldas en una boda india, hoy las celebraciones semióticas y posestructuralistas guardan mayor sobriedad. Los «ismos» y las «idades»[1] —esas colas que meneaban el dogma de la religión crítica— ya no dan origen a nuevos paradigmas o problemáticas. La muerte del autor o el entierro de la intención son sucesos que no provocan más escándalo que la visión de una carroza fúnebre en un suburbio de Palermo.
Las prácticas críticas que procuraban destotalizar la realidad social demostrando las micrologías del poder, los diversos lugares de enunciación del discurso, el desprendimiento y deslizamiento de los significantes, han quedado súbitamente inermes.
Tras haber relajado la vigilancia, con la esperanza, quizá, de que los modos intelectuales que intentábamos promover hubieran pasado al discurso común de la crítica, ahora nos sorprenden con la guardia baja. Privados de nuestros recursos escénicos, se nos pide que encaremos sin ambages toda la realidad de la idea de «Cultura»: el concepto cuya dominación creíamos haber disuelto en el lenguaje de las prácticas significantes y las formaciones sociales. Este no es un orden del día elegido por nosotros; los términos del debate ya están prefijados, pero en medio de las guerras culturales y las maniobras en torno del canon no podemos escondernos bajo las faldas de la aporía y protestar histrióricamente que no hay nada fuera del texto. En estos días, cualquiera sea el lugar hacia el que dirija la vista, me descubro mirando a los ojos a un oficial de reclutamiento —a veces se parece a Dinesh D'Souza, otras a Robert Hughes—, que me observa intensamente y dice: «¡La civilización occidental te necesita!». Al mismo tiempo, una débil vocecita dentro de mí susurra: «¡La teoría crítica también te necesita!».
Lo que hoy está en discusión no es la noción arnoldiana esencializada o idealizada de la «cultura» como un montaje arquitectónico de lo hebreo y lo helénico. En medio de las guerras multiculturales nos encontramos sorprendentemente más cerca de una idea de Notes towards the Definition of Culture, en la que T. S. Eliot demuestra una cierta inconmensurabilidad, una necesaria imposibilidad, cuando se trata de pensar la cultura. Enfrentado a la fatal noción de una cultura europea autónoma y a la idea absurda de una cultura incontaminada en un solo país, Eliot escribe: «Nos vemos, por lo tanto, en la urgencia de mantener el ideal de una cultura mundial, pero admitimos a la vez que somos incapaces de imaginarla. Sólo podemos concebirla como el término lógico de las relaciones entre culturas».[2]  La fatalidad de pensar las culturas «locales» como incontaminadas o autónomas nos obliga a concebir culturas «globales», algo que en sí mismo es inimaginable.
¿Qué clase de lógica es esta?
Me parece significativo que Eliot, en este punto irresoluble de su argumento, apele a la problemática de la migración colonial. Aunque escribe en líneas generales sobre las sociedades coloniales en términos de los colonizadores, sus palabras tienen una resonancia irónica en la condición contemporánea de la migración tercermundista: «Las migraciones de los tiempos modernos (...) se trasplantaron de acuerdo con cierta determinación social, religiosa, económica o política o alguna mezcla peculiar de estas.
Por lo tanto, hubo en los desplazamientos algo de naturaleza análoga al cisma religioso. La gente llevó consigo sólo una parte de la cultura total (...) La cultura que se desarrolla en el nuevo suelo debe ser, en consecuencia, desconcertantemente parecida y diferente de la cultura madre: se complicará a veces debido a las relaciones de todo tipo que se establezcan con alguna raza nativa y, además, a causa de la inmigración que no proceda de la fuente original. De este modo, aparecen tipos singulares de simpatía y choque entre culturas».[3]
Esta cultura «en parte», esta cultura parcial, es el tejido contaminado pero conectivo entre culturas: a la vez imposibilidad de la inclusividad de la cultura y límite entre ellas. Se trata de algo así como el «entre-medio» [«In-between»] de la cultura, desconcertantemente parecido y diferente.
Para alistarnos en la defensa de esta naturaleza «no doméstica», migratoria y parcial de la cultura debemos dar nueva vida al significado arcaico de «lista» [«list»] como «límite» o «frontera». Una vez hecho esto, introducimos en las polarizaciones de liberales y liberacionistas la idea de que la traducción de culturas, ya sea asimiladora o agonística, es un acto complejo que genera afectos e identificaciones fronterizos, «tipos singulares de simpatía y choque entre culturas». La singularidad de la presencia parcial y hasta metonímica de las culturas radica en la articulación de las divisiones sociales y desarrollos desiguales que perturban el auto reconocimiento de la cultura nacional, sus horizontes ungidos de territorio y tradición.
El discurso de las minorías, defendido y atacado en las guerras multiculturales, propone un sujeto social constituido mediante la hibridación cultural, la sobre determinación de las diferencias comunitarias o grupales y la articulación de la semejanza desconcertante y la divergencia trivial.
Estas negociaciones fronterizas de diferencia cultural a menudo violan el compromiso profundo del liberalismo con la representación de la diversidad cultural como elección plural. Los discursos liberales sobre el multiculturalismo experimentan la fragilidad de sus principios de «tolerancia» cuando intentan refrenar el apremio de la revisión. Al abordar la demanda multicultural, tropiezan con el límite de su noción consagrada de «igual respeto»; y reconocen con ansiedad la reducción de la autoridad del Observador Ideal, una autoridad que supervisa los derechos (e ideas) éticos de la perspectiva liberal desde la plataforma superior de los autobuses de Clapham. Al contemplar los compromisos de la cultura liberal tardía con la cultura migratoria y parcial de las minorías, debemos modificar nuestra percepción del terreno donde podemos comprender mejor los debates. En este caso, nuestra comprensión teórica —en su sentido más general— de la «cultura como diferencia» nos permitirá captar la articulación del espacio y el tiempo fronterizos y no domésticos de la cultura.
¿Dónde podría encontrarse esta comprensión?
Pese a su susceptibilidad al consenso, por la cual es tan criticada, la obra de Jürgen Habermas sugiere algo del asediado terreno de la cultura frente a la diferenciación social. Una vez que renunciamos al sentido universalizador del «sujeto autorreferencial en gran escala, que engloba a todos los sujetos individuales», indica Habermas, la riesgosa búsqueda de consenso resulta en el tipo de diferenciación del mundo de la vida cuyos síntomas más evidentes son la pérdida de sentido, la anomia y las psicopatologías.[4] Como consecuencia, «las causas de las patologías sociales que antaño se agrupaban en torno del sujeto de clase se desmigajan hoy en contingencias históricas ampliamente fragmentadas».[5] El efecto de esta fragmentación —la diferencia migratoria, una vez más— produce las condiciones de una «red de intersubjetividad de tejido cada vez más fino, generada por el lenguaje. La racionalización del mundo de la vida implica una diferenciación y condensación a la vez, un engrasamiento de la red flotante de hilos intersubjetivos que al mismo tiempo mantienen unidos los componentes cada vez más marcadamente diferenciados de la cultura, la sociedad y la persona ».[6]
El multiculturalismo —un término comodín para designar desde el discurso de las minorías hasta la crítica poscolonial, desde los estudios gays y lésbicos hasta la ficción chicana— se ha convertido en el signo más cargado para describir las contingencias sociales fragmentadas que caracterizan la Kulturkritik contemporánea. Lo multicultural es ahora un «significante flotante» cuyo enigma está menos en sí mismo que en sus usos discursivos para señalar procesos sociales en los cuales la diferenciación y la condensación parecen producirse de manera casi sincrónica.
Para criticar los términos en este terreno ampliamente discutido y hasta contradictorio, es necesario hacer algo más que demostrar las inconsistencias lógicas de la posición liberal cuando debe enfrentarse a creencias racistas.
El conocimiento prejuicioso, racista o sexista, no corresponde a la «reflexividad» ética o lógica del sujeto cartesiano.
Se trata, como señaló Bernard Williams, de «una creencia que se pone en guardia contra la reflexión». Exige un «estudio de la irracionalidad en la práctica social (...) más detallado y sustantivo que las consideraciones esquemáticas de la teoría filosófica».[7] Los multiculturalistas comprometidos con la objetivación de las diferencias sociales y culturales dentro de un socius democrático deben vérselas con una estructura del «sujeto» constituida en el «campo proyectivo» de la alienación política.[8]  Como escribe Etienne Balibar, el lenguaje identificatorio de la discriminación funciona invirtiendo los términos: «la identidad racial/cultural de los "verdaderos nacionales" sigue siendo invisible, pero se infiere de (...) la visibilidad cuasi alucinatoria de los "falsos nacionales": judíos, "tanos", inmigrantes, indios, nativos, negros».[9]
Así construido, el conocimiento prejuicioso siempre es incierto y está en peligro, pues, concluye Balibar, «el hecho de que los "falsos" sean demasiado visibles nunca garantizará que los "verdaderos" lo sean lo suficiente».[10] Esta es una de las razones por las cuales los multi-culturalistas empeñados en constituir identidades minoritarias no discriminatorias no pueden hacerlo afirmando simplemente el lugar que ocupan o retornando a un origen o pretexto auténtico y «no marcado»: su reconocimiento exige la negociación de una peligrosa indeterminación, dado que la presencia demasiado visible del otro confirma al sujeto nacional auténtico pero nunca puede garantizar su visibilidad o verdad. La inscripción del sujeto minoritario en algún lugar entre lo demasiado visible y lo no suficientemente visible nos devuelve a la idea de la diferencia cultural y la conexión intercultural de Eliot como algo que está más allá de la demostración lógica. Y exige que el sujeto discriminado, aun en el proceso de su reconstitución, se sitúe en un momento presente que es temporariamente disyuntivo y efectivamente ambivalente. «Demasiado tarde. Todo está previsto, cuidadosamente considerado, demostrado, aprovechado al máximo. Mis manos trémulas no se afirman en nada: la veta está agotada. ¡Demasiado tarde!». Resulta claro que Franz Fanón habla desde esta brecha temporal[11]  en el lugar de la enunciación y la identificación, dramatizando el momento del reconocimiento racial. El sujeto o la comunidad discriminados ocupan un momento contemporáneo que es históricamente inoportuno, postergado para siempre. «Llegas demasiado tarde, extremadamente tarde. Siempre habrá un mundo —un mundo blanco— entre tú y nosotros (...) Frente a este anquilosamiento concreto (...) es comprensible que haya podido decidirme a lanzar mi grito negro. Poco a poco, extendiendo pseudópodos aquí y allá, segregué una raza».[12]
En contraste, la dialéctica liberal del reconocimiento llega, a primera vista, justo a tiempo. El sujeto del reconocimiento se ubica en un espacio sincrónico (como conviene al Observador Ideal) desde el cual vigila el campo de juego parejo que Charles Taylor define como la quintaesencia del territorio liberal: «la presunción de igual respeto» por la diversidad cultural. La historia nos ha enseñado, sin embargo, a desconfiar de las cosas que funcionan con puntualidad, como los trenes. No queremos decir que el liberalismo no reconoce la discriminación racial o sexual: estuvo a la vanguardia de esas luchas. Pero de su idea de la igualdad se desprende un problema recurrente: el liberalismo contiene un concepto no diferencial del tiempo cultural.
Cuando el discurso liberal intenta normalizar la diferencia cultural, convertir la presunción de igual respeto cultural en el reconocimiento de una igual valía cultural, no reconoce las temporalidades disyuntivas y «fronterizas» de las culturas minoritarias y parciales. La intención de compartir la igualdad es genuina, pero sólo en la medida en que partamos de un espacio históricamente congruente; el reconocimiento de la diferencia se siente con autenticidad, pero en términos que no representan las genealogías históricas, a menudo poscoloniales, que constituyen las culturas parciales de la minoría. 
Así lo expresa Taylor: «La lógica subyacente a algunas de estas exigencias [multiculturales] parece depender de la premisa de que debemos respetar por igual a todas las culturas (...) La implicación parece ser que (...) los juicios verdaderos de valor de diferentes obras pondrían a todas las culturas más o menos en un pie de igualdad. Desde luego, el ataque podría provenir de un punto de vista neo nietzscheano más radical que cuestionara el status mismo de los juicios de valor (...) Como presunción, se afirma que todas las culturas humanas que animaron sociedades enteras a lo largo de lapsos considerables tienen algo importante que decir a todos los seres humanos. Lo he expresado de este modo para excluir medios culturales parciales dentro de una sociedad, así como fases breves de una cultura  mayor».[13]
Y una vez más: «En el mero nivel humano, podríamos aducir la razonabilidad de suponer que las culturas que proporcionaron su horizonte de sentido a gran cantidad de seres humanos, de diversos caracteres y temperamentos, durante un período prolongado (...) tienen casi con seguridad algo que merece nuestra admiración y respeto» (las bastardillas son mías).
Naturalmente, la desestimación de culturas parciales y el énfasis en grandes cantidades y períodos prolongados están desfasados de las modalidades de reconocimiento de las culturas minoritarias o marginadas. El hecho de basar la presunción en «sociedades enteras a lo largo de lapsos considerables» introduce un criterio temporal que elide el presente disyuntivo y desplazado a través del cual la irrupción de las minorías interrumpe e interroga la pretensión de homogeneidad y horizontalidad de la sociedad democrática liberal. Pero esta noción de tiempo cultural funciona en otros planos, además del nivel de la semántica o el contenido. Veamos cómo sitúa este pasaje al observador: cómo permite a Taylor convertir la presunción de igualdad en juicio de valor. La cultura parcial y minoritaria hace hincapié en las diferenciaciones internas, los «cuerpos extraños» en medio de la nación, los intersticios de su desarrollo desigual y desparejo, que desmienten su carácter autónomo. Como lo sostiene brillantemente Nicos Poulantzas, el Estado nacional homogeneiza las diferencias controlando el tiempo social «por medio de una única medida homogénea, que sólo reduce las múltiples temporalidades (. . .) codificando las distancias entre ellas».[14]  Esta conversión del tiempo en distancia es observable en la forma como el argumento de Taylor produce un binario espacial entre las sociedades totales y parciales, un término como principio de la negación del otro. Se desautoriza la doble inscripción de la parte en el todo o la posición minoritaria como el afuera del adentro.
No obstante, algo de esta «parte en el todo», la minoría como liminalidad interna y a la vez «cuerpo extraño», se registra sintomáticamente en el discurso de Taylor. Su mejor descripción es el deseo de lo «dialógico», un término que este autor toma de Mijail Bajtin. Pero Taylor despoja a lo «dialógico» de su potencial de hibridación. El síntoma más revelador de ello es que a pesar de su «presunción de igualdad», siempre presenta la posición multicultural o minoritaria como una imposición procedente del «exterior» y que plantea sus demandas desde allí. «El desafío es abordar la sensación de marginación de ellos sin comprometer nuestros principios políticos básicos» (las bastardillas son mías).[15]  En realidad, el desafío no consiste en vérselas con ellos/nosotros sino con las posiciones histórica y temporalmente separadas que las minorías ocupan de manera ambivalente dentro del espacio de la nación. El esquema de evaluación de Taylor, que sitúa la presunción de igualdad y el reconocimiento del valor (el antes y el después del juicio liberal) en la longue durée de las grandes culturas nacionales y nacionalizadoras, es de hecho antitético con el híbrido bajtiniano, que socava justamente esas pretensiones de totalización cultural: «El (...) híbrido no sólo se proclama y acentúa doblemente (...) sino que también tiene un doble lenguaje; puesto que
en él no sólo hay (o hay no tanto) dos conciencias individuales, dos voces, dos acentos, sino [duplicaciones de] conciencias socio-lingüísticas, dos épocas (...) que se reúnen y luchan conscientemente en el territorio de la enunciación (...) Se trata de la colisión de puntos de vista diferenciados sobre el mundo que están inmersos en estas formas (...) esos híbridos inconscientes fueron al mismo tiempo profundamente productivos en el plano histórico: están preñados de nuevas cosmovisiones potenciales, nuevas "formas internas" de percibir el mundo en palabras».[16]
En rigor, Bajtin hace hincapié en un espacio de enunciación donde la negociación de la duplicidad discursiva —con lo cual no aludo a dualidad o binarismo— engendra un nuevo acto de habla. En mi propia obra desarrollé el concepto de hibridez para describir la construcción de la autoridad cultural en condiciones de antagonismo o inequidad política. Las estrategias de hibridación revelan un movimiento de extrañamiento en la inscripción «autorizada» y hasta autoritaria del signo cultural. Cuando el precepto intenta objetivarse como un conocimiento generalizado o una práctica normalizadora hegemónica, la estrategia o discurso híbrido abre un espacio de negociación donde el poder es desigual pero su articulación puede ser equívoca. Dicha negociación no es ni asimilación ni colaboración, y hace posible el surgimiento de una agencia «intersticial» que rechaza la representación binaria del antagonismo social. Las agencias híbridas encuentran su voz en una dialéctica que no busca la supremacía o soberanía cultural. Despliegan la cultura parcial de la cual surgen para construir visiones de comunidad y versiones de memoria histórica que dan forma narrativa a las posiciones minoritarias que ocupan; el afuera del adentro: la parte en el todo.
En la novela Beloved (1987) de Toni Morrison, el conocimiento cultural y comunal aparece como una especie de amor a sí mismo que es también amor al «otro». Es un amor ético en el cual el «fuero íntimo» del sujeto está habitado por la «referencia radical y anárquica al "otro"».[17]
Este conocimiento es visible en los intrigantes capítulos en que Sethe, Beloved y Denver celebran una ceremonia de reivindicación y nominación a través de subjetividades transversales e intersticiales: «Beloved, ella es mi hija», «Beloved es mi hermana», «yo soy amada [beloved] y ella es mía».[18]  Las mujeres hablan en lenguas, desde un espacio al estilo de una fuga «en medio de una y otra», que es un espacio comunal. Ellas exploran una realidad «interpersonal»: una realidad social que aparece dentro de la imagen poética como si estuviera entre paréntesis, estéticamente distanciada, detenida pero enmarcada en la historia.
Es difícil transmitir el ritmo y la improvisación de esos capítulos, pero es imposible no verlos en la sanación de la historia, una comunidad recuperada en la construcción de un nombre. Como escribí en otra parte: «¿Quién es Beloved?
 «Ahora entendemos. Es la hija que vuelve a Sethe para que su espíritu ya no carezca de hogar.»
¿Quién es Beloved?»
 Ahora podemos decir: es la hermana que vuelve a Denver, y trae la esperanza del retorno de su padre, el fugitivo que murió en su huida.
«¿Quién es Beloved?»
 Ahora lo sabemos: es la hija nacida del amor asesino que vuelve al amor y al odio y se libera. Sus palabras están rotas, como las personas linchadas con el cuello roto, desencarnarlas, como los niños muertos que perdieron sus lazos. Pero no hay confusión en lo que dicen sus palabras encendidas cuando surgen de los muertos, a pesar de su sintaxis extraviada y su presencia fragmentaria.»
 "Mi rostro llega debo tenerlo busco la unión estoy amando mi rostro tanto quiero unirme estoy amando mi rostro tanto mi rostro oscuro está cerca de mí quiero unirme"».[19]
La idea de que la historia se repite, por lo común tomada como un pronunciamiento sobre el determinismo histórico, surge con frecuencia en los discursos liberales cuando fracasa el consenso y las consecuencias de la inconmensurabilidad cultural hacen del mundo un lugar difícil. En esos momentos se supone que el pasado retorna, con enigmática puntualidad, para hacer que los «acontecimientos» sean intemporales, y transparente la narración de su surgimiento.
 ¿Sobrellevamos mejor la realidad de «ser contemporáneos», sus conflictos y crisis, sus pérdidas y laceraciones, si dotamos a la historia de una prolongada memoria que luego interrumpimos o sobresaltamos con nuestra propia amnesia? ¿Cómo nos permitimos olvidar —nos decimos— que la violencia nacionalista entre hindúes y musulmanes está apenas bajo la superficie de la modernidad secular de la India? ¿No deberíamos haber «recordado» que las antiguas tribus balcánicas volverían a formarse?
Estas preguntas acentúan una observación que es cada vez más un lugar común: el ascenso de los «fundamentalismos» religiosos, la difusión de los movimientos nacionalistas, las redefiniciones de las reivindicaciones de la raza y la etnicidad, sostienen algunos, nos han devuelto a un movimiento histórico anterior, un resurgimiento o una nueva puesta en escena de lo que los historiadores llamaron el largo siglo XIX. Subyace a esta afirmación un desasosiego más profundo, el miedo a que el motor de la transformación social ya no sea la aspiración a una cultura democrática común. Hemos entrado en una atribulada era de la identidad, en la cual el intento de conmemorar el tiempo perdido y recuperar territorios perdidos crea una cultura de «grupos de interés» o movimientos sociales dispares.
Hoy la afiliación puede ser antagónica y ambivalente; la solidaridad puede ser sólo situacional y estratégica: los elementos comunes se negocian a menudo a través de la «contingencia» de intereses sociales y reivindicaciones políticas.
Las narrativas de reconstrucción histórica pueden rechazar esos mitos de transformación social: la memoria comunitaria puede buscar sus significados por medio de una percepción de la causalidad compartida con el psicoanálisis, que negocia la recurrencia de la imagen del pasado y, a la vez, mantiene abierta la cuestión del futuro. La importancia de esa retroacción estriba en su aptitud para reinscribir el pasado, reactivarlo, resituarlo, resignificarlo. Más importante, compromete nuestra comprensión del pasado y nuestra reinterpretación del futuro con una ética de la «supervivencia» que nos permita abrirnos paso a través del presente. Y ese abrirse paso, esa elaboración, nos libera del determinismo de la repetición de la inevitabilidad histórica sin una diferencia. Nos posibilita enfrentarnos con esa difícil línea divisoria, la experiencia intersticial entre lo que consideramos la imagen del pasado y lo que está en realidad implicado en el transcurrir del tiempo y el paso del sentido.

Agradecimientos
Este artículo rinde honores a los participantes de mi seminario y a mis colegas de la School of  Criticism and Theory, Dartmouth, 1993, sin cuyo aliento y apoyo no habría adoptado la forma que tiene.




[1] En inglés «alities»; el autor se refiere a las palabras terminadas en «ality» comunes en el discurso de la crítica cultural, por ejemplo technicality (tecnicismo), externality (factor externo o externalidad) o internality (factor interno o internalidad). (N. del T.)
[2] T. S. Eliot, Notes towards the Defmition of Culture, Nueva York: Harcourt Brace, 1949, pág. 62. [Notas para la definición de la cultura, Barcelona: Bruguera, 1984.]

[3] Ibid., págs. 63-4.
[4] 3 Jürgen Habermas, «The normative contení of modernity», en The Philosophical Discourse of Modernity, traducción de Frederick G. Lawrence, Cambridge, Mass: The MIT Press, 1987, pág. 348. [El discurso filosófico de la modernidad, Madrid: Taurus, 1991.]
[5] Ibid.
[6]  Ibid., pág. 346.
[7] 6 Bernard Williams, Ethics and the Limits of Philosophy, Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1985, pág. 116. [La ética y los límites de la filosofía, Caracas: Monte Avila, 1997.]
[8] 7 Etienne Balibar, «Paradoxes universality», en David Theo Goldberg, ed., Anatomy ofRacism, Minneápolis y Oxford: University of Minnesota Press, 1990, pág. 284.
[9] Ibid.
[10]  Ibid., pág. 285.
[11]  Véase Homi K. Bhabha, «Race, time, and the revisión of modernity», en The Location of Culture, Londres: Routledge, 1994. [«"Raza", tiempo y la revisión de la modernidad», en El lugar de la cultura, Buenos Aires: Manantial, 2002.]
[12]  Frantz Fanón, Black Skin, White Masks, traducción de Charles Lamb Markmann, Nueva York: Grove Weidenfeld, 1967, págs. 121-2. [Piel negra, máscaras blancas, Buenos Aires: Schapire, 1974.]
[13]  Charles Taylor, Multiculturalism and «The Politics of Recognition», Princeton: Princeton University Press, 1992, págs. 66-7 (las bastardillas son mías). [El multiculturalismo y «la política del reconocimiento», México: Fondo de Cultura Económica, 1993.]
[14]  Nicos Poulantzas, State Power and Socialism, traducción de Patrick  Camiller, Londres: New Left Books, 1978, pág. 110. [Estado, poder y socialismo, Madrid: Siglo XXI, 1980.]
[15]  Taylor, Multiculturalism, op. cit., pág. 63.
[16] 15 Mikhail Bajtin, «Discourse in the novel», en Michael Holquist, ed. The Dialogic Iniagination, traducción de Caryl Emerson y Michael Holquist, Austin: University of Texas Press, 1981, pág. 360.
[17] 16 Véase Emmanuel Levinas, «Reality and its shadow», en Collected Philosophical Papers, traducción de Alphonso Lingis, Dordrecht (Holanda) y Boston: Martinus Nijhoff, 1987, págs. 1-13. [La realidad y su sombra, Madrid: Trotta, 2001.]
[18] 17 Toni Morrison, Beloved, Nueva York: Plume/NAL, 1987, págs. 200-17. [Beloved, Barcelona: Ediciones B, 1995.]
[19] 18 Véase Homi K. Bhabha, «The home and the world», Social Text 10(2/3), 1992, págs. 141-53, donde desarrollo con más amplitud esta línea de argumentación con respecto a Beloued, de Morrison.

sábado, 9 de junio de 2012

APUNTES PARA PENSAR NUESTRO TERRITORIO


Reflexiones Ónticas y Descolonizadoras


Nuestro Estado Plurinacional es un Estado organizado territorialmente. Esto quiere decir que cualquier pedacito de tierra es parte de  alguna ciudad, algún municipio o algún territorio de una comunidad indígena. Es decir que la totalidad del territorio nacional por un lado pertenece a algún municipio, pero con la nueva constitución, cada fracción de tierra, está gobernada por alguna autoridad, poder o dominio específico. Es decir que es territorio jurisdiccional y está sometido a la carta magna.
Pero un territorio no lo termina constituyendo sólo una superficie de tierra concreta y el establecimiento de una jurisdicción concreta sino que es el resultado de un proceso de construcción social y cultural de una serie de actores que lo crean. De tal manera que, así como no puede haber sociedad sin territorio, tampoco se puede hablar de territorio sin tomar en cuenta lo que significa para la sociedad, ese pedazo de tierra en el que ha construido, ha modificado su geografía, ha sembrado, ha imaginado cosas, se ha identificado con esa tierra, y lo hace emocionar.
El primer concepto de territorialidad se desarrolló por la etología, estudiando los animales en su entorno, que posteriormente pasó a las ciencias sociales como un concepto del comportamiento individual y colectivo. Es la propiedad o cualidad que tenemos tanto animales como el Hombre de necesitar una determinada fracción de espacio que la hacemos nuestra y la sentimos propia para desarrollar nuestra vida en condiciones adecuadas, es decir  vivir bien. Es el lugar de anclaje en el mundo. Es una necesidad biológica casi instintiva; como la tenemos en un nivel subconsciente y siempre latente, cuando no se cumple incide con una sensación de malestar o de desajuste de nuestro estar en el mundo.
Según Mazurek (2006), el territorio tiene cinco características que hay que tomar en cuenta para su adecuada comprensión.

1.- El territorio es localizado y más que la ubicación geo-referenciada de latitud y longitud geográficas que nos pueden llevar fácilmente a su ubicación sobre el globo terrestre, importan sus características y cualidades naturales específicas.


Valle Bajo al pié del Tunari
He llegado al convencimiento que es totalmente diferente el proceso de estar en el mundo de un habitante de un lugar cuando éste habita en una planicie infinita cuyo horizonte es una línea que separa la tierra del cielo de aquel otro habitante cuyo horizonte está ocupado por la presencia majestuosa y telúrica de los colosos montañosos de los Andes y donde la línea abstracta recta y geométrica se vuelve figura y se desplaza hacia arriba o hacia abajo. Esta presencia del horizonte recortado y desplazado y con forma tiene necesariamente que incidir en la manera de pensar, concebir y estructurar el lugar en un lugar siempre con “arribas” y “abajos” respecto del centro. “Valle Alto” y “Valle Bajo” en Cochabamba por ejemplo. Cuando esto no sucede, como la otra situación, el hombre se ve obligado a establecer un sistema abstracto ya no inmanente al lugar, sino sobrepuesto, como el sistema de ejes cardinales de orientación (norte, sur, este, oeste o “cardo y de cumano” en las ciudades coloniales y campamentos militares romanos) que le permita encontrar alguna base o punto de estructuración en el trazado o la construcción, a esa planicie sin estructura. Esto hace una gran diferencia, mientras que en el último, hay ausencia y es necesario poner alguna referencia abstracta, en el primero hay presencias que es necesario interpretar e incorporar al mundo de cada lugar. Entonces ya no importa tanto la correspondencia de los elementos direccionales del lugar con las coordenadas cardinales sino que empiezan a cobrar mayor importancia las otras direcciones hacia las figuras de los elementos de los cerros, montañas especiales, símbolos religiosos o monumentos cívicos, construidos encima de ellos.
Por tanto, la comprensión de un territorio tiene que ser local, y desde lo local; de ahí que se habla de localidad como el conjunto de cualidades y características propias y únicas del territorio que un grupo societal le reconoce al territorio estructurado por él.

2.- El territorio se basa en un proceso de apropiación, es decir de construcción de una identidad a su alrededor. 

Por eso, existen signos de apropiación que pueden ir desde la denominación hasta la delimitación de fronteras, pasando por formas abstractas de reconocimiento.

En Cochabamba, como en cualquier lugar del planeta, tenemos infinidad de ejemplos del proceso de territorialización en la denominación de lugares. Lo que llama la atención en el valle en cuanto a los nombres de lugares (toponimia) se debe a que es una zona del país donde se habla quechua principalmente y habitualmente, sin embargo la mayoría de los nombres de barrios, cerros o lugares están en idioma aymara. Esto es algo que causa mucha sorpresa a los actuales nativos de la llajta cuando uno lo menciona porque parece que lo han olvidado o ya no lo quieren recordar.

Cerro Tunari después de una nevada en las alturas
Comencemos por el más emblemático: el cerro Tunari. Es un término del aymara que significa “el pequeño que hace” es decir que ejerce la fuerza que se le ha reconocido al designarlo como el cerro tutelar del valle cochabambino y es el pequeño de todos los Apus del territorio andino si lo comparamos con los otros que están rodeando el altiplano y sobrepasan los 6.000 metros de altura. Entonces, para un andino hay cerros y hay Apus y la diferencia no es la altura o la forma sino que los Apus son la encarnación en cerro de un espíritu ancestral, genealógico protector, una fuerza numinosa con la que la comunidad y los individuos deben mantener relaciones específicas para apaciguarla y recibir sus favores e integrarla a las entidades del lugar y de ésta manera contribuir responsablemente para que el mundo funcione y para conservar el orden de nuestro mundo y de la tierra de la que todos dependemos.

Cerro San Pedro al atardecer
Ahora es interesante que justo al frente del Tunari, el primero que recibe los rayos del sol en el valle, en el otro extremo del valle, se halla ubicado otro Apu, el Tata Kiri Kiri que del aymara significa señor de los hechizos y que con la fundación de Cochabamba cambia de nombre a cerro San Pedro y que con la última proliferación de sectas, los católicos deciden construir encima el Cristo de la Concordia en una nueva acción de sobreponer, cubrir y hacer desaparecer a cuanto lugar sagrado existía en el mundo andino, con un edificio o un símbolo religioso y con ello no hacen más que reforzar la creencia intemporal del hombre y de muchas culturas que la tierra está viva.

Kollcas de Cotapachi
La propia Cochabamba (Kocha Pampa) fue sin lugar a duda una pampa con algunas cochas (charcos de agua) cuando llegaron sus primeros habitantes y esa característica descriptiva se conservó hasta su última denominación en idioma quechua para pasar al castellano como lo que quedó. No hay que olvidar a Cala Cala (Kala Kala) un barrio residencial de la ciudad cuyo nombre proviene del aymara Kala = piedra, y su repetición nos implanta la idea de pedregal; otro barrio Queru Queru (Kero) vaso de cerámica de los que se hacían en Tiwanaku y de los que se han encontrado una infinidad en estratos arqueológicos correspondientes a esa cultura que también estuvo en el valle, siendo el valle parte del territorio tiwanacota. Pero también Colcapirua (Kollca Pirwa) municipio vecino de Cochabamba que pertenece a Quillacollo y cuyo nombre combina tanto del aymara como del quechua la idea de troj o almacén o depósito de productos agrícolas de los que los Incas construyeron a lo largo de su imperio con una tecnología todavía sorprendente para la adecuada conservación de los productos.

Otra temática de la apropiación del territorio se refiere a los límites y fronteras. Cuando se definieron los límitess departamentales ya empezaron a aparecer problemas de comunidades indígenas que quedaron divididas o de conjunto de mitades donde una mitad quedó en un departamento y la otra en el otro. Actualmente todavía persisten estos problemas. La diferencia es que hoy los actores ya son visibles y con derechos, antes no lo eran y sus conflictos se los puede procesar de otro modo y no sólo políticamente. 

Zona del conflicto
Ejemplos de todo esto fueron las guerras entre ayllus de Laymes y Jukumaris, el conflicto entre Oruro y Potosí, el conflicto entre Cochabamba y Beni en la zona del Tipnis (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure).

De la misma manera dentro de las grandes ciudades se plantean problemas de otra índole en los límites que se han establecido al municipalizarse el territorio de una ciudad quedando pedazos de las ciudades en otro municipio o las propias ciudades enclaustradas por otros municipios impidiendo que dispongan de territorio sin construir y tampoco sin botadero de basura o problemas serios de abastecimiento de agua.

También los territorios de las diásporas y de los desplazados de la Tierra que en realidad son propiamente territorios de otra naturaleza. La territorialidad de las diásporas pone en una situación difícil a cada miembro de un grupo étnico o religioso que ha sido dispersado en contra de su voluntad, planteándoles cómo vivir en un nuevo territorio sin seguir identificándose con el anterior, incluso teniendo la posibilidad de reagruparse en otra parte o permaneciendo indefinidamente en ese nuevo lugar manteniendo una conexión real o imaginaria con el lugar de origen. Ejemplo de ello son los zafreros de Potosí que se ocupan en Santa Cruz o en el Norte de la Argentina. Cuando ya no regresan y se dispersan en el interior de esas sociedades para sobrevivir como puedan. La problemática de los desplazados nos plantea una situación límite donde grandes grupos humanos se mueven de sus países por conflictos bélicos o por falta de trabajo o tremendas sequías o inundaciones en sus países de origen a otros países o a través de muchos países a otros continentes inclusive.

Alguna vez escuché que esta será la tendencia que nos mostrará el mundo en el futuro próximo si es que no cambian las maneras de relacionarse de los países más ricos con los más pobres de la Tierra.

3.- El territorio es un producto de la actividad humana. 

Existen procesos de manejo y de transformación del espacio que muestran cómo el hombre se ha apropiado de él.

El paisaje es la forma más visible e integrada de la acción del hombre sobre la geografía, que acumula, deja huellas, e inscribe y amontona las prácticas territoriales de acuerdo a su historia, su cultura y el nivel tecnológico alcanzado.

Un lugar paradigmático concebido y construido con estas ideas y principios es Machu Pichu. Según el arqueólogo Johan Reinhard, la ubicación del lugar estaría determinada por la alineación entre el Huayna Pichu, Apu de la ciudad y el Salcantay, cerro sagrado y nevado en dirección sur, pasando por el Inti Huatana, lugar más sagrado en el interior de Machu Pichu. Una alineación de las que eran frecuentes entre los Incas. Si bien Binham, el redescubridor de las ruinas, le confiere a la piedra sagrada de Inti Huatana la propiedad de amarrar al sol por su orientación cardinal, los Incas tenían respecto a nuestros ejes cardinales una concepción bastante diferente. Estaban seguros de que el sol siempre salía por el este pero unos cuantos días al año nada más y después éste se iba recorriendo hacia el sureste o al nordeste hasta llegar a puntos máximos en su desplazamiento. Estos puntos máximos sí les interesaban y no el Este mismo que está en medio de este desplazamiento como un promedio, porque si el sol seguía desplazándose más hacia cualquiera de los dos lados, podía no volver nunca más y esto si era una catástrofe. 
Estos puntos máximos de desplazamiento hacia el norte y hacia el sur, se producen con los solsticios de inverno (21 de junio) y verano (21 de diciembre) y eran momentos del año muy importantes, eran momentos de cambio, de vuelco, un pacha kuti anual. Eran momentos de inflexión, el inicio de un nuevo año, el inicio de un nuevo ciclo en la circularidad del tiempo y había que dejarlos inscritos en la roca.

Se ha descubierto hace pocos años, en la isla del sol en el lago Titicaca, incluso el corte de un cerro para conservar la alineación de unas islas del lago con la salida del sol en el solsticio de invierno donde el Inca realizaba una ceremonia anual en la roca sagrada de ésta isla y el marcado de éste punto máximo de desplazamiento del sol con muros de piedra para enmarcar al sol en su plenitud visto desde la roca sagrada.

Territorio Tiwanaku (900 - 1000 d.C.)
Gracias a unos trabajos arqueológicos recientes en la isla Pariti del lago Titicaca que corresponden a la etapa última de Tiwanaku (900 y 1000 d.C.) se puede intentar una imagen de ese territorio en ese momento crucial del tiempo en el que se produce por un lado una gran sequía muy larga y prolongada que no permite sustentar la alimentación y ocasiona terribles crisis a la organización teocrática del estado tiwanacota. Pero por otro lado la alianza de la ciudad estado de Tiwanaku con la ciudad estado de Wari en Ayacucho que controla otra gran porción del territorio del sur del Perú desde las cercanías al lago hasta la costa de Ica, de carácter más militar y que juntos tratan de consolidar un territorio imperial significativo, el más significativo de su época.

Se trata de unos pozos al lado de un muro (presumiblemente de un templo de la Isla) donde sacerdotes tiwanacotas entierran en forma ritual una cantidad enorme de cerámicas, rotas previamente, junto con tinajas intactas en un aparente acto de contrición o cambio de dirección de las creencias espirituales que muestran los motivos pintados en la cerámica. Hay muchas cosas inusuales en estos enterramientos. En términos cuantitativos aparecen cantidades mayores de algunos tipos de cerámica que las usuales en enterramientos rituales en la ciudad de Tiwanaku. Los challadores que son vasijas cónicas abiertas que terminan en mango en el otro extremo. Estos están pintados por dentro y no por fuera. Los motivos están más relacionados con circunstancias en las que irrumpen las fuerzas manqa más que con los tradicionales motivos habituales de la cerámica tiwanacota incluso en uno de estos challadores aparece un enorme animal alado con cabeza reptílica y colmillos que está devorando a un tiwanacota por la cabeza. ¿Se trata de un dragón?

No hay que extrañar la presencia de dragones en los Andes. Por lo menos hay antecedentes en Chavín de Huantar de un período draconiano en sus cabezas clavas en los muros en ese lugar pero 2000 años antes que lo que estamos considerando. Además hay otro indicador muy significativo. Y también se reporta en la cerámica algunas características de la cerámica tiwanacota desarrollada en Cochabamba y no en el Tiwanaku nuclear, o por otro lado en un Keru aparece la imagen del Inti con rayos de sol alrededor del rostro como la que está esculpida en la Puerta del
Sol sólo que en este caso la boca tiene colmillos.

Keru en Pariti
Todo esto nos muestra el carácter complejo de la construcción de un territorio y más aún en un momento crítico en el que se cambia o se prueba otra dirección en el proceso de territorialización
Si bien Machu Pichu y Tiwanaku  son  casos de asentamientos precoloniales que se preservan como patrimonio de la humanidad, aquello que llamamos la Ciudad actual es el elemento de mayor impacto en el territorio, en el paisaje y es la forma más usual de la territorialidad del hombre en este mundo. 

Quizás valga la pena de mencionar cómo fue que el valle agrícola se convirtió en espacio urbano en un proceso de desterritorialización que ya no tiene freno en la sociedad actual.

Cochabamba no fue parte del “centro” del territorio aymara posterior a Tiwanaku sino que fue siempre un enclave agrícola de las etnias del altiplano en otro piso ecológico, como parte del archipiélago territorial que caracterizó la ocupación de nuestros pueblos originarios del territorio andino nacional. Los valles en Cochabamba, tampoco tuvieron una sola etnia a pesar que dependía territorialmente de Paria, la capital de uno de los señoríos aymaras, sino que usufructuaban una gran cantidad de etnias de diferentes regiones, de las bondades agrícolas de los valles. Cuando los incas llegan al valle, reconocen su valor productivo y reconocen, también, el mismo patrón de ocupación territorial que ellos usaron, junto con traslados y reemplazos poblacionales para el control y dominación de los territorios ocupados e incorporados al imperio. Según se sabe, fue Huayna Kapaj el que organiza y distribuye las tierras con esa autoridad administrativa magna e incuestionable y con el principio de reciprocidad que los caracterizó, asignándoles tierras a todas las etnias que ya lo ocupaban reunidas todas al costado oeste del valle y reservando el resto para el estado teocrático que él dirigía.

A partir de la colonia, el sistema agrícola andino es desestructurado y se produce un gradual retorno de sus habitantes a sus tierras de origen y es reemplazado por la gran conurbación extendida, poco densa, semi-agropecuaria y semi-urbana que es la ciudad actual. Y a pesar de todo, no dejan de estar presentes aquellos elementos cosmológicos con una pachamama urbanizada, un apu protector Tunari, una virgen de Urcupiña, un Cristo de la Concordia y un arriba y un abajo respecto al valle central que caracterizan la cosmología llajtamasi (los pobladores de la Llajta) y son componentes del territorio de la llajta y de su apropiación.

Ubicación de Inkaraqay en el valle
Si analizamos comparativamente los criterios para la localización de dos asentamientos en los que intervinieron cosmovisiones diferentes, Incaraqay y Cochabamba colonial, podemos apreciar similitudes y diferencias. Incaraqay se construye porque estaba en el trayecto que iba de los valles del Collao hacia el Cuzco por el camino incaico. También se construye allí arriba del valle pero al pié, como atalaya desde la que se divisa todo el valle y se puede controlar los mandatos emitidos por el Inca en su visita ordenadora y convincente. Se ubica cerca y por encima de la mayor concentración de parcelas reconocidas como productoras complementarias de los centros en el altiplano y cerca de los silos de Cotapachi cuya reserva era para el estado y para el reparto de reciprocidad en otros sitios del imperio. Y también se construyo allí para la larga negociación que tuvo que afrontar Huayna Kapaj en su paso por el valle, hasta que todos, muchísimas etnias, quedaran convencidos y conformes con las decisiones tomadas en esa oportunidad.
Cuando el sistema incaico desaparece deja un vacío administrativo momentáneo y el orden acordado ya no tiene sentido, la gente empieza a retornar a sus comunidades, la producción decae y queda sin propiedad gran parte del valle que es usufructuado, ambigua y sin mucho entusiasmo, por la gente que quedó hasta la llegada de los españoles que empiezan a apropiarse y recibir en encomienda las tierras que otrora fueron del Inca.

Primero se fundan los pueblos cercanos como El Paso y después Cochabamba. Hay que mencionar tres datos interesantes sobre la ciudad de El Paso. Primero, que junto con Sipe Sipe, son mucho más antiguas que Cochabamba perteneciendo a la jurisdicción de dos señoríos aymaras diferentes, la primera a los Charcas y la segunda a los Soras. Segundo, que la ciudad de El Paso estaba organizada en dos mitades, la del norte para los indígenas de la mitad Hanansayas y la del sur para los de la mitad Hurinsayas, ambas reunidas en su centro con la plaza y el templo de Santiago apóstol de El Paso, el más antiguo de Kanata. Y tercero, cuando se realizan las reducciones de indios por instrucción del Virrey Toledo, se recomienda usar el idioma aymara en la catequización en El Paso, Sipe Sipe y Tapacarí mientras que para Tiquipaya, Pocona y Misque se recomienda tanto el aymara como el quechua.

Mientras que el orden del mundo andino estuvo presente marcadamente en gran parte del valle bajo y central, con la fundación de la ciudad de Cochabamba se impone un orden distinto, un pensamiento diferente de filiación occidental, aristotélico por tanto bivalente, el espacio urbano organizado en damero en base al cardo y decumano de la
Roma imperial, con edificaciones con patio por tanto de origen griego, romano y andalucí y con un modo de vida colonial y por tanto segregador y marginador, excluyente.
En cambio para los habitantes de las comunidades de diversas etnias que estaban ya en los valles, la relación con un Apu (cerro protector) es vital para que el mundo devenga en sus regularidades, y permita por intercambios recíprocos (ritos y sacrificios) que la vida se desarrolle, es por tanto conveniente estar al pié del Apu protector Tunari, y allí permanecieron. Para los españoles era más conveniente estar lejos de las comunidades agrícolas para fundar una ciudad es decir al otro extremo del valle junto a la loma de la Coronilla, al cerro San Pedro y al río Rocha. Si lo vemos desde la analítica categorial occidental en última instancia son los mismos criterios aparentemente: …junto a cerros y ríos a un costado del valle y no en el centro. La gran diferencia es que occidente define un cerro como: (Del lat. cirrus, copo). m. “Elevación de tierra aislada y de menor altura que el monte o la montaña. Geogr. Relieve de forma de cono o pirámide truncados, a consecuencia de la mayor resistencia del estrato superior, residuo de la erosión de materiales de origen sedimentario”. Entonces no es lo mismo.

Y lo que está pasando hoy en la ciudad, o por lo menos en Queru Queru es, una explosión de construcciones en altura reemplazando antiguas casas con jardines grandes sobre un trazado urbano de calles avenidas angostas. Si bien la densificación de algunos barrios de la ciudad es una buena política porque la ciudad no puede seguir extendiéndose indefinidamente, lo único que están logrando es la imposibilidad de desplazarse, cómoda y habitualmente para ir del hogar (departamento) a la oficina o al colegio porque la carga vehicular que arrojan las torres de departamentos una al lado de la otra, materialmente es imposible de soportar por el trazado vial actual. Esto hace imposible moverse a ningún lado por lo menos en vehículo. Nuestro mini Manhatan con nuestra mini burbuja inmobiliaria basada en la pura especulación tiene que desmoronarse algún rato.

4.- El territorio es dinámico. 

Es decir cada territorio tiene una historia y la construcción de un territorio dado depende en gran parte de su configuración anterior.

Si le aplicamos una mirada larga a la historia del territorio y le aplicamos el criterio y los conceptos de la territorialidad para la interpretación, podemos decir que el proceso en los Andes ha seguido un ciclo que comienza con el origen de la civilización andina hace unos 5.000 años, probablemente en Caral del Supe cerca de la costa del centro del Peru.

El proceso de territorialización en el sentido objetivo y concreto presenta como uno de sus casos más habituales, el paso de una sociedad de pequeños grupos ambulantes por la superficie terrestre, a la sedentarización y con ella a la construcción de ciudades y la división en estamentos sociales con funciones diferenciadas, es decir una sociedad más compleja en un espacio determinado. Este tipo de proceso también lo encontramos en los Andes con el ejemplo mencionado de Caral. Sin embargo el territorio de Caral no se limita a la superficie de la gran ciudad que la representa, sino que hace que todo lo que está a su alrededor establezca lazos fuertes de dependencia y complementariedad por ejemplo con todas las áreas agrícolas de sus alrededores donde se sembraba algodón y legumbres, con las comunidades pesqueras de la costa que trocaban el algodón para sus redes de pesca por pescado, con los cultivadores de hoja de coca en las quebradas mesotermicas del otro lado de la cordillera y con algunas zonas hacia el norte o hacia el sur de su localización donde se produzca algo que la sociedad de Caral pueda consumir o trocar en su enorme mercado central donde se intercambian productos, saberes, ideas y cultura en general.

Ese proceso de territorialización comienza allí por el 3.000 a.C., y prosigue hasta el 1.530 d.C., aproximadamente cuando se produce el magnicidio del Inca, la conquista y colonización de América con la llegada de españoles, portugueses y posteriormente ingleses, franceses que producen un tajo radical al proceso y comienza el proceso de desterritorialización. ¿Cuáles son sus principales características? Los esfuerzos y empeños por instaurar una sociedad colonial con el control y dominación de un territorio en base a la evangelización, la extirpación de idolatrías, la reducción de indios en encomenderos, la fundación de nuevas ciudades, los censos de población, la sobreposición del calendario gregoriano al calendario cíclico andino, la castellanización de la población asimilada, el inicio de la conversión de habitantes en ciudadanos piadosos y creyentes de todos los indígenas y mestizos que vivían en las ciudades, el reemplazo de la vestimenta autóctona por la europea, etc.


¿Por qué caracterizo esta etapa como de desterritorialización cuando se la podría ver como un nuevo proceso de territorialización pero diferente del anterior? Pues porque en la balanza hay mucho más elementos desestructuradores de un proceso de territorialización donde el territorio sea entendido como la correspondencia armónica y coherente entre la sociedad y su desenvolvimiento y, el espacio en el que se desarrolla. Tampoco la sociedad es un bloque unitario y coherente pero resulta que la mayoría de sus integrantes apuntan en un sentido opuesto a la tendencia occidentalizante que muestra los esfuerzos por hacer su correspondencia. Menos mal que el proceso de desterritorialización no ha concluido y absorbido a la totalidad del espacio nacional. Claro que hay un pequeño sector de la población que camina en esa dirección todavía pero ya sabemos las consecuencias catastróficas de esa dirección. Macrocefalia urbana, congestiones vehiculares, polución atmosférica, contaminación del aire y de las aguas, volúmenes de basura inmanejables, etc.

Pero la desterritorialización afecta de otra manera al individuo y con consecuencias patológicas. Ya hemos dicho que una de las características del Hombre es la territorialidad. Es decir que la relación del hombre con su territorio, con su lugar es fundamental en la construcción de su identidad y esta se expresa a través de la apropiación de un espacio imprimiéndole sus características propias. Es decir que el territorio refleja la cultura y la sociedad que lo ha formado que le ha imprimido su carácter, que le deja su sello propio, y cuando este carácter y sello es tan general como lo que ocurre en todas partes del mundo, deja de ser un carácter propio un sello distintivo un rasgo propio y ya no es nada, se diluye. Y cuando ya no existe ocasiona desequilibrio, la persona se desestructura, pierde su anclaje, es un ciudadano del mundo pero de ningún lugar porque los lugares están empezando a desaparecer con la entusiasta y generalizada construcción de no-lugares.

La más reciente imagen filosófica de la sociedad occidental actual en la dirección del tema aquí analizado la construye Peter Sloterdijk. El construye una imagen morfológica del mundo poliesférico actual utilizando la metáfora de esferas que responde según él a una morfología general del espacio humano. 

Instalación en base a Esferas
El problema humano fundamental actual, que hay que considerar según él, no es el tiempo sino el espacio, esto es, que la vida es un asunto preeminentemente de forma (en éste caso qué forma adquiere la vida en su manifestación) es decir de la espacialidad que la vida crea y porta consigo. De esa manera es posible mostrar a través de formas esféricas varias, en las que  el hombre actual, occidental, encuentra y construye sus territorios. Retoma la pregunta de Heidegger de esta manera: ¿dónde estamos cuando decimos que estamos en el mundo? A lo que Sloterdijk responde estamos o somos en burbujas, esferas, incubadoras, invernaderos donde el hombre se construye, se protege y cambia. La vida humana se autoorganiza siempre creando espacios protegidos e inmunes, del protoplasma a la vida intrauterina, del afianzamiento del hombre en su identidad a la conformación de sus espacios íntimos, sus casas, sus ciudades y sus espacios metafísicos e imaginarios.

En su obra retrata de manera exhaustiva y en un recorrido histórico el proceso de territorialización por el que ha transcurrido la sociedad occidental hasta llegar al momento actual. Ese proceso ha pasado por una gradual ampliación del mundo pasando por la totalización en una imagen mundo tipo globo, geocéntrica globalizadora hasta que gradualmente este globo se revienta y nos deja sin afianzamiento. 

En “Espumas”, el tercero de su trilogía, ofrece una imagen de la implosión de estas esferas protectoras, lo que da lugar a curiosas interacciones donde lo que destaca es que la vida en su condición actual se desarrolla multifocalmente bajo un régimen nuevo de complejidad. Una teoría, un mundo que a pesar del generalizado discurso de la globalización, está marcado por el fin de una imagen centralizada del globo omnicomprensivo y unitario por otra de tipo múltiple, grupal, sectaria o tribal. Y de ahí sale el intento de comprender la situación actual como la conexión entre sí de “burbujas”, pequeños ambientes de aislamiento conectado (celulares e internet) de diversidad de conexiones, de constante movilidad de los puntos conectados en la irregularidad de la estructura total. Esa retirada o encapsulamiento del hombre individualista de occidente, pero hiperconectado se rescata en la imagen del movimiento de apartamiento del mundo para crear desde  un departamento en un edificio, un mundo de burbujas como espuma que borbotea en las ciudades múltiples y plagadas de no lugares carentes de toda visión panóptica, de toda metáfora integradora en las que vivimos hoy.

Esta situación es lo que Sloterdijk quiere describir con la metáfora de la Espuma, un agregado de múltiples celdillas, frágiles, desiguales, aisladas, permeables pero sin efectiva comunicación que mantiene una estabilidad por  liquidez en una divisa postmoderna. La consecuencia es una ruptura de toda representación de totalidad con consecuencias sociológicas y políticas correspondientes.

Ya se puede identificar según él otro mito divulgado por los ideólogos de occidente y sus mercenarios por todo el mundo. El del crecimiento acelerado y constante de la economía de los países y el chorreo de excedentes hacia los sectores más pobres de la sociedad  en una lógica capitalista que dominó el paraíso neoliberal desde los 80 y que acaba de explotar como un globo fatuo.  Ya sabemos que esto  nunca sucedió y en su lugar advino la acumulación incluso del excedente por una minoría y despertó nuevas formas de codicia y de teorías académicas que respaldaban el fraude fiscal de la promesa escatológica del libre mercado.

Entonces estamos en la inmejorable coyuntura histórica y política de retomar y encausar un proceso de reterritorialización para armonizar con la Pacha Mama y construir nacionalidades, pueblos, ciudades y lugares para vivir bien.

5.- La definición de un territorio es relativa a un grupo social. 

Es decir que puede existir superposición de territorios de varios grupos sociales o que la ubicación de la población no necesariamente corresponda a la del territorio.

Como la definición de un territorio proviene de un grupo social debida a su manera de entender la realidad volcando en ella e imprimiendo sus propias maneras de pensar creo imprescindible mostrar qué características tienen ese estar-en-el-mundo de los andinos y la conveniencia de asumirlas como propias para pensar nuestra realidad.


Comencemos con algunas condiciones ónticas de la hermenéutica de los lugares en los Andes. Una postura óntica es un recurso filosófico que coloca la reflexión, un paso antes de la habitual pregunta por el ser de las cosas. Esa pregunta indefectiblemente colocó la reflexión en el cauce de la ontología ya recorrido y con las categorías ya utilizadas y de la manera ya efectuada. Por ese camino ya no queda nada nuevo que decir. Por el contrario una reflexión óntica permite siempre desde la experiencia concreta, encontrar temáticas no incluidas en la reflexión de la filosofía occidental o formas de pensar y vivir la realidad diferentes que nos posibilitan descolonizar el pensamiento y reflexionar de nuevo nuestra realidad con nuevos elementos.

Occidente ha pensado siempre sólo el ser de las cosas, el tiempo. Proponemos incluir el espacio en el estar-siendo como nuevo carácter óntico del vivir en los Andes. El pensar el estar-siendo pareciera escamotear lo determinable[1] y embarcarse en la indeterminación donde todo lo referente a la determinación es relativa. El estar-siendo permite ingresar en una conciencia simbólica. Al existir una especie de obsesión por la racionalidad que no permite ver otras posibilidades, coloca éste pensar en la irracionalidad cuando, en realidad, hay que descubrir otro modo de ser racional y no la ausencia de racionalidad (¿senti-pensante?)[2], o como declara Punset, “la racionalidad al servicio de las emociones” en la medida en que nos consideremos seres emocionales que de rato en rato nos ponemos racionales. El estar-siendo desde su interioridad nos sugiere entonces un fundamento emocional pero no como lo impensable sino como lo no pensado aún así, y que se coloca en el pensar en general en el contexto que envuelve al ser, en el trasfondo desde el cual lo ontológico mismo es un simple episodio. La otra posibilidad es la complementaria entre razón y emoción, donde el fundamento es una esencia de carácter emotivo-racional. Veamos cómo se resuelven éstas hipótesis.

En el estar-siendo se da la potencialidad cuántica de todas las cosas de ahí su carácter seminal. Por eso, todo está en el estar pero no todos lo ven. Se “ve” lo que queremos ver o lo que podemos ver. Cuando ese “ver” instala mundos posibles, son visiones de mundo que hacen que las cosas que hemos incorporado, tengan sentido en ése mundo y nos posibilita la identificación con el lugar no como hecho consumado y acabado sino como devenir. La potencialidad del estar en múltiples mundos, hace a la inestabilidad del ser y lo vuelve transitivo, (siendo), y la tendencia del ser a la identidad desacelera el siendo, le quita velocidad y lo vuelve más lento.

Por un lado se ha reclamado que el ciudadano actual está perdiendo su antigua capacidad de identificarse con su ciudad (su lugar para vivir con calidad) porque  la ciudad ya es otra o muchas simultáneamente y porque la velocidad de los cambios actuales lo hacen cada vez más imposible o poco probable. 

Totora
Cambios de lo real unitario (como Totora, por ejemplo) a lo diverso, múltiple, heterogéneo; a lo real-virtual múltiple simultáneo y complejo (como los mundos imaginados de las películas; Avatar), de lo cerrado a lo abierto, descubierto o destapado y virtualmente transparente (espuma).

que
La identidad con la totalidad de la ciudad ya no es posible más. La búsqueda de la identificación con el lugar se tiene que ubicar a una escala menor o diferente, en un barrio como unidad territorial de la ciudad y cuando no sucede esto, con la malla de sitios discontinuos en forma de archipiélago de orden matricial donde suceden todos los acontecimientos de la vida cotidiana de los múltiples grupos y subgrupos societales o culturales, étnicos o tribales con los que me identifico
y que, la ciudad cobija y hace posible su coexistencia simultánea.

En vez de empeñarse en la búsqueda de la identidad del ciudadano con la ciudad como programa creo que hay que desplazar la ocupación y preocupación hacia la búsqueda de los múltiples sentidos que la ciudad posibilita para los variados grupos y personas que la habitan en un mosaico de subculturas, por ejemplo. Esto pasa necesariamente por la búsqueda y reconocimiento de las posibilidades simultáneas con componentes y relaciones que cada lugar posibilite para cada grupo o persona. El estar-siendo un lugar para alguien por tener sentido.

Veamos cómo se genera sentido parafraseando a Derrida[3]. Piensa él, que el presente del ser se genera a partir de la no identidad consigo mismo en sus etapas iniciales y la posibilidad de la huella o traza recordada. La huella como la relación con un pasado que se sustrae a la memoria y que para él se encuentra en lo dicho, el discurso, el logos y que para nosotros, se encontraría en lo construido. Todo sentido se origina en ésta conformación. 

El sentido es de naturaleza temporal, y por lo tanto, cambia. El sentido no es nunca sólo presente sino movimiento de la huella es decir significación. La huella o traza preexistente es una relación de la intimidad de un presente del ser (en constituirse) con su realidad externa (obertura a la exterioridad en general). La temporalización del sentido es, desde el principio de su propio juego, espaciamiento que impide el volumen homogéneo del espacio y la linealidad del tiempo. El espaciamiento es admitido como intervalo o diferencia (que divide el sentido y difiere su plenitud sin fin) y como obertura al exterior. Este exterior si es conceptuado como espacio construido y nada más, apunta ontológicamente a la plenitud del ser-ahí exterior con un solo sentido, pero para nosotros que preferimos conceptuarlo como lugar es el preludio siempre presente que interactúa constantemente con el “siendo“ para concebir el estar-siendo un lugar para alguien por su sentido circunstancial.

Y es que circunstancia alude por una parte al mundo del sujeto (la obertura exterior) que, selecciona de lo que hay lo pertinente para integrar su mundo, y por otro lado, lo circunstancial tiene un componente accidental y periférico al sujeto, a la sustancia del sujeto, que lo rodea y le proporciona la dimensión espacio-temporal donde está el Otro con su mirada (la alteridad) y las posibilidades de sentido que al sujeto (sólo al que está dispuesto a reconocer su existencia y su valor) le brinda otra obertura, otro espaciamiento, otra diferencia, con su sola presencia.

Si todo esto es como lo hemos especificado, el ser humano tiene que poseer algunos mecanismos pre-lingüísticos que le permitan independientemente de su dominio de un idioma o del lenguaje, establecer con bastante propiedad el sentido que tienen las palabras o las situaciones o las cosas en el mundo. Según Jerome Bruner[4] en “el yo transaccional” plantea algunos puntos que vamos a sintetizar:

Aparte de la polisemia que se da entre palabras y las cosas a las que hacen referencia las palabras, y de las relaciones de unas palabras o expresiones con otras palabras o expresiones que constituyen la esfera del significado, que no siempre realizan una correspondencia completa y absoluta con la realidad, existe otro poder del lenguaje. Se trata de la capacidad del lenguaje para crear y estimular realidades propias. Su constitutividad que crea y transmite la cultura y localiza nuestro lugar en ella permitiendo que las personas adopten modos de actuar satisfactorios en determinados contextos. Es la capacidad del lenguaje de crear mundos, ya reconocida por los cientistas sociales poniendo en entre dicho la habitual dirección en la que hemos
creido que opera esa relación. Siempre hemos dicho que la realidad es y está ahí para describirla pero nunca hemos aceptado que la realidad es también lo que pensamos y decimos que la realidad es y que además termina siendo cómo la hemos imaginado o descrito.

Si esto funciona así para el lenguaje y los objetos culturales, habrá que preguntarse si pasa lo mismo cuando el sujeto existe como intérprete de los hechos de lenguaje en relación a la cultura, en los lugares y para constituir sentido de los lugares. Creemos definitivamente que si, en un ámbito distinto con otros componentes. Entonces habrá que preguntarse si el lugar hay que tratarlo como al lenguaje con su propia sintaxis y semántica o es conveniente alejarse de estos sistemas y encontrar los suyos propios para el lugar. Dejemos, por el momento, en suspenso esta cuestión y avancemos un poco más en la indagación óntico-ontológica del lugar.

Si la posibilidad de habitar un lugar se da por el estar-siendo como una actitud del hombre en el mundo, pero no en todo el mundo sino en ese archipiélago matricial que incorpora en sus trayectorias cotidianas, tenemos que caracterizar sus componentes capaces de producirlas, la dinámica de las relaciones que establece en su obertura al exterior y aquellas características del entorno que inciden globalmente en este sistema complejo del lugar.

Un lugar es tanto un valle, como una ciudad, como una habitación, como un cubículo dentro de una habitación, como un asiento-ventana que permite estar en la habitación y mirar afuera por la ventana. Todos ellos tienen unos componentes mínimos y suficientes que hacen a su constitución.

Un lugar como sistema complejo parte de la identificación de sus componentes primarios en la relación del Hombre y el Lugar. El hombre desde esa relación es un habitante del lugar en su estar siendo habitante en ése lugar. Se lo puede analizar en su situación única de individuo o en sus similaridades de grupo con todas las características antes mencionadas.  Entonces el oikos-sistema es un sistema del lugar complejo, se lo puede entender como biotopo, o medio que es habitado por el conjunto de individuos o grupos sociales que forman una comunidad. Esta comunidad no solo es compleja sino también puede ser conflictiva cuando los diversos lugares en archipiélagos matriciales de los diferentes grupos coinciden y se usan simultáneamente y cada grupo tiene visiones de mundo diferentes y hay tradiciones antiguas de racismo, exclusión y marginación todavía no resueltas.

El equilibrio entre factores bióticos (plantas, animales y microorganismos) y factores abióticos (clima, suelo, aire y agua) encontrado en los ecosistemas está presente allí porque ha habido un proceso de adaptación-regulación natural que los ha llevado a él y son sistemas semi-cerrados no excitables y conservativos que es muy fácil desequilibrar con la alteración de alguno de sus componentes o relaciones, cosa que hemos venido haciendo insistentemente. En el caso de las ciudades, como son sistemas abiertos artificiales, culturales, disipativos, excitables y que alteran profundamente el medio natural, no sólo por construir, sino por los volúmenes e impacto de los intercambios de materia y energía que consumen y desechan, y también por las relaciones intergrupales que pueden ser conflictivas (movimientos sociales que hoy son cada vez más frecuentes), ocasionan modificaciones que van más allá del propio sistema y que no se han comprendido del todo aún si no se los ve con estos ojos. 

Mientras que en eco-sistemas, el factor tiempo es externo a ellos, es un parámetro, es cíclico como las estaciones, en los sistemas complejos abiertos, inestables y dinámicos como la ciudad actual, el tiempo es interno y es marcado por su dinámica de cambio y transformación. Esto también ocasiona desajustes hacia los habitantes y comunidad como al medio ambiente natural por su des-sincronía en la adaptación. Las consecuencias pueden ser conflictos sociales, y desastres urbanos.

La trama matricial de lugares en un sistema tal, se la puede leer a partir de dos tipos de operaciones topológicas: la contigüidad y la dis-contigüidad espacial y funcional. Tradicionalmente la racionalidad ha privilegiado las contigüidades topológicas[5] pero es sabido que las dis-contigüidades han existido desde el principio (la ocupación y usufructo de islas de complementariedad en otros pisos ecológicos) y son las que explican las matrices en forma de archipiélago (una forma del territorio)  y son la manera en que el habitante usa, disfruta o padece la ciudad actual y el territorio. Esto muestra los lugares en múltiples dispersiones o densidades que sólo se pueden valorar cuando favorecen circuitos de reciprocidad, recorridos culturales, recitación de lugares sagrados en los ritos, ámbitos de relaciones e intercambios (Iquique-Oruro- La Cancha- Sinaota) que incluso algunos no necesitan de construcción alguna y aparecen, se instalan y desaparecen como las ferias itinerantes en el altiplano, otros sin embargo, que si necesitan construirse y por último, otros que se construyen y no se usan o se usan en otros usos Como los edificios-mercados que se usan como depósitos y se vende en la calle y por último, aquellos que se reciclan.

Si analizamos los lugares como ámbitos de fuerzas, tenemos que reconocer su relación con los seres numinosos (dioses, espíritus o energías) “como inmanencias desarrolladas por los imaginarios en forma de fuerzas, potencias, acontecimientos iniciales o estados y situaciones anímicas donde la vida como conjunción, compulsión y desenlace de estas fuerzas y potencias se convierte en la mediadora de estos campos de fuerza y al comprendernos como parte de esa totalidad y al reconocer su presencia en nosotros, en los lugares, en los alrededores aparecen configuraciones y transfiguraciones como representaciones que le dan sentido” al lugar como bien caracterizaba Raúl Prada en su Ontología de lo Imaginario. 

Para analizar esta manera de “ver”, debemos identificar los componentes numinosos de un lugar para vivir bien y cómo ellos nos ponen deyecto en nuestras configuraciones en relación a las de los otros, que, hasta ahora, no han sido incorporados en el pensar y el hacer contemporáneo.

La relación del Hombre con el Medio Ambiente ha sido tratada desde siempre con visiones distintas y ellas han determinado de alguna manera el estado desesperado en el que hoy nos encontramos frente a calamidades ocasionadas por nuestro desacierto como la extinción de gran cantidad de especies animales y vegetales, la sexta que ocurre desde que la vida existe en el planeta y ésta vez ocasionada por el hombre, la contaminación de aire, agua, suelo y subsuelo no sólo con basura sino con químicos y materiales radiactivos de los que es posible que no podamos librarnos más, el calentamiento global producto de un sinfín de contribuidores pero que en última instancia se debe a nuestra inagotable necesidad, provocada intencionalmente, de consumo ilimitado, producción más rentable, y negocios ultra-lucrativos de la sociedad occidental sin límite, globalizada  y globalizadora a la fuerza.

En la época del pensamiento metafísico, de los dualismos irreductibles, se llegó a concebir a la naturaleza separada del hombre como entidades distintas, se separó al hombre de su condición natural, se lo concibió primero como ser cultural. De ahí la dualidad de Naturaleza-Cultura que generó lo innato y lo adquirido en el hombre de La Ilustración. 

Luego, el hombre como ser racional; y se lo privó de su animalidad, a lo sumo se aceptó su condición de Homo Sapiens, muy por encima del resto de los animales y de ahí su soberbia y su poder que lo llevan a conquistar y dominar a la naturaleza con la colaboración de la tecnología. Si bien la racionalidad permite a Kant desarrollar su obra filosófica como las críticas, la unidimensión de la racionalización de toda la acción social como valor y posibilidad del desarrollo sin límites llevó a los extremos en los que estamos ahora.

Este pensamiento se determina en la concepción de una dialéctica Hombre – Naturaleza que se caracteriza por estar constituida de elementos opuestos, irreductibles cuyas relaciones han estado caracterizadas por la confrontación en términos primero de “defensa” contra, y luego de “lucha” de “conquista” de “dominio” del hombre sobre la naturaleza que de alguna manera prevalece en la mayoría de la población común.

El impulso al desarrollo de la ciencia y con ella de los descubrimientos en todos los campos del  conocimiento y del hombre en particular, La Teoría de La Evolución de las especies, el origen común de los organismos vivos, la conservación en el cerebro humano de por lo menos tres sistemas interconectados de etapas evolutivas anteriores (reptílica, mamífera, y neocórtex[6]) han contribuido a relativizar el predominio de La Razón en el comportamiento humano abriendo la intuición, la creatividad, la espacialidad que el hemisferio derecho del neocórtex provee y, por otro lado, las emociones y con ellas La Inteligencia Emocional y los comportamientos agresivos (la guerra) y territoriales de mamíferos y reptiles. Todo esto reunido aquí para recordarnos nuestro linaje común. De tal suerte que los conocimientos acumulados hasta hoy por el quehacer científico, el más racional de todos, nos colocan de nuevo en la ubicación correcta de la que jamás debimos alejarnos.

Si las relaciones entre los hombres gracias a éste desplazamiento, se pueden caracterizar como de índole zoológica y simbólica es decir mediadas por lenguajes, las relaciones con la naturaleza retoman su índole fisiológica es decir una humanidad que es capaz de funcionar en un medio natural de una cierta manera o, termodinámicas, como la humanidad que crea condiciones artificiales ambientales para regular el confort que en un principio fue de protección, pero que con el desarrollo tecnológico y a través de su uso y aplicación, ha traspasado la mera protección e ingresado en el consumo ilimitado y el derroche energético.

Entonces, de la misma ciencia surge una nueva, integradora, de componentes heterogéneos, más compleja y de enfoque distinto del analítico cartesiano: la ecología cuyo objeto son los sistemas ecológicos o ecosistemas constituidos por un área o lugar denominado medio o biótopo, el que a su vez está habitado por un conjunto de seres vivos que forman una comunidad y que establecen unas relaciones específicas entre todos, es decir entre seres vivos y medio ambiente. Este medio o biótopo es todo espacio físico que rodea a los seres vivos y con el cual intercambian materia y energía, donde encontrarán competidores, colaboradores, enemigos, obstáculos físicos y facilidades para desarrollarse y a los cuales deberán adaptarse.

Los factores abióticos de un ecosistema como la luz, el aire, el agua, el suelo y la temperatura, que constituyen la base fundamental donde se desarrollan los seres vivos o seres bióticos; es decir, sin alguno de estos elementos no existirían los seres vivos. Los elementos abióticos solían cambiar en el transcurso de cientos de miles de años, de manera muy lenta. El biótopo, sobre el que se apoyan los seres vivos, se suele distinguir en: el medio terrestre, el medio acuático y el medio orgánico.

Esta es la base sobre la que se realizan los estudios ecológicos pero hoy hemos llegado a un estado tal de agresión a la naturaleza por la insensatez, que hemos sido capaces de globalizar uno de sus factores: la temperatura del planeta; ya hay suficientes datos y estudios científicos para afirmar que estamos en el inicio de un proceso de calentamiento global que va a tener incidencia de maneras diferentes en cada uno de los ecosistemas que se han formado en el mundo, desequilibrándolos. Pero lo más grave son las cadenas de procesos que se disparan a partir de la modificación de uno sólo de los componentes sobre el propio ecosistema y sobre los demás cuyas consecuencias son todavía imprevisibles[7].

Representación de Pacha Mama
Esta ciencia que nos permite comprender o ver de otro modo el mundo, al incluir solo dos macro componentes, los bióticos y los abióticos o biotopos o medio, ha dejado, sin embargo fuera las relaciones que establecen los seres vivos y en especial el hombre, con los seres numinosos y que sólo al incorporarla nos permite pensar y entender la presencia omnisciente y las relaciones cotidianas que el pueblo andino mantiene con La Pacha Mama de las que se obtienen los componentes medioambientales de los lugares de forma holótica.

Hemos dicho que un lugar es tanto un valle como una ciudad o una habitación o un lugar en la habitación. Si bien se puede generalizar la existencia de lugares en cada una de las unidades segmentadas, los componentes medioambientales y sus relaciones son particulares para cada escala y para cada caso.
¿Qué es Pacha Mama, y qué tiene que ver con el Medio Ambiente? Y ¿cómo extraemos componentes medioambientales para comprender los lugares de las relaciones que mantienen los andinos con ella?

En la cosmogonía andina, el momento que se crea la segunda humanidad, la actual, en el Akapacha o Kay pacha (el aquí y ahora de Los Andes) se manifiesta la Pacha Mama como un ser numinoso generador de vida, de fertilidad y abundancia. En términos ecológicos es el numen del biotopo en los medios terrestre y acuático (mama cocha). 

Se ha traducido al español como “madre tierra” pero no es solo la tierra aunque su morada es principalmente la tierra, porque participa también en la generación de plantas y animales, ni es toda la tierra porque gran parte de las tierras son in-cultivables, son áridas, son inutilizables. Representa en potencia el principio femenino de matriz del Pacha y sus actos generan entes diferenciados sexualmente en mitades complementarias portadores de cualidades masculinas y femeninas como propiedades de todas las cosas de este mundo, plantas, animales, la humanidad y las nubes y las rocas también, a pesar sobre algún despistado ignorante que se ponga a jugar con unas rocas para ver si tienen sexo en un programa de televisión de difusión nacional.

La ventaja de éste enfoque, de la manera en que se recorta la realidad en categorías que separan y agrupan de otro modo las cosas de su realidad es, que es una visión holísta, similar a la ecológica, no analítica, totalizadora y simbiótica, que no eleva al ser humano por encima de la naturaleza, que le haga pensar ilusoriamente que puede dominar la naturaleza impunemente, o que su relación con los dioses necesite de una religión para re-ligarse con ellos y de rato en rato cada fin de semana. 

El Hombre andino sabe con certeza que es parte de la naturaleza, tiene, ni más ni menos, las mismas características y propiedades que cualquier entidad natural que convive en ella y al hacerlo, está constantemente en contacto con los seres numinosos que también son parte de ella, a través de ritos y acciones que le permiten restablecer el equilibrio, que sabe que es responsable, a su vez, de hacerlo perder. Naturalmente que la magnitud del desequilibrio ocasionado en ese medio, jamás se podrá comparar con la del calentamiento global que nos aqueja a todos hoy. Cuanto más se tratará de una mala cosecha en su parcela o de la disminución de su ganado por pequeños descuidos.

Preparación para una Challa
Durante la ch’alla (libación), cuando invitan a tomar parte a todas las divinidades, y mientras van derramando gota a gota el trago por el suelo, los pueblos andinos recorren nombre a nombre todos los lugares de su territorio y los insertan en un espacio más vasto y lleno de fuerzas, mediante la recitación casi interminable de cada lugar, cada recoveco donde se reconoce un poder especial. No es una simple enumeración del espacio, sino que van llamando a estos lugares para que desempeñen cada uno su función propia. 

¿El Espíritu del Lugar?

Los que por su forma son lugares reconocidos como desencadenadores de fuerzas numinosas, son los que son encrucijadas de caminos, encuentro de ríos, quebradas, las cumbres, los mojones (apachetas), los pasos entre cerros (palcas), los lugares de enterramiento de antepasados (no los cementerios sino las chullpas). Todos estos lugares están animados por fuerzas Manqha, internas, oscuras, indómitas, salvajes y peligrosas pero también los fenómenos atmosféricos como el rayo, la granizada, las nevadas, y telúricos como los terremotos e inundaciones. Las relaciones con estos entes poseedores de ese tipo de fuerzas tienen el carácter de la reciprocidad necesaria para no desequilibrar los cauces de la existencia. Los ritos y ofrendas otorgados a ellos, no se debe entender como temor, sino negociación de reciprocidades por un reconocimiento de su poder intrínseco y respeto incuestionable.

Definido de esta manera el territorio en el que los lugares son otra manera de designarlo, queda patente la coherencia y claridad con la que nuestros coterráneos lo han concebido y vivido. 

Nos queda el desafío de hacerla propia y continuar la tarea de reterritorialización de nuestro territorio munidos de todos los saberes de ellos y nuestros que apunten en esa dirección. Será tarea para las gobernaciones, municipios, territorios indígenas, comunidades e individuos participar en su realización.


[1] “Determinar”: fijar los términos de algo; diferenciar, discernir. Diccionario Encarta.
[2] Caracterización óntica planteada por Xavier Zubiri en su trilogía Inteligencia Sentiente, Editorial Tecnos, Madrid, 2004.
[3] Resumido del apéndice 1.1 de “Topogénesis Uno” de Josep Muntañola en base a Derrida en la “Voz y el fenómeno”.
[4] Resumido del libro “La elaboración del sentido” de Jerome Bruner, Ediciones Paidos, 1990, Barcelona.
[5] Ver Ciudad ideal para tres millones de habitantes de Le Corbusier y las cuatro funciones básicas separadas que la constituyen.
[6] El conjunto reptílico y mamífero, tambien llamado centroencéfalo es responsable del mantenimiento del equilibrio fisiológico y psicoafectivo de la homeóstasis restringida al medio interior, mientras que el  “neocortex” o corteza nueva participaría en la homeóstasis generalizada (según Laborit) regulando el equilibrio del organismo entero en relación con el medio externo.
[7]  Ver conferencia presentada por Al Gore en las principales capitales del mundo globalizado sobre el calentamiento global, titulada “Una Verdad Incómoda” cuya iniciativa y difusión le valieron el otorgamiento del Premio Nóbel de La Paz en octubre del 2007.