domingo, 13 de enero de 2013

UNA TEORIZACIÓN SOBRE LA NOCIÓN DE "CONTEXTO"



Es fascinante lo que me sucede, y no se si es habitual. Hace muchos años que vengo construyendo, o por lo menos tratando de armar una manera de ver la realidad y de teorizarla que al principio me parecía muy personal y propia, y que hoy me topo con una transcripción y traducción de una conferencia realizada en Valencia por Lawrence Grossberg en la que encuentro todos mis esfuerzos brillantemente realizados. Si esto no es una patente manifestación de convergencia, entonces no se que pueda ser. Es con mucho placer que me tomo el trabajo de publicarla aquí para dar inicio a este año que promete ser fructífero en este sentido.

Theorizing Context
de Lawrence Grossberg

‘Theorizing context’ es el texto de una conferencia impartida en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Valencia el 21 de abril de 2010. La Torre del Virrey agradece al autor el permiso para su traducción y publicación en este número de la revista. Lawrence Grossberg es uno de los mayores exponentes del proyecto de los Estudios Culturales en la actualidad. Catedrático de Estudios de la Comunicación y catedrático adjunto distinguido con la mención Morris Davis de Estudios Norteamericanos, Antropología y Geografía de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, Grossberg ha publicado numerosos artículos y ensayos. Es autor de It’s a Sin: Essays on Postmodernism, Politics and Culture (1988), We Gotta Get Out of This Place: Popular Conservatism and Postmodern Culture (1992), Dancing in Spite of Myself: Essays in Popular Culture (1997), Caught in the Crossfire: Kids, Politics and Americ’s Future (2005) y We All Want to Change the World: The Intellectual Labor of Cultural Studies, de próxima publicación (2010). El profesor Grossberg es coeditor (junto con Della Pollock) de la revista Cultural Studies, una de las publicaciones académicas más antiguas y respetadas en su campo, y uno de los fundadores de la próspera e influyente Asociación de Estudios Culturales (AES), de alcance internacional. La editorial valenciana Letra Capital ha publicado una antología de su obra, Estudios Culturales: teoría, política y práctica, a cargo de la profesora Chantal Cornut-Gentille D'Arcy, de la Universidad de Zaragoza. En la entrevista que sirve de introducción a este libro, Grossberg confiesa lo siguiente: “Me pregunta cuáles fueron los factores determinantes que dieron forma a mi trayectoria intelectual y carrera profesional. La respuesta adecuada sería que todos. Creo fervientemente en la complejidad y en la determinación por varias causas. En la carrera desarrollé mi amor por la filosofía y mi interés por su relación con la cultura y la política fue tomando forma, en parte también por mi participación en la contracultura. La época que pasé en Birmingham definió el proyecto que ha motivado enteramente mi vida profesional, es decir, un modo especial de ser un intelectual que se dedica al trabajo político intelectual. Finalmente, mi experiencia en la compañía teatral me enseñó cómo actuar… Todas estas experiencias fueron importantes en mi vida, y cada una sin excepción me ayudó a ser quien soy ahora.”

El contexto es una categoría clave en el análisis social y cultural contemporáneo, y esencial para valorar el brillo particular de la obra de Doreen Massey. Sin embargo, casi nunca se define y menos aún se teoriza.[1] Uno se enfrenta, de hecho, a un caos de contextos, claramente relacionados de forma tanto empírica como conceptual con ideas de lugar, situación y localidad, pero en general sin especificar; incluso la sofisticada clasificación de lugares en la obra de, por ejemplo, Escobar y Raffles no entra a tratar estas relaciones:
La localidad a la vez se encarna y se narra, y a menudo es, en consecuencia, demasiado móvil: los lugares viajan con la gente a través de la que se constituyen. La localidad, pues, no debe confundirse con la localización, sino que es, más bien, un juego de relaciones, una política continua, una densidad en la que los lugares se materializan en el discurso y la imaginación y se representan por medio de los actos de gentes en diversas situaciones y economías políticas.[2]

La mayoría de los estudios del contexto no reconoce dos premisas contrapuestas: en primer lugar, que el contexto es espacial y perfila una interioridad limitada, una isla estable de presencia  ordenada en medio del resto de un espacio vacío o caótico; segundo, que el contexto es relacional, constituido siempre por conjuntos y trayectorias de relaciones sociales y vínculos que establecen su exterioridad respecto a sí mismo. Como se pregunta Massey: “Si las identidades de lugares son,  de hecho, producto de relaciones que se extienden mucho más allá de ellos (si pensamos el espacio/lugar en términos de flujos y (des)conexiones en vez de hacerlo en términos territoriales), entonces ¿cuáles deben ser las relaciones políticas con esas más amplias geografías creadas?”.[3]

Gran parte del análisis social y cultural contemporáneo exterioriza esas dos nociones en su descripción del contexto contemporáneo como un conflicto entre lo local y lo global, en el que lo segundo es a la vez un proyecto político-económico (neo-liberalismo) y una configuración espacial. A pesar de las ventajas que supone esa estructura descriptiva, hay en ella problemas serios y fundamentales: muy a menudo ha rescatado una suerte de reduccionismo por el cual todo se puede explicar mediante un trasfondo económico, además de encasillarlo en una simple lógica binaria de lo local y lo global, considerada a la vez como espacial y temporal. Ni siquiera versiones más sofisticadas logran sortean estos problemas. Estas lógicas, que continuamente resurgen a pesar de los argumentos de estudiosos como Stuart Hall y Massey,[4] resultan un “imaginario etnográfico” que celebra la hibridez de lo “local” (glocalización) como la solución al mismo binomio que dio origen al problema. Hibridez, en realidad, es lo único que hay: no solo lo global es tan híbrido como lo local, sino que el pasado fue tan híbrido como el presente. Si el pasado, lo otro, nunca fue tan simple ni homogéneo ni local ni unificado como imaginamos, el presente probablemente no estará tan fragmentado ni será tan heterogéneo o global como suponemos.

Tan importante como eso es que incluso un sumario vistazo a la literatura sobre la globalización deja claro que hay una palpable imposibilidad de decidir dónde está exactamente la cuestión, qué tipo de datos son relevantes y cómo interpretarlos. La globalización puede referirse a una inclusión planetaria, la compresión del mundo, “el estiramiento de la geografía de las relaciones sociales”, el alcance transnacional de los procesos y el poder, una nueva formación de poder, la creciente rapidez de la comunicación y el transporte a través del espacio, etc.[5] La lista de cambios por la globalización incluye cambios en las instituciones, estructuras reguladoras, modos de actuación, escalas (tanto económicas como culturales), entramados de identidad y pertenencia, compresión del espacio-tiempo, etc. Aunque creo que hay algo de verdad en todo esto, apenas se han dado indicaciones para entender de qué se trata.

Querría sugerir que muchos discursos sobre la globalización son limitados por el hecho de no teorizar el concepto de contexto, fundiendo a menudo nociones diversas y por tanto igualando elementos que funcionan en escalas y dimensiones muy diferentes. Muchos de los modelos predominantes de análisis crítico e incluso de estudios culturales pueden entenderse como actos de contextualización radical: la práctica de la especificidad histórica de Marx, el análisis de dispositifs y los mecanismos discursivos de Foucault, el sentido de los conocimientos y actos emplazados del pragmatismo o la teoría de la formación de entornos, territorios y estratos de Deleuze y Guattari. Pero tales teorías rara vez se han descrito en estos términos y su noción de contexto se ha detallado poco.

Mi propuesta es teorizar el concepto de contexto como una singularidad que es a la vez multiplicidad, un ensamblaje activo organizado y organizador de vínculos[6] que condiciona y modifica la distribución, la función y los efectos —el mismo ser y la identidad— de los acontecimientos que en sí mismos están activamente implicados en la creación del propio contexto. Los contextos se generan incluso mientras “articulan” los “hechos” o individualidades y relaciones que los componen. También están siempre en relación con otros contextos, produciendo complejos juegos de relaciones y conexiones multidimensionales. Son el resultado y la encarnación de múltiples tecnologías —residual, dominante y emergente— implicadas activamente en la (auto) formación del contexto. Estas tecnologías definen los mecanismos y modalidades de articulación o transformación —las condensaciones de múltiples mecanismos, múltiples procesos, múltiples proyectos y múltiples formaciones— que imponen una organización, una individualidad y una conducta particulares a las “poblaciones” de los contextos.[7]

Pero si hemos de teorizar la complejidad y la multidimensionalidad de los contextos, tendremos que empezar preguntándonos por el espacio mismo. Las concepciones contemporáneas comienzan con los razonamientos de Lefebvre de que el espacio es a la vez construido (emergente) y dado (real). Massey amplía esta idea para decir que el espacio tiene una densidad (sustancia) propia, que el espacio se constituye por medio de flujos e interacciones, que es el desarrollo mismo de las interacciones. Como tal, el espacio es la posibilidad misma de la existencia de una heterogeneidad o multiplicidad simultánea (positiva).[8]
Podemos llevar aún más lejos esta idea: el espacio es activo y dinámico, el acto de existencia de la multiplicidad como posibilidad. Merleau-Ponty entiende el espacio no como “el escenario (real o lógico) en el que las cosas se disponen, sino como los medios por los que la posición de las cosas se hace posible”;[9] Foucault concibe el espacio “como formas específicas de operaciones e interacciones”;[10] y Deleuze ve el espacio no solo como relacional y activo, el medio para el devenir como los anteriores, sino, aún más, como la capacidad de poner en práctica multiplicidades, de producir relaciones o diferencias.[11] Puedo aclarar esta idea recurriendo a la diferencia entre el espacio minkowskiano de cuatro dimensiones (en la teoría específica de la relatividad) y el espacio riemanniano de la teoría general de la relatividad. En el primero, los acontecimientos están situados y localizados; son puntos sin influencia propia, puesto que son independientes de su situación. En el segundo, los eventos se espacializan; son “líneas mundiales”, vectores del devenir de lugar. El espacio no es independiente de lo que sucede, y lo que sucede no es independiente del espacio en el que ocurre: una línea puede “curvar el espacio sobre sí mismo”.[12] El espacio es el movimiento de devenir en sí mismo y cualquier “lugar” tiene influencia propia. El mismo devenir de cualquier evento es el devenir del propio espacio. Massey utilizó en una ocasión el símil de una planta que florece para captar este sentido del desarrollo simultáneo de acontecimientos (relaciones) y espacio.[13]

Querría sugerir que hay al menos tres formas de constituir contextos, tres modalidades de contextualidad, tres lógicas de contextualización: el entorno (o situación); el territorio (o lugar) y la región (o período ontológico), que describen dimensiones interconectadas de cada contexto —aunque la naturaleza de tal interconexión (por ejemplo, una relación jerárquica/escalar) es contingente de por sí, de ahí que no se pueda descifrar la lógica específica de una dimensión desde o hacia otra— y también explican modos de cartografiar contextos de forma selectiva. El mapa más adecuado no es siempre la articulación de las tres al tiempo: la manera de cartografiar un acontecimiento/contexto dependerá de la problemática en cuestión. Como dice Massey: “Las verdaderas necesidades políticas son una insistencia en el reconocimiento de la especificidad [de sitio] y un tratamiento de la particularidad de las cuestiones que plantean”, pero sin una “visión de un holismo siempre constituido de antemano”.[14] De hecho, Foucault diferencia la contextualidad radical de su práctica “nominalista” tanto del realismo como del constructivismo social como problematización:
Cuando digo que estudio la “problematización” de la locura, el crimen, o la sexualidad, no es un modo de negar la realidad de tales fenómenos. Al contrario, he tratado de mostrar que el objeto de tantos discursos y normativas reales en un momento dado es precisamente algún fenómeno real. La pregunta que planteo es esta: ¿Cómo y por qué cosas muy diferentes han sido agrupadas, caracterizadas, analizadas y tratadas como, por ejemplo, “enfermedad mental”? ¿Cuáles son los elementos relevantes para una “problematización” dada?... La problematización es una “respuesta” a una situación concreta que es real.[15]

De ahí que a la hora de considerar algunos aspectos de la existencia —por ejemplo, la religión y sus derivados, o la cultura popular— se deban separar con cuidado las cuestiones y distribuirlas en las dimensiones apropiadas. Muchos estudios de la globalización presuponen no solo dónde se sitúa el problema, sino que también dirigen relaciones de determinación entre las dimensiones. Además, muchos análisis del mundo contemporáneo funden las diferentes configuraciones de la contextualidad al asimilar, por ejemplo, los procesos materiales y las estructuras de influencia (entornos), y las formas materiales en que se viven (territorios); o al sustituir un análisis ontológico —en última instancia deleuziano— por la descripción empírica de los entornos y territorios, asumiendo que una ontología rizomática garantiza esa misma naturaleza rizomática del territorio o que una ontología “plana” (inmanente, horizontal) niega la realidad empírica de la verticalidad (por ejemplo, las escalas).[16] Una teoría reflexiva del contexto —y un análisis contextual adecuado— habrá de teorizar no solo estas diferentes dimensiones o modalidades, sino también las articulaciones entre ellas.

Permítanme que intente describir cada uno de estos tres modos de contextualización. Empezaré considerando brevemente la distinción de Deleuze y Guattari entre el espacio del entorno y el del territorio. En el primer caso, el espacio es una multitud de entornos (solapados) como bloques heterogéneos de espacio-tiempo.[17] El entorno es la suma de las relaciones materiales dentro de un espacio particular. Cada entorno existe en relaciones espaciales complejas con otros entornos, por ejemplo: “El ser vivo tiene un entorno exterior de materiales, un entorno interior de elementos componentes y sustancias compuestas, un entorno intermediario de membranas y límites, y un entorno anexo de fuentes de energía”.[18] Tales contextos no son del todo aleatorios o caóticos: están “constituidos por la repetición periódica del componente” o elemento. Los límites de un entorno están definidos por regularidades materiales.

Los territorios existen cuando hay una resonancia o un ritmo que se articula, coordina o comunica a través de los entornos, de forma que aspectos o partes de los diferentes entornos-contextos se reúnen en un nivel diferente al de los entornos mismos. El territorio mantiene unidos algunos de los elementos heterogéneos de entornos de por sí heterogéneos, creando una especie de coherencia: “Un territorio se da precisamente cuando los componentes de los entornos dejan de ser direccionales y se vuelven dimensionales, cuando dejan de ser funcionales para ser expresivos... Lo que define el territorio es la emergencia de cuestiones de expresión (cualidades).”[19] Los territorios tienen una forma de existencia distinta de la de los entornos puesto que marcan el surgir de cuestiones de expresión (no subjetiva). Tales territorios son generados por mil cosas, desde el canto de un pájaro a los ritos de fundación de una ciudad.

La identidad del territorio no se define solo por su interior ni se limita a negar su exterior: la expresión forja fronteras móviles y porosas, un interior (de “impulsos” y actividades) y un exterior (de “circunstancias”) y, en el proceso, reorganiza funciones y redistribuye fuerzas dentro de los entornos. Un territorio es una consolidación a través de entornos-contextos, una amalgama de heterogeneidad unida por la expresión de un ritmo entre los elementos; no es un fragmento del espaciotiempo, sino una articulación a través de espaciostiempos para crear algo distinto. Su interior es un sitio dinámico para realizar actos y producir un lugar y un sentido de pertenencia (una morada); se abre a otros territorios y entornos, lo que lo convierte en un espacio de pasajes y relevos. Es una interioridad inseparable de su exterior, pues el exterior no es sino aquello a lo que se abren sus límites. Un territorio tiene siempre “la zona interior de una residencia o guarida y la zona exterior de su dominio”.[20] El territorio no se puede separar de los vectores direccionales de los entornos y las resonancias dimensionales —expresivas— que se mueven a través de los entornos; ni es origen ni destino: es la organización de un espacio limitado, un sitio dinámico para ejecutar acciones, un modo de contener y abrirse continuamente al caos, que en cualquier caso no es solo caótico, puesto que es también el espacio de los entornos. “Qué importante es cuando amenaza el caos recurrir a un territorio hinchable, portátil.” 

No es difícil ver cómo estas dos contextualidades se dan en el nivel (estrato) de la existencia social. El entorno o situación describe un contexto “sociológico”, una amalgama material y discursiva de actos, estructuras y acontecimientos políticos, económicos, sociales y culturales, pero no es solo lo que ocupa una porción de espacio-tiempo: es la existencia misma de esa porción de espaciotiempo como condición de posibilidad de lo que la ocupa, incluso mientras lo que la ocupa crea el espacio-tiempo del entorno, y está formado por las repeticiones, las regularidades, de los elementos en la situación. Massey, de hecho, presenta una noción similar de una situación como “una constelación siempre cambiante de trayectorias [que] plantea la cuestión de nuestra comunidad forzosa”, esto es, de nuestra existencia socio material común en un “lugar” común.[21] Podemos, por tanto, pensar en situaciones asociadas, en cuanto a límites entre ellas y a las corrientes que los cruzan, aunque la identidad de cada situación es relativamente visible en sus propios términos, pero estas relaciones introducen una escala (vertical) —como extensión— en una geografía de contextos.

El territorio o lugar es el contexto de la realidad vivida, y los modos en que conecta con la especificidad material de la situación son siempre contingentes multi-determinados e impredecibles.[22] El contexto como lugar describe una realidad afectiva o, mejor dicho, un complejo juego de articulaciones y registros afectivos — que incluye configuraciones de investidura y pertenencia, atención e importancia, placer y deseo y emociones— e implica complicadas relaciones entre subjetivación (subjectivation) y sujetificación (subjectfication), emplazamiento y orientación, pertenencia y alienación, identidad e identificación. En su forma más simple, el territorio define el contexto como una topografía vivida. El territorio es una organización expresiva de configuraciones socio-espacio-temporales, que transforma el espacio-tiempo extensivo (el sitio), por medio de relaciones intensivas, en un espacio-tiempo habitable.
Los lugares son diferentes formas de vivir en situaciones socialmente predeterminadas, diferentes posibilidades de los modos y configuraciones de pertenencia e identificación, estructuración y cambio, seguridad y obligación, subjetificación y actuación. Un lugar concreta una orquestación de las tonalidades afectivas que dan resonancia y timbre a nuestras vidas; como sugiere Meaghan Morris, es “una organización de los diversos tiempos/espacios en los que tienen lugar las fatigas, y también los placeres, de la vida diaria”;[23] es una contextualidad expresiva y afectiva —caracterizada por densidades, distancias y rapidez— de acceso y actuación, seguridad y peligro, movilidad y enlaces; una amalgama de actos, discursos, experiencias y afectos.

Los lugares tienen un modo distinto de demarcación: sus límites son siempre inestables, frágiles y porosos, siempre algo indeterminable; de hecho, no se puede pensar en la contextualidad de lugares con una lógica de fronteras; se necesita, por el contrario, una lógica de conectividad que sitúa cada lugar dentro de “redes de relaciones y actuaciones”. Los lugares solo existen como perpetuamente conectados a otros sitios, como “constelaciones de conexiones con cabos que se extienden mucho más allá”.[24] Son contextos formados por tránsitos y traducciones, siempre definidos por sus relaciones con otros lugares; en consecuencia, introducen una escala (horizontal) —como intensificación— en una geografía de contextos.

Por último, querría considerar un tercer modo de contextualidad: la región como construcción ontológica. Una región no es una posición material en el espacio-tiempo ni un lugar vivido, sino las formas de existencia —formas de ser en el espacio-tiempo— que son posibles y que constituyen las condiciones contingentes de posibilidad de entornos y territorios. Irónicamente, mientras más y más gente se vuelve hacia el discurso teórico, la tarea de teorizar el contexto parece alejarse más y más. No quiero decir que la obra de filósofos como Heidegger, Deleuze y Guattari, Nancy, etc., no sea crucial para esta tarea, sino que no es suficiente y que, aun demasiadas veces, el tipo de trascendentalismo empírico hermenéutico que estas obras proponen sustituye al esfuerzo necesariamente complejo por ofrecer una mejor comprensión de lo que sucede en contextos particulares.[25] Lo ontológico y lo empírico están necesariamente articulados, pero no son necesariamente lo mismo. Ontológicamente, la realidad puede ser rizomática o plana, y la existencia social puede estar condicionada por la comunidad pasiva o por la multitud, pero esto no basta para describir los contextos concretos en los que la gente vive sus vidas; de hecho, es precisamente la separación con respecto a lo ontológico lo que debemos medir, pues es ahí donde actúan las influencias para producir la realidad de las configuraciones específicas de las posibilidades ontológicas.

Las ontologías de los contextos son cruciales, pues, para el intento de teorizar el contexto de modo que nos permitan entender no solo lo que ocurre, sino también la manera en que las contingencias se han realizado y se han abierto posibilidades. Déjenme brevemente arrojar un poco de luz sobre lo que proponen estas ontologías que ha influido en la labor crítica actual. El punto de partida de gran parte de esta labor ontológica es la hermenéutica ontológica de Ser y tiempo de Heidegger, que lleva a cabo un análisis que pasa de lo óntico (empírico) a la “forma de ser en el mundo” ontológica de cualquier ente, incluida la clase de ente que Heidegger llama Dasein (que comprende al ser humano). El Dasein está fundamentalmente constituido por/como un juego de relaciones e implicaciones espaciales y temporales, pero solo más adelante en sus escritos, tras tratar de des-humanizar y des-subjetivizar la ontología, propone Heidegger una ontología de contextos o región. La región no es solo lo que hace posible la existencia de cualquier forma de ser en el mundo, es lo que nos es dado: es una matriz de posibilidades espacio-temporales, una estructura de implicaciones en la que las configuraciones particulares de situaciones y lugares se pueden especificar, particularizar y conocer íntimamente. En términos de Heidegger, la región especifica los modos posibles en los que el “hombre” puede “morar” en y con el mundo.

Esta ontología de la morada tiene su más clara expresión en el concepto heideggeriano de los “períodos del Ser” como un don que le es dado al hombre.[26] Siempre nos es dada una manifestación particular de la realidad que ontológicamente define las posibilidades de nuestra morada, de las formas en que el mundo se nos presenta y de cómo podemos organizarnos y relacionarnos con el mundo; por ejemplo, el contexto (ontológico) actual, tan completamente definido por la tecnología, en términos de Gestell (enmarcado) y del “mundo-imagen”.[27] La Gestell es una región ontológica en la que encontramos nuestro propio Ser como personas, así como el Ser de seres; es una forma particular de experimentar y relacionarse con el mundo como realidad espacio-temporal, en este caso como recursos que usar y agotar. Para Heidegger, las personas no crean el período y no pueden escoger cuándo terminarlo, solo preguntarse: “¿Podría haberse determinado el espacio en otra parte?”.[28] Lo que quiero dejar claro es lo siguiente: aun cuando puede que uno no capte adecuadamente los contextos contemporáneos de la vida humana —las posibilidades y límites de situaciones y lugares que se han determinado en otra parte, por así decirlo— con una comprensión del período o de la región que nos han sido dados, ese contexto ontológico está lejos de ser una descripción apropiada o útil de las realidades contextuales de la vida humana.

Ciertamente, la ontología de contextos de mayor influencia es la propuesta por la teoría de Deleuze y Guattari de la realización de lo real, que, aunque cimentada en las contribuciones de Heidegger, trata de evitar el antropocentrismo y el semiocentrismo tan característicos de la teoría contemporánea y de aportar los fundamentos ontológicos de este cambio. Su punto de partida es la asunción de que la realidad tiene dos modalidades de existencia —que se sitúan en un único plano—, a las que los autores llaman planos de consecuencia y de organización. El primero, virtual, es un ámbito de capacidades de influir y de ser influido realizables aunque no realizadas (que se diferencian de lo posible, que no es real). En el plano de consecuencia, la realidad es la multiplicidad sustancial —rizomas— de líneas de intensidad o devenir.[29]

Pero el plano de consecuencia se dispone en todo momento en el mismo plano. Una configuración particular de la realidad se efectúa —genera— por la acción de mecanismos o tecnologías múltiples y específicas; estos mecanismos crean y ordenan poblaciones y les imponen regímenes de conducta, actuación y efectividad. Tal realidad efectiva, aun ontológicamente plana, se articula también en y a través de muchos niveles diferentes (inorgánico, orgánico, humano, etc.), cada uno de los cuales se organiza por medio de tres tipos de mecanismos: estratificación, codificación (inscripción) y territorialización; materialización definida por tres formas de relacionalidad o articulación: conectiva, disyuntiva y conjuntiva respectivamente.[30] Cada escalón o nivel de una realidad efectiva se estratifica en dos conjuntos —expresión y contenido— o poblaciones caracterizadas por acontecimientos “funcionales o transformativos”, es decir, por modos de actividad y actuación, y poblaciones de lo que se da como evidente. Si el primero perfila las formas de percepción y discurso, el segundo describe lo que se puede percibir y decir. Cada una de estas poblaciones es a su vez codificada con marcas de diferenciación y territorializada o distribuida.

Esta ontología ofrece dos instrumentos de análisis a los críticos: el primero es una suerte de estrategia deconstructiva que desmonta el plano de organización, la configuración específica de una realización de lo virtual, para volver a lo virtual por así decirlo: siempre podemos descubrir lo rizomático, la ontología plana, el plano de consecuencia (inmanencia). Esta estrategia es crucial si queremos reconocer a la vez que toda realidad empírica es una construcción (la realidad se autogenera maquinalmente) y al mismo tiempo un resultado contingente y estocástico. Cualquier intento de cambiar el mundo —incluso en formas que sabemos que no podemos controlar— ha de empezar por comprender que el mundo no tiene por qué ser como es.

Aunque esta es quizá la aplicación más común de Deleuze y Guattari, creo que la segunda estrategia es a la vez más útil y, de hecho, la condición previa para que la primera tenga alguna eficacia concreta: implica un análisis de las tecnologías o procesos maquinales específicos por los que una realidad concreta se produce y mantiene —con frecuencia de manera que la hace parecer inevitable—, lo que conlleva una labor de análisis contextual —tanto si uno es deleuziano como si no— desde el momento en que una ontología de contextos requiere ser complementada por un lado por teorías tanto de situaciones como de lugares y por otro por la tarea empírica real de describir lo que sucede (como creación del poder).

Pondré un ejemplo final de una ontología de contextos que nos puede ayudar a ver por qué he llevado a cabo este ejercicio un tanto oscuro que les he presentado: consideren el contraste entre globalización y mondialisation o construcción del mundo de Jean-Luc Nancy. En su opinión, la primera señala el triunfo de una lógica económica y tecnológica o, más generalmente, representacional, que da lugar a una uniformidad (“una totalidad percibida como un todo”[31]) que solo puede acabar en injusticia y en un mundo inhabitable. Bajo la globalidad, “el mundo ha perdido su capacidad de formar un mundo”,[32] por lo que “lo que hoy día forma un mundo es precisamente la conjunción de un proceso ilimitado de enmarcado eco-tecnológico y la desaparición de posibilidades de formas de vida y/o de comunidad”.[33]

La segunda —construcción del mundo— se refiere a un mundo “auténtico”, lo contrario de la globalidad, un proceso antes que una totalidad, un espacio de comunidad, significación y posibilidad. Esta mundialidad es, en palabras de Nancy, una inmanencia absoluta, sin la posibilidad de trascendencia implícita en la lógica representacional de la globalización. No puede haber nada exterior al mundo; es el lugar de la “residencia posible... el lugar de la participación posible... El mundo es el lugar y la dimensión de una posibilidad de habitar, de coexistir”.[34] El mundo no es solo, pues, un lugar, una constitución física y una práctica; es también un ethos, una ética de ser en el mundo.[35]

Aunque Nancy, en su ‘Nota preliminar’, advierte que la conjunción —“construcción del mundo o globalización”— “se ha de entender simultánea y alternativamente en sus sentidos disyuntivo, sustitutivo o conjuntivo”,[36] la impresión principal que suscita el escrito fuerza una lectura disyuntiva en la que las dos visiones de la mundialización se contraponen (como una cuestión ética), y es así como la teoría de Nancy se emplea más a menudo; pero me parece que hay un error fundamental en oponer, en términos de Deleuze y Guattari, la mundialidad como realidad ontológica o virtual y la globalidad como realización particular, aunque estemos de acuerdo en que sea destructiva. De otro modo, nos vemos no solo incapaces de distinguir y juzgar las distintas formas de globalización, sino también incapaces de ver la posibilidad de cambio implícita en el reconocimiento de que la globalización es una articulación de —y por tanto también una forma de— la construcción del mundo; en consecuencia, ¿no son también todos los modos de construcción del mundo modos de globalización en la medida en que se realizan?

Mi objetivo no es cuestionar la ontología de lo global de Nancy, sino replicar que no se puede completar un análisis crítico de la globalización contemporánea entendiendo solo su existencia como producto de un juego de contextos ontológicos (el imperialismo o la posmodernización fractal), ni se puede estudiar únicamente como una reorganización de espacios y lugares (las geografías vividas), por medio de una etnografía de cómo se vive lo global en cualquier lugar o incluso en lo global como lugar, ni tampoco se puede entender únicamente como reorganización y redistribución …



[1] Véase L. Grossberg, We all want to change the world: The intellectual labor of cultural studies, Duke UP (en preparación).
[2] H. Raffles, ‘“Local Theory”: Nature and the Making of an Amazonian Place’, Cultural Anthropology, 14 (3), p. 324. Véase también A. Escobar, ‘Culture sits in places: reflections on globalism and subaltern strategies of localization’, Political geography, 20 (2001), pp. 139-174.
[3] D. Massey, ‘Geographies of responsibility’, Geografiska Annaler, Series B 86-1 (2004), p. 11.
[4] S. Hall, ‘The local and the global: Globalization and ethnicity’, en Culture globalization and the worldsystem, ed. by A. D. King, Macmillan, London, 1991, pp. 19-40.
[5] Véase L. Grossberg, ‘Cultural Studies, Modern Logics, and Theories of Globalization’, en Back to “Reality”: The Social Experience of Cultural Studies, ed. by A. McRobbie, Manchester UP, Manchester, 1997, pp. 7-35; y ‘Speculations and Articulations of Globalization’, Polygraph, 11 (1999), pp. 11-48.
[6] I. Hacking, Historical Ontology, Harvard UP, Cambridge (Mass.), 2004.
[7] Véase G. Deleuze, Foucault, Minnesota UP, Minneapolis, 1988 (Foucault, trad. de J. Vázquez, Paidós, Barcelona, 2007).
[8] Véase  D. Massey, ‘Politics and space/time’, New Left Review, 196 (Nov/Dec 1992).
[9] Citado en E. S. Casey, The Fate of Place, California UP, Berkeley, 1997, p. 296.
[10] Kristin Ross, citada en D. Massey, ‘Power geometry and a progressive sense of place’, en Mapping the Futures, ed. by J Bird et al., Routledge, London, 1993, p. 67.
[11] Véase G. Deleuze/F. Guattari, A Thousand Plateaus, Minnesota UP, Minneapolis, 1987, en especial el capítulo 11 (Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, trad. de J. Vázquez y U. Larraceleta, Pre-Textos, Valencia, 2008).
[12] Utilizo el lenguaje de Bruno Latour. El físico John Wheeler observó: “La materia enseña al espacio a curvarse y el espacio enseña a moverse a la materia” (http://map.gsfc.nasa.gov/universe/bb_theory.html).
[13] Doreen Massey, en conversación personal, 30 de marzo de 1998: “Aunque utilizo las matemáticas, estoy en contra de la creciente afición de los teóricos sociales y culturales a recurrir a las teorías científicas contemporáneas (complejidad, caos, redes) y a tratarlas no como meras figuras imaginarias, sino como fuentes de legitimidad en virtud de su naturaleza científica. Los conceptos tienen una larga historia en las Humanidades, y no se enriquecen de pronto porque los científicos se hayan amoldado a nuestro modo de pensar. Sería grato que los científicos reconocieran nuestra labor y que están descubriendo lo que los humanistas saben desde hace tiempo, o que compartieran algo de las becas que reciben”.
[14] D. Massey, For Space, Sage, London, 2005, p. 175.
[15] M. Foucault, ‘Discourse and truth’ (http://www.foucault.info/documents/parrhesia/foucault.DT6. conclusion.en.html).
[16] Véase, por ejemplo, la consideración del argumento de S. A. Marston/J. Paul Jones III/K. Woodward en ‘Human geography without scale’, Transactions of the Institute of British Geographers, 30-4, pp. 416-432. Me parece que su argumento conlleva una mala interpretación de la ontología plana de Deleuze, que no niega la verticalidad, pero defiende que lo molar y lo molecular, los planos de consecuencia y de organización, el contenido y la expresión, se sitúan en el mismo plano ontológico. Así, también es corriente en algunas interpretaciones el ignorar la necesaria coexistencia de los planos de organización y de consecuencia.
[17] G. Deleuze/F. Guattari, A Thousand Plateaus, capítulo 11. 18 Ibid., p. 31
[18] Ibid., p. 313.
[19] Ibid., p. 315.
[20] Ibid., p. 314.
[21] D. Massey, For Space, p. 175.
[22] Este vacío se puso de manifiesto en los estudios culturales, por ejemplo, en el modelo de “codificación-descodificación”, en el que
se argumentaba que ni la realidad discursiva ni la sociológica determinan o garantizan las realidades vividas de lo que la gente interpreta y hace con respecto a ciertos textos en los medios.
[23] M. Morris, ‘On the beach’, en Cultural Studies, ed. by L. Grossberg at al., Routledge, New York, 1992, p. 467.
[24] D. Massey, For space, p. 187.
[25] Añadiría que no son ni universalistas ni esencialistas. Proponen ontologías “históricas” o, mejor dicho, contextuales.
[26] Creo que esto fue retomado por Foucault, aunque significativamente revisado.
[27] M. Heidegger, The question concerning technology and other essays, Harper, New York, 1982 (La pregunta por la técnica, trad. de E. Barjau, Folio, Madrid, 2007).
[28] E. S. Casey, The Fate of Place, p. 254.
[29] Adviértase que ambos son a la vez espaciales y temporales.
[30] Soy consciente de que identificar las formas de la máquina con las de las líneas es, en el mejor de los casos, una simplificación excesiva, pero a pesar de todo creo que es útil.
[31] J.-L. Nancy, The creation of the world, or globalization, SUNY Press, Albany, 2007, p. 2 (La creación del mundo o la mundialización, trad. de P. Perea, Paidós, Barcelona, 2003).
[32] Ibid., p. 34.
[33] Ibid., p. 95.
[34] F. Raffoul/D. Pettigrew, ‘Translator’s Introduction’ (Ibid., pp. 9-10).
[35] Como Heidegger, Nancy no cree que el origen de ningún mundo pueda explicarse: no es ni necesario ni contingente, sino solo una singularidad, que para Nancy incluye siempre una cláusula adicional: que son posibles otros orígenes, otros mundos.
[36] Ibid., p. 29.