Es fascinante lo que me sucede, y no se si es habitual. Hace muchos años que vengo construyendo, o por lo menos tratando de armar una manera de ver la realidad y de teorizarla que al principio me parecía muy personal y propia, y que hoy me topo con una transcripción y traducción de una conferencia realizada en Valencia por Lawrence Grossberg en la que encuentro todos mis esfuerzos brillantemente realizados. Si esto no es una patente manifestación de convergencia, entonces no se que pueda ser. Es con mucho placer que me tomo el trabajo de publicarla aquí para dar inicio a este año que promete ser fructífero en este sentido.
Theorizing Context
de Lawrence Grossberg
‘Theorizing context’ es el texto de una
conferencia impartida en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de
la Universidad de Valencia el 21 de abril de 2010. La Torre del Virrey agradece
al autor el permiso para su traducción y publicación en este número de la
revista. Lawrence Grossberg es uno de los mayores exponentes del proyecto de
los Estudios Culturales en la actualidad. Catedrático de Estudios de la
Comunicación y catedrático adjunto distinguido con la mención Morris Davis de
Estudios Norteamericanos, Antropología y Geografía de la Universidad de
Carolina del Norte, en Chapel Hill, Grossberg ha publicado numerosos artículos
y ensayos. Es autor de It’s a Sin:
Essays on Postmodernism, Politics and Culture (1988), We Gotta Get Out
of This Place: Popular Conservatism and Postmodern Culture (1992), Dancing
in Spite of Myself: Essays in Popular Culture (1997), Caught in the
Crossfire: Kids, Politics and Americ’s Future (2005) y We All Want to
Change the World: The Intellectual Labor of Cultural Studies, de próxima
publicación (2010). El profesor Grossberg es coeditor (junto con Della
Pollock) de la revista Cultural Studies, una de las publicaciones
académicas más antiguas y respetadas en su campo, y uno de los fundadores de la
próspera e influyente Asociación de Estudios Culturales (AES), de alcance
internacional. La editorial valenciana Letra Capital ha publicado una antología
de su obra, Estudios Culturales: teoría, política y práctica, a cargo de
la profesora Chantal Cornut-Gentille D'Arcy, de la Universidad de Zaragoza. En
la entrevista que sirve de introducción a este libro, Grossberg confiesa lo
siguiente: “Me pregunta cuáles fueron los factores determinantes que dieron
forma a mi trayectoria intelectual y carrera profesional. La respuesta adecuada
sería que todos. Creo fervientemente en la complejidad y en la determinación por
varias causas. En la carrera desarrollé mi amor por la filosofía y mi interés
por su relación con la cultura y la política fue tomando forma, en parte
también por mi participación en la contracultura. La época que pasé en
Birmingham definió el proyecto que ha motivado enteramente mi vida profesional,
es decir, un modo especial de ser un intelectual que se dedica al trabajo político
intelectual. Finalmente, mi experiencia en la compañía teatral me enseñó cómo
actuar… Todas estas experiencias fueron importantes en mi vida, y cada una sin
excepción me ayudó a ser quien soy ahora.”
El contexto es una categoría clave en el
análisis social y cultural contemporáneo, y esencial para valorar el brillo
particular de la obra de Doreen Massey. Sin embargo, casi nunca se define y
menos aún se teoriza.[1]
Uno se enfrenta, de hecho, a un caos de contextos, claramente relacionados de
forma tanto empírica como conceptual con ideas de lugar, situación y localidad,
pero en general sin especificar; incluso la sofisticada clasificación de
lugares en la obra de, por ejemplo, Escobar y Raffles no entra a tratar estas
relaciones:
La localidad a la vez se encarna y se narra, y a
menudo es, en consecuencia, demasiado móvil: los lugares viajan con la gente a
través de la que se constituyen. La localidad, pues, no debe confundirse con la
localización, sino que es, más bien, un juego de relaciones, una política
continua, una densidad en la que los lugares se materializan en el discurso y
la imaginación y se representan por medio de los actos de gentes en diversas
situaciones y economías políticas.[2]
La mayoría de los estudios del contexto no
reconoce dos premisas contrapuestas: en primer lugar, que el contexto es
espacial y perfila una interioridad limitada, una isla estable de
presencia ordenada en medio del resto de
un espacio vacío o caótico; segundo, que el contexto es relacional, constituido
siempre por conjuntos y trayectorias de relaciones sociales y vínculos que
establecen su exterioridad respecto a sí mismo. Como se pregunta Massey: “Si
las identidades de lugares son, de
hecho, producto de relaciones que se extienden mucho más allá de ellos (si
pensamos el espacio/lugar en términos de flujos y (des)conexiones en vez de
hacerlo en términos territoriales), entonces ¿cuáles deben ser las relaciones
políticas con esas más amplias geografías creadas?”.[3]
Gran parte del análisis social y cultural
contemporáneo exterioriza esas dos nociones en su descripción del contexto
contemporáneo como un conflicto entre lo local y lo global, en el que lo
segundo es a la vez un proyecto político-económico (neo-liberalismo) y una
configuración espacial. A pesar de las ventajas que supone esa estructura
descriptiva, hay en ella problemas serios y fundamentales: muy a menudo ha
rescatado una suerte de reduccionismo por el cual todo se puede explicar
mediante un trasfondo económico, además de encasillarlo en una simple lógica
binaria de lo local y lo global, considerada a la vez como espacial y temporal.
Ni siquiera versiones más sofisticadas logran sortean estos problemas. Estas
lógicas, que continuamente resurgen a pesar de los argumentos de estudiosos
como Stuart Hall y Massey,[4]
resultan un “imaginario etnográfico” que celebra la hibridez de lo “local” (glocalización)
como la solución al mismo binomio que dio origen al problema. Hibridez, en
realidad, es lo único que hay: no solo lo global es tan híbrido como lo local,
sino que el pasado fue tan híbrido como el presente. Si el pasado, lo otro,
nunca fue tan simple ni homogéneo ni local ni unificado como imaginamos, el
presente probablemente no estará tan fragmentado ni será tan heterogéneo o
global como suponemos.
Tan importante como eso es que incluso un
sumario vistazo a la literatura sobre la globalización deja claro que hay una
palpable imposibilidad de decidir dónde está exactamente la cuestión, qué tipo
de datos son relevantes y cómo interpretarlos. La globalización puede referirse
a una inclusión planetaria, la compresión del mundo, “el estiramiento de la
geografía de las relaciones sociales”, el alcance transnacional de los procesos
y el poder, una nueva formación de poder, la creciente rapidez de la
comunicación y el transporte a través del espacio, etc.[5]
La lista de cambios por la globalización incluye cambios en las instituciones,
estructuras reguladoras, modos de actuación, escalas (tanto económicas como
culturales), entramados de identidad y pertenencia, compresión del espacio-tiempo,
etc. Aunque creo que hay algo de verdad en todo esto, apenas se han dado
indicaciones para entender de qué se trata.
Querría sugerir que muchos discursos sobre
la globalización son limitados por el hecho de no teorizar el concepto de
contexto, fundiendo a menudo nociones diversas y por tanto igualando elementos que
funcionan en escalas y dimensiones muy diferentes. Muchos de los modelos
predominantes de análisis crítico e incluso de estudios culturales pueden
entenderse como actos de contextualización radical: la práctica de la
especificidad histórica de Marx, el análisis de dispositifs y los mecanismos
discursivos de Foucault, el sentido de los conocimientos y actos emplazados
del pragmatismo o la teoría de la formación de entornos, territorios y estratos
de Deleuze y Guattari. Pero tales teorías rara vez se han descrito en estos
términos y su noción de contexto se ha detallado poco.
Mi propuesta es teorizar el concepto de
contexto como una singularidad que es a la vez multiplicidad, un ensamblaje
activo organizado y organizador de vínculos[6]
que condiciona y modifica la distribución, la función y los efectos —el mismo
ser y la identidad— de los acontecimientos que en sí mismos están activamente
implicados en la creación del propio contexto. Los contextos se generan incluso
mientras “articulan” los “hechos” o individualidades y relaciones que los
componen. También están siempre en relación con otros contextos, produciendo
complejos juegos de relaciones y conexiones multidimensionales. Son el resultado
y la encarnación de múltiples tecnologías —residual, dominante y emergente—
implicadas activamente en la (auto) formación del contexto. Estas tecnologías
definen los mecanismos y modalidades de articulación o transformación —las
condensaciones de múltiples mecanismos, múltiples procesos, múltiples proyectos
y múltiples formaciones— que imponen una organización, una individualidad y una
conducta particulares a las “poblaciones” de los contextos.[7]
Pero si hemos de teorizar la complejidad y
la multidimensionalidad de los contextos, tendremos que empezar preguntándonos
por el espacio mismo. Las concepciones contemporáneas comienzan con los
razonamientos de Lefebvre de que el espacio es a la vez construido (emergente)
y dado (real). Massey amplía esta idea para decir que el espacio tiene una
densidad (sustancia) propia, que el espacio se constituye por medio de flujos e
interacciones, que es el desarrollo mismo de las interacciones. Como tal, el
espacio es la posibilidad misma de la existencia de una heterogeneidad o
multiplicidad simultánea (positiva).[8]
Podemos llevar aún más lejos esta idea: el
espacio es activo y dinámico, el acto de existencia de la multiplicidad como
posibilidad. Merleau-Ponty entiende el espacio no como “el escenario (real o
lógico) en el que las cosas se disponen, sino como los medios por los que la
posición de las cosas se hace posible”;[9]
Foucault concibe el espacio “como formas específicas de operaciones e interacciones”;[10]
y Deleuze ve el espacio no solo como relacional y activo, el medio para el
devenir como los anteriores, sino, aún más, como la capacidad de poner en
práctica multiplicidades, de producir relaciones o diferencias.[11]
Puedo aclarar esta idea recurriendo a la diferencia entre el espacio
minkowskiano de cuatro dimensiones (en la teoría específica de la relatividad)
y el espacio riemanniano de la teoría general de la relatividad. En el primero,
los acontecimientos están situados y localizados; son puntos sin influencia
propia, puesto que son independientes de su situación. En el segundo, los
eventos se espacializan; son “líneas mundiales”, vectores del devenir de lugar.
El espacio no es independiente de lo que sucede, y lo que sucede no es
independiente del espacio en el que ocurre: una línea puede “curvar el espacio sobre sí mismo”.[12]
El espacio es el movimiento de devenir en sí mismo y cualquier “lugar” tiene
influencia propia. El mismo devenir de cualquier evento es el devenir del
propio espacio. Massey utilizó en una ocasión el símil de una planta que
florece para captar este sentido del desarrollo simultáneo de acontecimientos
(relaciones) y espacio.[13]
Querría sugerir que hay al menos tres formas
de constituir contextos, tres modalidades de contextualidad, tres lógicas de
contextualización: el entorno (o situación); el territorio (o lugar) y la
región (o período ontológico), que describen dimensiones interconectadas de
cada contexto —aunque la naturaleza de tal interconexión (por ejemplo, una
relación jerárquica/escalar) es contingente de por sí, de ahí que no se pueda
descifrar la lógica específica de una dimensión desde o hacia otra— y también
explican modos de cartografiar contextos de forma selectiva. El mapa más
adecuado no es siempre la articulación de las tres al tiempo: la manera de
cartografiar un acontecimiento/contexto dependerá de la problemática en
cuestión. Como dice Massey: “Las verdaderas necesidades políticas son una
insistencia en el reconocimiento de la especificidad [de sitio] y un
tratamiento de la particularidad de las cuestiones que plantean”, pero sin una “visión
de un holismo
siempre constituido de antemano”.[14]
De hecho, Foucault diferencia la contextualidad radical de su práctica “nominalista”
tanto del realismo como del constructivismo social como problematización:
Cuando digo que estudio la “problematización” de la
locura, el crimen, o la sexualidad, no es un modo de negar la realidad de tales
fenómenos. Al contrario, he tratado de mostrar que el objeto de tantos
discursos y normativas reales en un momento dado es precisamente algún fenómeno
real. La pregunta que planteo es esta: ¿Cómo y por qué cosas muy diferentes han
sido agrupadas, caracterizadas, analizadas y tratadas como, por ejemplo,
“enfermedad mental”? ¿Cuáles son los elementos relevantes para una “problematización”
dada?... La problematización es una “respuesta” a una situación concreta que es
real.[15]
De ahí que a la hora de considerar algunos
aspectos de la existencia —por ejemplo, la religión y sus derivados, o
la cultura popular— se deban separar con cuidado las cuestiones y distribuirlas
en las dimensiones apropiadas. Muchos estudios de la globalización presuponen
no solo dónde se sitúa el problema, sino que también dirigen relaciones de
determinación entre las dimensiones. Además, muchos análisis del mundo
contemporáneo funden las diferentes configuraciones de la contextualidad al
asimilar, por ejemplo, los procesos materiales y las estructuras de influencia
(entornos), y las formas materiales en que se viven (territorios); o al
sustituir un análisis ontológico —en última instancia deleuziano— por la
descripción empírica de los entornos y territorios, asumiendo que una ontología
rizomática garantiza esa misma naturaleza rizomática del territorio o que una
ontología “plana” (inmanente, horizontal) niega la realidad empírica de la
verticalidad (por ejemplo, las escalas).[16]
Una teoría reflexiva del contexto —y un análisis contextual adecuado— habrá de
teorizar no solo estas diferentes dimensiones o modalidades, sino también las
articulaciones entre ellas.
Permítanme que intente describir cada uno de estos
tres modos de contextualización. Empezaré considerando brevemente la distinción
de Deleuze y Guattari entre el espacio del entorno y el del territorio. En el
primer caso, el espacio es una multitud de entornos (solapados) como bloques heterogéneos
de espacio-tiempo.[17]
El entorno es la suma de las relaciones materiales dentro de un espacio
particular. Cada entorno existe en relaciones espaciales complejas con otros
entornos, por ejemplo: “El ser vivo tiene un entorno exterior de materiales, un
entorno interior de elementos componentes y sustancias compuestas, un entorno
intermediario de membranas y límites, y un entorno anexo de fuentes de energía”.[18]
Tales contextos no son del todo aleatorios o caóticos: están “constituidos por
la repetición periódica del componente” o elemento. Los límites de un entorno
están definidos por regularidades materiales.
Los territorios existen cuando hay una
resonancia o un ritmo que se articula, coordina o comunica a través de los
entornos, de forma que aspectos o partes de los diferentes entornos-contextos
se reúnen en un nivel diferente al de los entornos mismos. El territorio
mantiene unidos algunos de los elementos heterogéneos de entornos de por sí
heterogéneos, creando una especie de coherencia: “Un territorio se da precisamente
cuando los componentes de los entornos dejan de ser direccionales y se vuelven
dimensionales, cuando dejan de ser funcionales para ser expresivos... Lo que
define el territorio es la emergencia de cuestiones de expresión (cualidades).”[19]
Los territorios tienen una forma de existencia distinta de la de los entornos puesto
que marcan el surgir de cuestiones de expresión (no subjetiva). Tales
territorios son generados por mil cosas, desde el canto de un pájaro a los
ritos de fundación de una ciudad.
La identidad del territorio no se define solo
por su interior ni se limita a negar su exterior: la expresión forja fronteras
móviles y porosas, un interior (de “impulsos” y actividades) y un exterior (de
“circunstancias”) y, en el proceso, reorganiza funciones y redistribuye fuerzas
dentro de los entornos. Un territorio es una consolidación a través de
entornos-contextos, una amalgama de heterogeneidad unida por la expresión de un
ritmo entre los elementos; no es un fragmento del espaciotiempo, sino una articulación
a través de espaciostiempos para crear algo distinto. Su interior es un sitio
dinámico para realizar actos y producir un lugar y un sentido de pertenencia
(una morada); se abre a otros territorios y entornos, lo que lo convierte en un
espacio de pasajes y relevos. Es una interioridad inseparable de su exterior,
pues el exterior no es sino aquello a lo que se abren sus límites. Un
territorio tiene siempre “la zona interior de una residencia o guarida y la
zona exterior de su dominio”.[20]
El territorio no se puede separar de los vectores direccionales de los entornos
y las resonancias dimensionales —expresivas— que se mueven a través de los
entornos; ni es origen ni destino: es la organización de un espacio limitado, un
sitio dinámico para ejecutar acciones, un modo de contener y abrirse
continuamente al caos, que en cualquier caso no es solo caótico, puesto que es
también el espacio de los entornos. “Qué importante es cuando amenaza el caos
recurrir a un territorio hinchable, portátil.”
No es difícil ver cómo estas dos
contextualidades se dan en el nivel (estrato) de la existencia social. El
entorno o situación describe un contexto “sociológico”, una amalgama material y
discursiva de actos, estructuras y acontecimientos políticos, económicos,
sociales y culturales, pero no es solo lo que ocupa una porción de
espacio-tiempo: es la existencia misma de esa porción de espaciotiempo como
condición de posibilidad de lo que la ocupa, incluso mientras lo que la ocupa
crea el espacio-tiempo del entorno, y está formado por las repeticiones, las
regularidades, de los elementos en la situación. Massey, de hecho, presenta una
noción similar de una situación como “una constelación siempre cambiante de
trayectorias [que] plantea la cuestión de nuestra comunidad forzosa”, esto es,
de nuestra existencia socio material común en un “lugar” común.[21]
Podemos, por tanto, pensar en situaciones asociadas, en cuanto a límites entre
ellas y a las corrientes que los cruzan, aunque la identidad de cada situación es
relativamente visible en sus propios términos, pero estas relaciones introducen
una escala (vertical) —como extensión— en una geografía de contextos.
El territorio o lugar es el contexto de la
realidad vivida, y los modos en que conecta con la especificidad material de la
situación son siempre contingentes multi-determinados e impredecibles.[22]
El contexto como lugar describe una realidad afectiva o, mejor dicho, un
complejo juego de articulaciones y registros afectivos — que incluye configuraciones
de investidura y pertenencia, atención e importancia, placer y deseo y
emociones— e implica complicadas relaciones entre subjetivación (subjectivation)
y sujetificación (subjectfication), emplazamiento y orientación, pertenencia
y alienación, identidad e identificación. En su forma más simple, el territorio
define el contexto como una topografía vivida. El territorio es una
organización expresiva de configuraciones socio-espacio-temporales, que
transforma el espacio-tiempo extensivo (el sitio), por medio de relaciones
intensivas, en un espacio-tiempo habitable.
Los lugares son diferentes formas de vivir en
situaciones socialmente predeterminadas, diferentes posibilidades de los modos
y configuraciones de pertenencia e identificación, estructuración y cambio,
seguridad y obligación, subjetificación y actuación. Un lugar concreta una
orquestación de las tonalidades afectivas que dan resonancia y timbre a
nuestras vidas; como sugiere Meaghan Morris, es “una organización de los
diversos tiempos/espacios en los que tienen lugar las fatigas, y también los
placeres, de la vida diaria”;[23]
es una contextualidad expresiva y afectiva —caracterizada por densidades,
distancias y rapidez— de acceso y actuación, seguridad y peligro, movilidad y
enlaces; una amalgama de actos, discursos, experiencias y afectos.
Los lugares tienen un modo distinto de
demarcación: sus límites son siempre inestables, frágiles y porosos, siempre
algo indeterminable; de hecho, no se puede pensar en la contextualidad de
lugares con una lógica de fronteras; se necesita, por el contrario, una lógica
de conectividad que sitúa cada lugar dentro de “redes de relaciones y actuaciones”.
Los lugares solo existen como perpetuamente conectados a otros sitios, como
“constelaciones de conexiones con cabos que se extienden mucho más allá”.[24]
Son contextos formados por tránsitos y traducciones, siempre definidos por sus
relaciones con otros lugares; en consecuencia, introducen una escala
(horizontal) —como intensificación— en una geografía de contextos.
Por último, querría considerar un tercer modo de
contextualidad: la región como construcción ontológica. Una región no es una
posición material en el espacio-tiempo ni un lugar vivido, sino las formas de
existencia —formas de ser en el espacio-tiempo— que son posibles y que
constituyen las condiciones contingentes de posibilidad de entornos y
territorios. Irónicamente, mientras más y más gente se vuelve hacia el discurso
teórico, la tarea de teorizar el contexto parece alejarse más y más. No quiero
decir que la obra de filósofos como Heidegger, Deleuze y Guattari, Nancy, etc.,
no sea crucial para esta tarea, sino que no es suficiente y que, aun demasiadas
veces, el tipo de trascendentalismo empírico hermenéutico que estas obras
proponen sustituye al esfuerzo necesariamente complejo por ofrecer una mejor
comprensión de lo que sucede en contextos particulares.[25]
Lo ontológico y lo empírico están necesariamente articulados, pero no son
necesariamente lo mismo. Ontológicamente, la realidad puede ser rizomática o
plana, y la existencia social puede estar condicionada por la comunidad pasiva
o por la multitud, pero esto no basta para describir los contextos concretos en
los que la gente vive sus vidas; de hecho, es precisamente la separación con
respecto a lo ontológico lo que debemos medir, pues es ahí donde actúan las
influencias para producir la realidad de las configuraciones específicas de las
posibilidades ontológicas.
Las ontologías de los contextos son cruciales,
pues, para el intento de teorizar el contexto de modo que nos permitan entender
no solo lo que ocurre, sino también la manera en que las contingencias se han
realizado y se han abierto posibilidades. Déjenme brevemente arrojar un poco de
luz sobre lo que proponen estas ontologías que ha influido en la labor crítica
actual. El punto de partida de gran parte de esta labor ontológica es la hermenéutica
ontológica de Ser y tiempo de Heidegger, que lleva a cabo un análisis
que pasa de lo óntico (empírico) a la “forma de ser en el mundo” ontológica de
cualquier ente, incluida la clase de ente que Heidegger llama Dasein (que
comprende al ser humano). El Dasein está fundamentalmente constituido
por/como un juego de relaciones e implicaciones espaciales y temporales, pero
solo más adelante en sus escritos, tras tratar de des-humanizar y
des-subjetivizar la ontología, propone Heidegger una ontología de contextos o
región. La región no es solo lo que hace posible la existencia de cualquier
forma de ser en el mundo, es lo que nos es dado: es una matriz de posibilidades
espacio-temporales, una estructura de implicaciones en la que las
configuraciones particulares de situaciones y lugares se pueden especificar,
particularizar y conocer íntimamente. En términos de Heidegger, la región
especifica los modos posibles en los que el “hombre” puede “morar” en y con el
mundo.
Esta ontología de la morada tiene su más clara
expresión en el concepto heideggeriano de los “períodos del Ser” como un don
que le es dado al hombre.[26]
Siempre nos es dada una manifestación particular de la realidad que
ontológicamente define las posibilidades de nuestra morada, de las formas en que
el mundo se nos presenta y de cómo podemos organizarnos y relacionarnos con el
mundo; por ejemplo, el contexto (ontológico) actual, tan completamente definido
por la tecnología, en términos de Gestell (enmarcado) y del “mundo-imagen”.[27]
La Gestell es una región ontológica en la que encontramos nuestro propio
Ser como personas, así como el Ser de seres; es una forma particular de
experimentar y relacionarse con el mundo como realidad espacio-temporal, en este
caso como recursos que usar y agotar. Para Heidegger, las personas no crean el
período y no pueden escoger cuándo terminarlo, solo preguntarse: “¿Podría
haberse determinado el espacio en otra parte?”.[28]
Lo que quiero dejar claro es lo siguiente: aun cuando puede que uno no capte adecuadamente
los contextos contemporáneos de la vida humana —las posibilidades y límites de situaciones
y lugares que se han determinado en otra parte, por así decirlo— con una
comprensión del período o de la región que nos han sido dados, ese contexto
ontológico está lejos de ser una descripción apropiada o útil de las realidades
contextuales de la vida humana.
Ciertamente, la ontología de contextos de
mayor influencia es la propuesta por la teoría de Deleuze y Guattari de la
realización de lo real, que, aunque cimentada en las contribuciones de Heidegger,
trata de evitar el antropocentrismo y el semiocentrismo tan característicos de
la teoría contemporánea y de aportar los fundamentos ontológicos de este
cambio. Su punto de partida es la asunción de que la realidad tiene dos
modalidades de existencia —que se sitúan en un único plano—, a las que los autores llaman planos de
consecuencia y de organización. El primero, virtual, es un ámbito de
capacidades de influir y de ser influido realizables aunque no realizadas (que se
diferencian de lo posible, que no es real). En el plano de consecuencia, la
realidad es la multiplicidad sustancial —rizomas— de líneas de intensidad o
devenir.[29]
Pero el plano de consecuencia se dispone en todo
momento en el mismo plano. Una configuración particular de la realidad se
efectúa —genera— por la acción de mecanismos o tecnologías múltiples y
específicas; estos mecanismos crean y ordenan poblaciones y les imponen
regímenes de conducta, actuación y efectividad. Tal realidad efectiva, aun
ontológicamente plana, se articula también en y a través de muchos niveles
diferentes (inorgánico, orgánico, humano, etc.), cada uno de los cuales se
organiza por medio de tres tipos de mecanismos: estratificación, codificación
(inscripción) y territorialización; materialización definida por tres formas de
relacionalidad o articulación: conectiva, disyuntiva y conjuntiva
respectivamente.[30] Cada
escalón o nivel de una realidad efectiva se estratifica en dos conjuntos
—expresión y contenido— o poblaciones caracterizadas por acontecimientos “funcionales
o transformativos”, es decir, por modos de actividad y actuación, y poblaciones
de lo que se da como evidente. Si el primero perfila las formas de percepción y
discurso, el segundo describe lo que se puede percibir y decir. Cada una de
estas poblaciones es a su vez codificada con marcas de diferenciación y
territorializada o distribuida.
Esta ontología ofrece dos instrumentos de
análisis a los críticos: el primero es una suerte de estrategia deconstructiva
que desmonta el plano de organización, la configuración específica de una realización
de lo virtual, para volver a lo virtual por así decirlo: siempre podemos
descubrir lo rizomático, la ontología plana, el plano de consecuencia (inmanencia).
Esta estrategia es crucial si queremos reconocer a la vez que toda realidad empírica
es una construcción (la realidad se autogenera maquinalmente) y al mismo tiempo
un resultado contingente y estocástico. Cualquier intento de cambiar el mundo
—incluso en formas que sabemos que no podemos controlar— ha de empezar por
comprender que el mundo no tiene por qué ser como es.
Aunque esta es quizá la aplicación más común de
Deleuze y Guattari, creo que la segunda estrategia es a la vez más útil y, de
hecho, la condición previa para que la primera tenga alguna eficacia concreta:
implica un análisis de las tecnologías o procesos maquinales específicos por
los que una realidad concreta se produce y mantiene —con frecuencia de manera
que la hace parecer inevitable—, lo que conlleva una labor de análisis
contextual —tanto si uno es deleuziano como si no— desde el momento en que una
ontología de contextos requiere ser complementada por un lado por teorías tanto
de situaciones como de lugares y por otro por la tarea empírica real de
describir lo que sucede (como creación del poder).
Pondré un ejemplo final de una ontología de contextos
que nos puede ayudar a ver por qué he llevado a cabo este ejercicio un tanto
oscuro que les he presentado: consideren el contraste entre globalización y mondialisation
o construcción del mundo de Jean-Luc Nancy. En su opinión, la primera señala
el triunfo de una lógica económica y tecnológica o, más generalmente,
representacional, que da lugar a una uniformidad (“una totalidad percibida como
un todo”[31]) que
solo puede acabar en injusticia y en un mundo inhabitable. Bajo la globalidad,
“el mundo ha perdido su capacidad de formar un mundo”,[32]
por lo que “lo que hoy día forma un mundo es precisamente la conjunción de un
proceso ilimitado de enmarcado eco-tecnológico y la desaparición de
posibilidades de formas de vida y/o de comunidad”.[33]
La segunda —construcción del mundo— se refiere
a un mundo “auténtico”, lo contrario de la globalidad, un proceso antes que una
totalidad, un espacio de comunidad, significación y posibilidad. Esta
mundialidad es, en palabras de Nancy, una inmanencia absoluta, sin la
posibilidad de trascendencia implícita en la lógica representacional de la
globalización. No puede haber nada exterior al mundo; es el lugar de la
“residencia posible... el lugar de la participación posible... El mundo es el
lugar y la dimensión de una posibilidad de habitar, de coexistir”.[34]
El mundo no es solo, pues, un lugar, una constitución física y una práctica; es
también un ethos, una ética de ser en el mundo.[35]
Aunque Nancy, en su ‘Nota preliminar’,
advierte que la conjunción —“construcción del mundo o globalización”— “se ha de
entender simultánea y alternativamente en sus sentidos disyuntivo, sustitutivo
o conjuntivo”,[36] la
impresión principal que suscita el escrito fuerza una lectura disyuntiva en la
que las dos visiones de la mundialización se contraponen (como una cuestión
ética), y es así como la teoría de Nancy se emplea más a menudo; pero me parece
que hay un error fundamental en oponer, en términos de Deleuze y Guattari, la mundialidad
como realidad ontológica o virtual y la globalidad como realización particular,
aunque estemos de acuerdo en que sea destructiva. De otro modo, nos vemos no
solo incapaces de distinguir y juzgar las distintas formas de globalización, sino
también incapaces de ver la posibilidad de cambio implícita en el
reconocimiento de que la globalización es una articulación de —y por tanto
también una forma de— la construcción del mundo; en consecuencia, ¿no son
también todos los modos de construcción del mundo modos de globalización en la
medida en que se realizan?
Mi objetivo no es cuestionar la ontología de
lo global de Nancy, sino replicar que no se puede completar un análisis crítico
de la globalización contemporánea entendiendo solo su existencia como producto
de un juego de contextos ontológicos (el imperialismo o la posmodernización
fractal), ni se puede estudiar únicamente como una reorganización de espacios y
lugares (las geografías vividas), por medio de una etnografía de cómo se vive
lo global en cualquier lugar o incluso en lo global como lugar, ni tampoco se
puede entender únicamente como reorganización y redistribución …
[1] Véase L. Grossberg, We all want to change the world: The intellectual labor of cultural studies, Duke UP (en preparación).
[2] H. Raffles, ‘“Local Theory”: Nature and the Making of an Amazonian Place’, Cultural Anthropology, 14 (3), p. 324. Véase
también A. Escobar, ‘Culture sits in places: reflections on globalism and subaltern strategies
of localization’, Political geography, 20 (2001), pp. 139-174.
[4] S. Hall, ‘The local and the global: Globalization and ethnicity’, en Culture globalization and the worldsystem, ed. by A. D.
King, Macmillan, London, 1991, pp. 19-40.
[5] Véase L. Grossberg, ‘Cultural Studies, Modern Logics, and Theories of Globalization’, en Back to “Reality”: The Social Experience of Cultural Studies, ed. by A. McRobbie, Manchester UP, Manchester, 1997, pp. 7-35; y
‘Speculations and Articulations of Globalization’, Polygraph, 11 (1999), pp. 11-48.
[7] Véase G. Deleuze, Foucault, Minnesota UP, Minneapolis, 1988 (Foucault, trad. de J. Vázquez, Paidós, Barcelona, 2007).
[10] Kristin Ross, citada en D. Massey, ‘Power geometry and a progressive sense of place’, en Mapping the Futures, ed. by J Bird et al., Routledge,
London, 1993, p. 67.
[11] Véase G. Deleuze/F. Guattari, A Thousand
Plateaus, Minnesota UP,
Minneapolis, 1987, en especial el capítulo 11 (Mil mesetas.
Capitalismo y esquizofrenia, trad. de J. Vázquez y U. Larraceleta, Pre-Textos, Valencia, 2008).
[12] Utilizo el lenguaje de Bruno Latour. El físico John
Wheeler observó: “La materia enseña al espacio a curvarse y el espacio enseña a
moverse a la materia” (http://map.gsfc.nasa.gov/universe/bb_theory.html).
[13] Doreen Massey, en conversación personal, 30 de marzo
de 1998: “Aunque utilizo las matemáticas, estoy en contra de la creciente
afición de los teóricos sociales y culturales a recurrir a las teorías
científicas contemporáneas (complejidad, caos, redes) y a tratarlas no como
meras figuras imaginarias, sino como fuentes de legitimidad en virtud de su
naturaleza científica. Los conceptos tienen una larga historia en las
Humanidades, y no se enriquecen de pronto porque los científicos se hayan
amoldado a nuestro modo de pensar. Sería grato que los científicos reconocieran
nuestra labor y que están descubriendo lo que los humanistas saben desde hace
tiempo, o que compartieran algo de las becas que reciben”.
[15] M. Foucault, ‘Discourse and truth’
(http://www.foucault.info/documents/parrhesia/foucault.DT6. conclusion.en.html).
[16] Véase, por ejemplo, la consideración del argumento de S. A. Marston/J. Paul Jones III/K. Woodward en ‘Human geography without scale’, Transactions of the Institute of British Geographers, 30-4, pp. 416-432. Me parece que su
argumento conlleva una mala interpretación de la ontología plana de Deleuze,
que no niega la verticalidad, pero defiende que lo molar y lo molecular, los
planos de consecuencia y de organización, el contenido y la expresión, se
sitúan en el mismo plano ontológico. Así, también es corriente en algunas
interpretaciones el ignorar la necesaria coexistencia de los planos de
organización y de consecuencia.
[22] Este vacío se puso de manifiesto en los estudios culturales,
por ejemplo, en el modelo de “codificación-descodificación”, en el que
se argumentaba que ni la realidad discursiva ni la sociológica
determinan o garantizan las realidades vividas de lo que la gente interpreta y
hace con respecto a ciertos textos en los medios.
[23] M. Morris, ‘On the beach’, en Cultural Studies, ed. by L. Grossberg at al., Routledge, New York, 1992, p. 467.
[25] Añadiría que no son ni universalistas ni
esencialistas. Proponen ontologías “históricas” o, mejor dicho, contextuales.
[27] M. Heidegger, The question concerning technology and other essays, Harper, New York, 1982 (La pregunta por
la técnica, trad. de E. Barjau,
Folio, Madrid, 2007).
[30] Soy consciente de que identificar las formas de la
máquina con las de las líneas es, en el mejor de los casos, una simplificación excesiva,
pero a pesar de todo creo que es útil.
[31] J.-L. Nancy, The creation of
the world, or globalization, SUNY Press, Albany, 2007, p. 2 (La creación del mundo o la mundialización, trad. de P. Perea, Paidós, Barcelona,
2003).
[35] Como Heidegger, Nancy no cree que el origen de ningún
mundo pueda explicarse: no es ni necesario ni contingente, sino solo una
singularidad, que para Nancy incluye siempre una cláusula adicional: que son posibles
otros orígenes, otros mundos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario